Si de repente desaparecieran en un país los delitos, el ministerio del Interior sacaría oposiciones con plazas para que los delincuentes volvieran a ejercer, porque ¿qué sería del sistema, de la policía o los jueces? Esta fue una de las tantas paradojas que el escritor Juan José Millás planteó el viernes en el Salón Internacional del Libro de Casablanca (SIEL), donde glosó la extrañeza de la vida y lo absurdo de la realidad con frases como que "la gente normal es lo más raro del mundo" o que "hay algo aquí que no es como me dicen" (título de uno de sus libros).

Presentado por el periodista José María Izquierdo en un acto organizado por el Instituto Cervantes, Millás hizo reír hasta las lágrimas a los asistentes a la conferencia, pese a que en ningún momento su rostro perdió la compostura y la seriedad más absoluta.

El escritor, uno de los más premiados en España y traducido a más de veinte idiomas, habló, sobre todo, de su faceta de articulista y periodista y de aquel género híbrido que inventó y nombró como "articuentos", en el que trataba de "desfamiliarizar" a él y al lector de las cuestiones más cercanas y "del misterio de lo cotidiano".

Lo paradójico, lo inesperado y lo absurdo que se esconden detrás de la normalidad estuvieron presentes en todas sus reflexiones, y son la gasolina que ha guiado esa faceta de articulista, como su famoso cuento de más de 25 páginas dedicado a la vida de una mosca. "Es como una maqueta de la nuestra: no somos mucho más que una mosca, especialmente si hablamos de la vejez y el deterioro".

Pero para desmentir cualquier idea de frivolidad, también se refirió "in extenso" al caso de Nevenka Fernández, la concejal de un pueblo español que denunció un caso de acoso sexual dentro de la política en unos años en que (contrariamente al momento actual) aquel tema no estaba sobre la mesa.

Millás recordó que Nevenka, al denunciar a su superior e ir a juicio, sufrió "un proceso de extrañamiento similar al del escritor", traducible en una pregunta: "¿Cómo he podido pertenecer a este mundo?", ya que su mundo, el de la política y el de su sociedad provinciana le dieron la espalda, pero también el mundo feminista le hizo el vacío por tratarse de una concejal de un partido de derechas.

Sin querer parecer jactancioso, Millás dijo que su libro sobre Nevenka (un largo reportaje novelado nutrido exclusivamente de la realidad) había sido llevado a facultades de Sociología, donde le habían dicho que supo escribir en un texto lo que a sus profesores les lleva años de asignaturas.

En cuanto al papel de la literatura, el escritor reivindicó su carácter transgresor y dijo que el adolescente que lee "es una bomba de relojería, es él quien va a cambiar el mundo". Y aquí pronunció otra de sus paradojas: "Un adolescente que sale un sábado, se emborracha y fuma porros, y al regresar rompe una marquesina de autobús, ese es normal: habría que pagarle porque es él quien sostiene el sistema", frente al adolescente lector que es el "raro".

Para él, los lectores siguen siendo incluso hoy en día "una masa crítica saludable", capaz de transmitir valores al mundo que los rodea: muy pocas personas han leído a Cervantes, Petrarca o Dostoievski, pero sus valores han impregnado nuestra cultura: "Es como si yo me tomo un ibuprofeno y quito el dolor de cabeza a un montón de personas fuera de mi".

Y así, de paradoja en paradoja, el escritor fue reflexionando sobre los "extrañamientos" que le producen las palabras: "Si yo pronuncio 'casa', se me aparece en mi mente la imagen de una casa; entonces, ¿por qué si pronuncio 'ca', no me aparece la mitad de una casa? Definitivamente, el lenguaje tiene algo de diabólico", zanjó.