Las batallas internas del Partido Socialista no dejan de entretenernos. Quedaron para otros tiempos los disimulos, la supuesta prudencia, las declaraciones ambiguas y "el interés del partido". Ahora los cuchillos se lanzan a la vista de todos de forma inequívoca, a través de las redes sociales, de declaraciones a los medios de comunicación. Se han abierto todas las cajas de Pandora y la desesperación por dirigir el destino de la mal avenida familia socialista está dejando por los suelos la poca credibilidad que pudiera tener la formación. 

Siempre ha habido división interna. Siempre ha habido un sector crítico respecto del oficial. Pero nunca han operado los unos contra los otros de una manera tan descarada (o al menos no en los últimos tiempos que los más jóvenes podamos recordar). Lo cierto es que hay varios factores que ayudan a este espectáculo: en primer lugar, la falta de ideario y línea argumental en los bandos que conforman la batalla, pues todos se alistan en un bando o en el contrario por mero interés táctico y con el único objetivo de mantener el poder, sin más criterio que el enemigo común; en segundo lugar, la ayuda inestimable de la mayoría de los medios de comunicación por hacer de la política un espectáculo sin sentido, banalizando cualquier intento por honrar la labor pública; y en tercer lugar el uso de las redes sociales como una herramienta de comunicación externa que deja ver los trapos sucios a todo el que quiera interesarse por ellos. 

Se ha generado así un caldo de cultivo que dificulta mucho el diálogo sosegado, respetuoso y libre de intoxicaciones. A medida que hemos ido avanzando en el absurdo calendario político de los últimos años el aire se ha hecho cada vez más irrespirable para cualquiera que tuviera una mínima intención de aportar y reconducir la situación. Se ha llegado a un punto en el que la militancia, el Comité Federal e incluso el Congreso del PSOE se utilizan como armas arrojadizas entre las distintas facciones que ansían hacerse con el poder. Es la prostitución de cualquier herramienta que antes sirviera para dilucidar, debatir y construir. 

Cuando Pedro Sánchez llegó a Secretario General (no es cierto que fuera la primera vez que se hacían primarias en el PSOE por mucho que algunos se empeñen en repetir este mantra una y otra vez), contó con el apoyo de un sector oficialista, el de Susana Díaz y sus acólitos. Por otra parte, el otro sector oficialista (Rubalcaba y su séquito) apostó por Madina. En aquel momento solamente había un sector crítico, denominado históricamente como "la corriente crítica de Izquierda Socialista", que presentó a Pérez Tapias. Hasta ese momento lo crítico no era la mera oposición a una persona o a un bando, sino una postura reflexiva y analítica con contenido ideológico, que era precisamente lo que la única corriente de pensamiento existente en el PSOE venía haciendo desde el Congreso de Suresnes.

Desde la llegada de Sánchez a la dirección del partido, acompañado de perfiles como el de Luena, comenzaron las purgas internas: las gestoras plagaron el mapa federal, imponiéndose allí donde hubiera un sector que no tragase con las directrices de Ferraz. Esta estrategia de tierra quemada llegó incluso a dinamitar la propia corriente crítica de Izquierda Socialista, fagocitándola y poniéndola al servicio de la dirección. 

Ya se comentaba durante el Congreso que desde el sur se había apoyado a Sánchez por ser el candidato más débil de los tres con el único fin de hacerle caer cuando fuera el momento oportuno y facilitar así la llegada de Díaz a la Secretaría General. Lo cierto es que esta versión ha ido tomando fuerza a medida que la andaluza ha dejado de aplaudir al madrileño para ir criticando, como gota malaya, cada decisión que fuera tomando el Secretario General. Poco a poco sus zancadillas han ido siendo más evidentes hasta que en estos días nos encontramos con un panorama bastante lamentable, sin dar lugar a sombra de dudas respecto a las animadversiones y odios estratégicamente repartidos por la geografía española. 

Se ha dejado a Sánchez campar a sus anchas, utilizando los órganos del partido para atarle de pies y manos. Cada vez que ha habido una situación delicada, una decisión importante que tomar, los "barones" han dejado que el Secretario General hiciese las declaraciones ad libitum, esperándole con una sonrisa maliciosa en el Comité Federal, resolución en mano, mediante la cual se ha ido haciendo imposible prácticamente cualquier movimiento. 

De este modo, las declaraciones públicas de Pedro han encontrado un laberinto infranqueable con las condiciones que desde el Comité Federal le han venido imponiendo. Si Pedro quería formar un gobierno alternativo a la derecha, el comité federal le decía que sí, que muy bien, pero sin contar con el apoyo de los independentistas (sabiendo que esta sería la pieza clave). Y no deja de ser sorprendente cuando las formaciones nacionalistas e independentistas han venido apoyando a las distintas formaciones de gobierno a lo largo de la historia de nuestra democracia, incluso en tiempos en los que hemos tenido muertos como consecuencia de la actuación de la ya extinta banda armada de ETA, que lejos de apaciguar el ambiente lo intoxicaba desgarrando a la sociedad española. Cada vez que Sánchez se ha sentido acorralado por los barones ha utilizado el "comodín del público", esto es, de la militancia. Una manera tan inteligente como cobarde de acorralar a su vez a los que a él le acorralan. Una forma burda de utilizar a los integrantes del partido solamente cuando interesa. 

Ahora toca jugar con el Congreso del PSOE. Debía haberse convocado en febrero de este año, pues estatutariamente los Congresos ordinarios han de celebrarse cada cuatro: el 38º Congreso del PSOE se celebró en Febrero de 2012, por lo que la duración del mandato termina en febrero de 2016. Rubalcaba dimitió en 2014, momento en el que se celebró el Congreso extraordinario en el que fue elegido Sánchez, con fecha de caducidad: febrero de 2016.

Recién celebradas las elecciones en diciembre de 2015, con el peor resultado del partido socialista en unos comicios, Pedro Sánchez se resistía a marcharse y por su parte, las posibles candidaturas alternativas tampoco estaban preparadas para dar el paso ante el bloqueo en el panorama político. Fue por ello que se acordó en el Comité Federal que no se celebraría el Congreso hasta que no se hubiera constituido gobierno: de este modo Sánchez se blindaba bajo la excusa de no anteponer cuestiones internas de partido a las necesidades de la sociedad española. 

En aquel momento la jugada le salió bien, pues así podía seguir al frente del partido intentando, además, postularse para la Presidencia de Gobierno. Sin embargo, transcurridas las segundas elecciones y enconado el panorama político, los bandos contrarios a Pedro se han armado hasta los dientes y cada día que pasa, Sánchez se ve acorralado en Ferraz. Lanzar ahora la idea de la celebración del Congreso es la estrategia que pone nerviosos a los barones que, de celebrarse de manera exprés se verían totalmente incapaces de presentar una alternativa. 

No deja de resultar llamativo que ahora Díaz, Page, Lambán o Vara conformen el sector "crítico" del partido y que Izquierda Socialista defienda a Sánchez. Solamente el ansia por el poder es capaz de convertir a los críticos en oficialistas y a los oficialistas en sector crítico en menos de dos años. La falta de coherencia trae consigo el ir a la deriva, con el desastre que eso conlleva para un país que necesita formaciones políticas que, al menos, sepan dónde están y a dónde quieren ir.