Desde que volviese a la secretaría general del PSOE, tras el Comité Federal del 1 de octubre de 2016 que le desalojó de Ferraz, Pedro Sánchez había mantenido un perfil bajo de cara a los medios de comunicación, basándose en la estrategia de sus asesores. De haber seguido así, el silencio de ayer tras conocerse la durísima condena del caso Gürtel habría pasado más desapercibido, pero Sánchez lleva varias semanas con una omnipresencia en televisiones y radios.

De hecho, este jueves, tras conocerse la sentencia, ningún dirigente socialista salió a dar la valoración del PSOE a una sentencia histórica que convierte al PP en el primer partido nacional que es condenado por corrupción en la historia de la democracia. Y el Twitter de Pedro Sánchez permaneció inerte durante unas largas horas con un último mensaje, sacado de su entrevista en la Cadena SER, que decía “El PSOE está donde se le espera”.

La irónica imagen no era, desde luego, la que se espera de un partido que se define “de Gobierno” y que aspira a sustituir al Partido Popular en La Moncloa. No es menos cierto que, una vez más, desde Podemos habían estado más rápidos y la primera reacción de Pablo Iglesias fue proponer al PSOE una moción de censura con Sánchez como candidato. Tras ese reto, cualquier intervención pública de un socialista habría exigido una respuesta que el PSOE no estaba todavía dispuesto a dar.

Además, el silencio del PSOE era estruenduoso por otras dos razones. Para empezar, Ciudadanos también les había ganado la mano con una rueda de prensa de Albert Rivera en la que se ofrecía a los españoles preocupados porque todos los días "ven detenciones de miembros del PP y del PSOE". Por otro lado, el PSOE, en concreto la federación valenciana, es acusación popular en el caso Gürtel y sin su labor no se habría llegado a concluir de esta manera el caso Gürtel. No opinar era absurdo.

Empezaba entonces una jornada maratoniana de reuniones y llamadas en Ferraz. La primera impresión es que una moción de censura sería perjudicial para el PSOE y quien más beneficio sacaría serían Podemos y Ciudadanos. Los de Iglesias se librarían del desgaste con el debate sobre el chalet de sus líderes y los de Rivera conseguirían quitarse del medio a sus principales rivales, los populares, sin mancharse las manos mientras mantienen el viento de cola para unas elecciones que están al caer.

Sin embargo, tras horas encerrado con su círculo más cercano -su número dos, Adriana Lastra; su jefe de gabinete, Juanma Serrano; y su asesor áulico, Iván Redondo- y tras varias llamadas a las federaciones, Sánchez se dio cuenta de que no tenía otra alternativa que presentar una moción de censura. Su discurso del pasado para volver a Ferraz le obligaba y las presiones por parte de miembros de la Ejecutiva no iban a cesar.

Fue entonces cuando la dirección de las llamadas se invirtió y Sánchez empezó a confirmar que la Ejecutiva le dará su apoyo a la propuesta. De ahí que para validar la propuesta se hubiese decidido buscar la máxima autoridad y se haya convocado a la Ejecutiva Plenaria y no sólo a la Permanente, que es más reducida. Sin embargo, el respaldo a la decisión estaba tan cerrado que el PSOE ha acabado registrando la moción de censura en el Congreso de los Diputados 15 minutos antes de la reunión plenaria. Se acababan de un plumazo todas las especulaciones sobre si se optaría por revalidar la decisión con una consulta a la militancia o buscar de manera preventiva los apoyos parlamentarios para desbancar a Mariano Rajoy.

Ahora lo que quedan son los cálculos para hacer presidente del Gobierno a Pedro Sánchez. La materialización de la moción ya pone directamente el foco en el resto de partidos, sobre todo en Ciudadanos, que tendrá que decidir si sigue sosteniendo a Mariano Rajoy en el cargo o si sigue el camino que prometió en Madrid, cuando estaban dispuestos a apoyar a Ángel Gabilondo junto a Podemos para echar a Cristina Cifuentes.

De lo contrario, la única vía pasa por el apoyo de partidos nacionalistas en pleno debate territorial. Ahí es donde reside la principal preocupación de Sánchez, porque volvería a provocar un descosido en el PSOE similar al que provocó su defenestración aquel 1 de octubre de 2016. Aunque, en este caso, Sánchez ya habría escarmentado en su propia piel y podría tener un as bajo la manga: la convocatoria adelantada de elecciones.