La política no sabe de silencios, salvo el que mantiene en los minutos de rigor, cuando comparte el dolor de las víctimas con el conjunto de la ciudadanía. “No tenemos miedo” fue el grito que culminó la concentración unitaria de plaza Cataluña, en un intento de demostrar que el horror causado por el atentado no modificará las ganas de vivir de Barcelona. La magnífica imagen de unidad institucional tampoco va a matizar, según parece, las reticencias entre la Generalitat y el gobierno español, que se traducen en la utilización de un lenguaje y una gesticulación claramente definitorios de la distancia política y sentimental existente en estos momentos.

Las ofertas de colaboración policial se contradicen con las imágenes del presidente Rajoy reunido con sus mandos policiales y la de Puigdemont con los suyos

La incomodidad con la que se toleran unos y otros se está demostrando difícil de disimular, incluso en una circunstancia tan delicada como la provocada por el terrorismo yihadista en Barcelona y Cambrils que nada tiene que ver con el conflicto que les separa. “Toda España es Barcelona” decía la declaración de la Casa Real y más de una nariz se retrajo en señal de inquietud. La resistencia de unos a hablar de España o a citar por su nombre propio a la Guardia Civil se corresponde con la precaución de los otros a referirse al protagonismo de la Generalitat y de los Mossos d’Esquadra en el operativo. Otros concentran todos sus elogios en la actuación de la policía catalana y no faltan las referencias a las reclamaciones no atendidas de los Mossos para acceder a la información antiterrorista de las agencias internacionales.

Las ofertas de colaboración policial se contradicen con las imágenes del presidente Rajoy reunido con sus mandos policiales y la de Puigdemont con los suyos. Rajoy ofreció todo su apoyo al gobierno Puigdemont, sin embargo, ambos dejaron escapar en la madrugada del viernes la ocasión de comparecer juntos, lo que sí hicieron el presidente de la Generalitat y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Tras la concentración, se intentó paliar el error, con una reunión conjunta del gabinete de crisis, con la presencia de ambos presidentes y la alcaldesa. A final, una comparecencia conjunta, profesional y sin concesiones políticas, de Rajoy y Puigdemont, sirvió para intercambiar agradecimientos, demostraciones de apoyo a la cooperación policial y mandar sendos mensajes de esperanza a los ciudadanos, de “espíritu de victoria” contra el terrorismo, en palabras de Rajoy, cumpliendo “nuestro deber de dar esperanza”, según Puigdemont. La reunión convocada para el lunes del Pacto Antiterrorista, que los partidos independentistas no han firmado, y la decisión de aumentar o mantener el nivel de alerta antiterrorista, actualmente en el 4 de 5, pueden suponer nuevos factores de tensión. 

La crónica política se está imponiendo al relato policial y a la crónica del dolor mucho antes de lo previsible. La consternación por la tragedia no impide aquí leer e interpretar todo con la lupa política y la desconfianza. Ninguna expresión o análisis parecen ser inocentes. El propio presidente Puigdemont ha calificado de “miserable” cualquier intento de dudar del compromiso de los Mossos en la lucha antiterrorista o de vincular el atentado al independentismo. Ninguna autoridad ha formalizado tales sospechas, aunque en diferentes ámbitos de opinión se ha reflexionado sobre ambos conceptos, no para relacionarlos como causa-efecto del atentado sino para insinuar la necesidad de una reconsideración de los planes soberanistas en aras de la unidad exigible para combatir el terrorismo. Puigdemont ya ha advertido que no va a modificar sus planes.

También la turismofobia exhibida en Barcelona por diferentes colectivos corre el riesgo de verse relacionada con el atentado reivindicado por Estado Islámico en estas primeras horas, lo que supondría aceptar que los terroristas actúan en un escenario concreto en virtud de la coyuntura política local y no siguiendo su estrategia global: matar infieles, causar el máximo daño posible en un escenario urbano de proyección mundial para castigar la política internacional de Oocidente. Ello no implica que, a partir de ahora, el debate turístico en la ciudad quedará condicionado por la tragedia de las Ramblas, un debate que quedará incorporado muy probablemente a las iniciativas municipales para asumir y contrarrestar las consecuencias sociales y económicas del atentado. Las experiencias de las ciudades que han sufrido recientemente un golpe terrorista alertan de que el descenso del turismo no es el único peligro a prevenir; el estado de ánimo de los barceloneses puede influir también en un retraimiento transitorio del consumo del que no se ha salvado ni tan solo París.