“Aquí los médicos no se cansan de repetirnos que estamos ante un tipo de gripe. Es un tipo de gripe nueva, es verdad. No tenemos memoria vírica, no tenemos vacuna. Pero es un tipo de gripe que como la gripe afecta sobre todo a personas con defensas bajas o en situaciones de salud precarias como las personas mayores. Tiene un índice de mortalidad más bajo que la gripe común, en torno al 2% […] Pero chico, se extiende más el alarmismo que los datos”. Este fue el discurso que lanzó Lorenzo Milá el 25 de febrero en una conexión en directo desde Italia, epicentro de la pandemia del coronavirus en Europa.

Unas palabras de Milá que entonces se difundieron como la pólvora, consiguiendo el efusivo aplauso de la inmensa mayoría de la población –sanitarios y políticos de todos los colores, incluidos-. 18 días después de este discurso viral, Pedro Sánchez convocaba un Consejo de Ministros extraordinario para declarar el estado de alarma en España durante 15 días –la norma estaría vigente hasta finales de junio-.

Entonces, entre Resistirés, aplausos sanitarios y días monótonos –más allá de algún que otro reto de las redes sociales-, se empezaron a suceder las cada vez más preocupantes cifras de contagios y de fallecidos, sin tiempo para digerir todo lo que estaba sucediendo. Las mascarillas llegaron para quedarse, igual que Fernando Simón y sus comparecencias, mientras que el papel higiénico empezó a faltar (por suerte este problema se solucionó pronto). Y todo ello entremezclando en una suma de incredulidad, impotencia y miedo.

Un panorama al que no ayudó el constante martirio en forma de declaraciones cruzadas echándose la culpa al que nos sometieron nuestros dirigentes. Unos reproches que provocaron que la política tocara fondo, para regocijo de la extrema derecha y su mensaje de odio, al que se le empezaron a sumar grupos negacionistas, conspiranóicos y antivacunas.

Desde todas las autoridades empezaron a reclamar responsabilidad a la población para lograr aplanar la curva, y pese a alguna que otra excepción, el pueblo respondió con creces, muchas veces sin entender muy bien la lógica de las medidas adoptadas.

De esta manera, se logró relativamente frenar los contagios, aunque después de un verano atípico, la segunda ola (avisada por los epidemiólogos meses antes) golpeó con fuerza y las cifras volvieron a repuntar, con una clase política debatiendo todavía entre el mando único y la cogobernanza, para el hartazgo generalizado entre la sociedad española.

Una segunda ola en la que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, decidió suceder a Pablo Casado como líder de la oposición, planteando una batalla dialéctica con el Gobierno central que no se veía desde tiempos del procés. Entre otras cosas, la dirigente popular desechó la idea de contratar rastreadores y reforzar las plantillas de profesores y sanitarios, y en su lugar optó por construir un hospital de pandemias para “asombrar al mundo”. El Enfermera Isabel Zendal abrió sus puertas el pasado 11 de diciembre y no ha estado exento de polémica. No en vano, el centro acumula un sobrecoste de 50 millones de euros, no dispone de quirófanos y tampoco tiene una plantilla propia.

A día de hoy, esa pandemia original de Wuhan que parecía poco más de una gripe que afectaba a los mayores acumula en nuestro país más de 1,8 millones de contagios y 50.000 muertos, según el Ministerio de Sanidad. Unas cifras escalofriantes que esconden detrás de sí historias de una generación sin la cual no entenderíamos la España actual.

Por todo ello, 2020 pasará a la historia como el año del coronavirus, el confinamiento –elegido este último término como la palabra del año para la Fundéu-, y el año en el que entendimos por fin el porqué de la importancia de apostar decididamente por la ciencia, y lo vital que es disponer de una sanidad pública gratuita y de calidad.

Sin embargo, en un año tan aciago para la humanidad (posiblemente el peor desde el periodo de la Segunda Guerra Mundial), la llegada de las vacunas (un auténtico hito de la ciencia que aprenderemos a valorar con el paso del tiempo) ha supuesto un halo de esperanza de cara al 2021 y a recuperar nuestras vidas tal y como las conocíamos antes del coronavirus.