Probablemente haya influido en mi abulia por la 'Marcha real' el hecho que, de pequeño, me obligaran a escucharla (y a veces cantarla) cada mañana en mi instituto mientras se izaban las banderas. Era la rutina diaria de una España en blanco y negro que hoy me produce picores cuando acuden a mi mente mi mente unas estrofas que ahora asocio con cuarteles, uniformes, señores con bigotito recortado en rostros severos y rasurados que olían a 'Varon Dandy'. También  con unos surrealistas "yunques y flechas que cantaban al compás de un himno" que nunca nadie me explicó. Y si lo hicieron, no debieron hacerlo muy bien, porque aun hoy confundo los yunques con una “camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer” o una pareja compuesta por “Isabel y Fernando cuyo espíritu impera” que murieron “besando la sagrada bandera”. Sin duda era algo demasiado complejo para un niño de diez años.

Reconozco que en algún momento de mi vida habría podido hacer el esfuerzo de aferrarme al himno nacional español hasta llegar a sentirlo como algo “mío”. Pero lo cierto es que nunca lo hice.

Seguir leyendo en el blog de Alberto Soler