En los años 90, un joven Gallardón accedía a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Con él se inició un tiempo de transformación urbanística, económica y social destinada a revertir todos los aspectos sociológicos que habían identificado a los madrileños en décadas anteriores. Había que “derechizarlos” a la par que obtener pingües beneficios económicos en la transformación.

En 2003, como todos conocemos, hicieron lo que hicieron para que aquella transformación tan beneficiosa para unos y tan lucrativa para otros no se detuviera. Aquel mes de octubre con la victoria pírrica de Esperanza Aguirre suspiraron aliviados en Génova y en los despachos de algunos empresarios.

Esperanza Aguirre, mujer tan inteligente como descarada, impulsó con más fuerza y determinación el modelo tan ansiado por la derecha. El ladrillo como bandera, el bolsillo como referencia y las ranas campando a sus anchas por las instituciones madrileñas. Entramos en la “edad de oro” de los corruptos, los tratos de favor y las prebendas. Se viralizo en el PP confundir lo público con lo privado. Consiguió, hay que reconocerlo, otros elementos sociológicos muy importantes y que apenas se reseñan; patrimonializar la institución para el Partido Popular, Madrid era el PP, y calar entre las capas medias urbanas que su partido les había elevado de rango social y estatus económico, simbiosis de éxito colectivo e individual. No importaba la corrupción si a una mayoría electoral le iba relativamente bien.

El mayor de sus triunfos fue en Mayo de 2011. Mientras la Puerta del Sol estaba ocupada por el 15M, el PP en los colegios electorales obtenía el mejor resultado de su historia con más de 1´5 millones de votos y 72 escaños en la Asamblea de Madrid.

Quienes hoy gobiernan en la Comunidad de Madrid son los hijos políticos de Esperanza Aguirre. Una versión menor con demostradas incapacidades para la gobernanza de una región de más de 6 millones de personas y que, preocupantemente, han absorbido todos los peores defectos éticos y políticos de la anteriormente conocida como lideresa. El sucesor natural, Ignacio González, tuvo que ser apartado por sus corruptelas. A Cifuentes la echaron desde dentro por sus mentiras con el Master y la dilapidaron públicamente con las cremas por un vago intento de separarse del legado aguirrista. Como decía Michael Corleone en El Padrino II, “no es personal, son solo negocios”.

Pablo Casado, recién llegado a la Presidencia del PP y acechado por la incertidumbre electoral, acudió a buscar la persona que debería sostener un legado cada vez más deteriorado. Debía ser fiel entre los fieles. Por cierto, casi nadie recuerda que el Sr. Casado es otro hijo predilecto de Aguirre. Sus detractores internos -existen, aunque callen- recuerdan siempre que era el presidente de la organización juvenil del PP en Madrid cuando Esperanza tenía poderes plenipotenciarios.

Ayuso es la exponente de un modelo caduco que le ha supuesto perder más de la mitad de los votos y escaños; 760.000 votos y 42 escaños menos. El PP mantiene el poder en Madrid cueste lo que cueste y le cueste a quien le cueste. Si un día es necesario descabalgar a Isabel Díaz Ayuso para retenerlo, lo harán.

Sus insultantes explicaciones sobre el préstamo de Avalmadrid a su familia que nunca devolvió, ni devolverá, o el privilegiado precio de su apartahotel que obtiene gracias a un empresario hotelero son solo síntomas de la presencia permanente del virus que tiene el PP desde hace dos décadas. Cada vez el chanchullo o la corruptela son de peor estofa, pero ahí siguen dada la inmunidad que tienen unos miles de madrileños a la degeneración ética e institucional del Partido Popular.

No obviemos que la permanencia de este virus en el PP de Madrid se ha conseguido a través de un entramado imprescindible de medios de comunicación y empresarios afines que han tratado siempre de ocultar estas conductas tan impúdicas. Cuando lo ven preciso, se valen de la confrontación con cualquiera que pudiera plantear la posibilidad de desbancarles del poder o plantear una alternativa solvente y posible desde la izquierda.

Y no podemos olvidar que existe un cooperador necesario entre 2015-2019 y un cómplice desde agosto del año pasado. Ciudadanos e Ignacio Aguado son los únicos responsables de que este PP degenerado y cada vez más radicalizado se mantenga en el poder. Vinieron con la regeneración como emblema pero desconocemos, pasados ya unos años, si han regenerado algo.

Ayuso, y los que hoy en día la rodean, tratan de plagiar la tan satisfactoria estrategia de Aguirre durante el periodo 2004-2010 con una confrontación sin límite con el gobierno socialista en España: victimismo para polarizar y confrontación para no hablar de su propia gestión llena de corrupción, privatizaciones y bajadas de impuestos a lo más privilegiados.

Antes de que el COVID-19 estuviera en nuestras vidas, Ayuso ya había comenzado esta estrategia. El virus ha servido de palanca para ejecutarlo adelantadamente y aderezándolo de una gran intensidad. La amenaza latente de la extrema derecha les apremiaba a reunificar a su electorado. Para ello han releído los manuales de Bannon para aplicarlos en esa contienda entre las derechas y por extensión frente a la izquierda.

La izquierda madrileña ha cometido errores, muchos inexplicables, durante mucho tiempo. Desde infravalorar sus capacidades hasta varios “errores no forzados” en algunas decisiones. No caigamos otra vez en contemplar a Ayuso de igual forma que hicimos con Aguirre. A la mezcla de populismo patriotero, hecho diferencial madrileño, victimismo propio de Torra y políticas comunicativas agresivas no se la vence con displicencia ni con silencio ante sus diatribas diarias. La izquierda tiene la obligación de ofrecer con una mano el acuerdo, pensando en el bien común, y con la otra estar dispuesta a explicar los desmanes y mentiras de la derecha. Una con la otra y no una sin la otra.

 

Daniel Viondi es diputado del PSOE en el Congreso por Madrid