La gran mayoría de analistas y comentaristas políticos reciben la convocatoria de nuevas elecciones generales entre el pesimismo y la alarma; pesimismo porque puede seguir en la Moncloa ese señor que arrastra al país a la insignificancia, y alarma porque entre a decidir sobre la vida pública la gente de Podemos, un movimiento populista al que solo le interesa distribuir pobreza.

Pero no deberíamos sorprendernos, hoy en el mundo lo único que crece (con sus gratas excepciones como la elección de un laborista musulmán alcalde de Londres) son liderazgos políticos, económicos y culturales cada día más sórdidos o cuanto menos extravagantes. Hasta el Papa de Roma, Francisco, se sorprende al observar como la UE deja secar sus raíces y pregunta: “¿Qué te ha pasado, Europa?” Ya no son solo Putin, Erdogan, las satrapías árabes, la enorme y odiosa dictadura china, ISIS, Al Qaeda… los grandes males que aquejan al mundo; Occidente también quiere incrementar este revival de pérfidos aportando personajes como el candidato republicano Donald Trump. Este multimillonario bocazas, que dice odiar a todo aquel que no sea blanco, macho y probo cristiano, puede ser Presidente de la primera nación del mundo. ¿Acojona, no?

Así las cosas, lo nuestro no debería superar ese escalón que llamamos extrañeza. Sorprende que se mantenga como primera fuerza electoral un partido ametrallado por la corrupción, con un líder que no gusta a la mitad de sus votantes; y llama la atención que la gran esperanza blanca de la izquierda sea un señor que declara no ser de izquierdas ni derechas, y cuyo único aval político (más allá de su continuo batir en la televisión amiga) son las correrías -junto con su grupo de profesores- por países bolivarianos y, más abajo del continente americano, en Argentina, poniendo en práctica las recetas de Ernesto Laclau.

Es verdad que Pedro Sánchez y Albert Rivera no son la mamá de Tarzan ninguno de ellos, pero al menos no crean tanto desasosiego. Porque tanto Rajoy como Iglesias, los dos en el extremo, hace tiempo que se olvidaron de eso que llamamos España: van a la suya, el primero a mantenerse a toda costa en el poder (¿orgullo?¿miedo?) y el segundo para borrar al PSOE de la pizarra política.

Sí, malos tiempos para la razón estos que chapoteamos. Numerosos analistas sociales creen ver que la radicalidad creciente es causa del triunfante y brutal capitalismo que arrastra hasta la pobreza a nuestras sociedades occidentales. Pero también porque internet (esa gran barriga que se traga al mundo) sepulta el talento y anima a una soledad y burrucie crecientes.

Ya nadie atiende a los pensadores independientes, sus escritos y palabras. Cualquier osado puede ser hoy un prescriptor en cualquier materia que se nos ocurra pensar. Sin irnos muy lejos, anteayer sábado la contraportada de El Mundo, segundo periódico por difusión en España de los llamados serios, venía manchada casi al completo por una entrevista con el famosísimo Mario Vaquerizo. Con acierto el periodista la titulaba con estas palabras salidas de su boca: “Al ser humano le gusta la desigualdad”.