La capacidad previsora en tiempos convulsos es un valor al alza.  En poco tiempo nos hemos adaptado a lo impredecible, y normalizado, para bien y para mal, que sea la inercia del momento la que nos dirija. Hablo de situaciones extraordinarias a las que nos hemos habituado, pero que merecen una reflexión para no perder de vista hacia dónde vamos.

100 días han bastado para que la principal potencia del planeta deje atrás el trumpismo y ponga en marcha la agenda de gobierno más ambiciosa y reformista de los Estados Unidos. Una agenda de progreso que da respuestas a los grandes desafíos, a la vez que genera nuevas oportunidades, haciendo con ello un ejercicio de buen gobierno ante la crisis sanitaria y económica generada por la pandemia, a la que se suma una crisis social y política derivada de la polarización, la desigualdad, la crispación y, por supuesto, la crisis ecológica que amenaza la sostenibilidad del planeta. Este diagnóstico inicial no nos es ajeno, hablamos de una crisis mundial de ingredientes comunes en todos los estados, con los que se elaboran recetas compartidas.

Biden apuesta por el multilateralismo y por la vacunación masiva, mientras anuncia que para afrontar la reconstrucción económica debemos poner en el centro la creación de empleo de calidad, destacando el papel de las organizaciones sindicales en el fortalecimiento de la clase trabajadora, priorizando la reducción de la desigualdad a través de una batería de medidas sociales que suponen una inversión histórica en el país, o planteando la financiación de estas medidas a través de una reforma fiscal que se centra en combatir el fraude, más impuestos para los más ricos y  las grandes corporaciones o aumentar los gravámenes a las ganancias de capital. ¿No les resulta familiar?, ¿acaso la Casa Blanca ha caído en manos de “la amenaza roja”?

En 100 días, Estados Unidos ejemplariza la buena política y va más allá apoyando la suspensión de patentes en las vacunas contra la covid-19 para su uso universal: “Medidas extraordinarias para tiempos extraordinarios”, en los que el bien común prevalece.

Miro con sana envidia cómo la sensatez se impone al esperpéntico trumpismo  y cómo lo hace con el respaldo mayoritario de una ciudadanía que hasta hace nada nos parecía carne de populismo, mientras en nuestro país los esfuerzos realizados a favor del bien común son eclipsados por una normalización obscena de actitudes antidemocráticas que criminalizan un gobierno que hemos elegido todas y todos, incitando a la desconfianza en las instituciones, frivolizando la política, y que al grito de “libertad” hacen prevalecer los privilegios frente al interés general. Y es que el trumpismo persigue reducir a mínimos los valores democráticos desde el poder por el poder, no importando si en el intento “cae España”.

Nos dicen que esto va de dos modelos de hacer política confrontados y, efectivamente, esto va de confrontar privilegio contra interés general; que a su vez se traduce en trumpismo frente a progreso y, como no nos falta de nada, también tenemos el mejor legado trumpista “made in Spain”. 

Pongamos que hablo de Madrid y solo de Madrid, porque cuando hablamos de políticas afortunadamente tenemos otras referencias que, desde la coordinación entre muchos de los  gobiernos autonómicos y el gobierno de España, ya comenzaron a recorrer el camino de las grandes reformas a las que hoy miramos desde el otro lado del Atlántico.

Belén Fernández es viceportavoz adjunta del Grupo Socialista en el Congreso y secretaría de Cooperación Internacional del PSOE