Nunca es oro todo lo que reluce, pero el gobierno alemán se las ha apañado muy bien para ocultarlo de cara a las elecciones del domingo, a las que se presenta por cuarta vez con todas las posibilidades de ganar.

Aunque destaca el lado bueno, la situación de la Alemania actual presenta dos caras totalmente opuestas: Es la primera economía europea (en paralelo a la británica), continúa siendo el motor de la industria comunitaria y sus 82 millones de habitantes disfrutan de una envidiable Renta per Cápita que supera los 40.000 euros anuales frente a, por ejemplo, los 24.000 de la española (estancada desde hace una década).

Es el fruto de una dura política neoliberal aplicada desde que accedió al poder por primera vez en 2005, marcada por la austeridad, pero que ha tenido efectos muy negativos en su propia población. Un primer dato: en una ciudad del norte del país, otrora ejemplo de la prosperidad teutona, el número de personas que necesita la ayuda del banco de alimentos ha pasado de 1.500 a casi 11.000. En total, esos lugares atienden hoy día a un millón y medio de personas.

Pobreza en el país del BMW

Nadie lo diría viendo circular a los famosos coches alemanes entre las villas que rodean el lago Constanza en el sur del país, pero existir, existe. Según una alianza de organizaciones especializadas en ello, el nivel de pobreza en Alemania alcanzó en 2015 la cifra record del 15,7%. Es el propio organismo de estadísticas alemán el que define lo que eso significa: que casi trece millones de personas ganan el 60 por ciento o menos del salario medio del país, de unos 2.300 euros. No solo no da para un coche de lujo, sino que ahora tampoco alcanza para  vivir en lugares como los que solían disfrutar la mayoría de los alemanes.

El espejismo de los "minitrabajos"

Parte de culpa la tiene la novedosa aparición de los famosos "minitrabajos", empleos que ocupan unas pocas horas y que serían adecuados para una parte de la población pero que se han instalado como fuente de ingresos única para siete millones de alemanes. Cierto es que la honestidad reinante hará difícil allí lo que tan normal es aquí, es decir, contratar por seis horas, pagar cuatro y exigir ocho o diez, pero los salarios oscilan entre los 450 y los 850 euros, más que insuficiente para el nivel medio del país. Además, no tienen obligación de pagar seguros sociales, lo que también repercute negativamente en la sostenimiento de las pensiones de la cada vez más envejecida población alemana.

Una peligrosa desigualdad

Lo anterior ha contribuido a que la brecha entre ricos y pobres haya crecido peligrosamente durante los sucesivos mandatos de Angela Merkel, generando un malestar social desconocido hasta ahora y una sensación de desamparo entre los más desfavorecidos que reduce considerablemente el orgullo nacional que siempre ha merecido su sistema de sostenimiento colectivo. El dato numérico es que en cinco años la asistencia social se ha extendido a dos millones de personas más y los alemanes que necesitan su ayuda supera ya el 7 por ciento.

Populismo y xenofobia en ascenso

Todo ello está detrás del aumento de los partidos de extrema derecha, que enganchan a los más desfavorecidos cuando la sociedad les deja atrás. Fuerzas como Alternativa para Alemania, que según los sondeos entrará con fuerza en el próximo Parlamento, han conseguido transformar el descontento social en odio hacia el extranjero. La llegada de un millón de personas en 2015, en su mayoría huidas de las guerras de Siria e Irak, generó un alto grado de alarma entre quienes temían que la "generosidad" del gobierno repercutiría en su ya frágil modo de vida. Se convirtió en un cauce turbulento que la canciller Merkel consiguió vadear finalmente con un alarde de "humanidad" del que no estaba exento la posibilidad de integrar laboralmente a una población suficientemente preparada. No eran mendigos los que llegaban, sino jóvenes que chapurreaban inglés con soltura y que mantenían la comunicación con sus países de origen con móviles de última generación. Una molestia más para  los alemanes no tan ricos, que desconfían de la clase política y están dispuestos a apuntalar ideologías nefastas durante la próxima legislatura.