José María Rodríguez se ha conseguido mantener desde los años noventa como uno de los principales dirigentes del Partido Popular en Mallorca hasta que Génova impulsó su marcha a mediados de 2016.

Rodríguez llegó a Mallorca 20 años antes, en los setenta, donde se asentó tras casarse con la hija de los fundadores de una conocida joyería de la isla y con la quien tuvo una hija, dedicada a la gestión del turismo rural.

Más tarde, después de establecerse por completo, acabaría alcanzando los altos cargos de la política autonómica. Fue delegado del Gobierno en Baleares, consejero de Interior, secretario general del PP regional, presidente de la formación conservadora en Palma, senador, e, incluso, la mano derecha de Jaume Matas.

A partir de aquí, la historia trasciende a fiestas privadas con sexo, alcohol y drogas, vinculaciones con una red de extorsiones y tratos de favor en el seno de la Policía Local de Palma de Mallorca, tal y como informa la revista Vanity Fair.

Su objetivo

La publicación apunta a que todo esto tendría sus orígen en un intento de mantener en lo más alto a Bartolomé Cursach, considerado el rey de la noche mallorquina y quien se encuentra en prisión por una presunta trama de corrupción en la Policía Local.

Así, Rodríguez habría sido un “artífice en la sombra” de una red criminal ideada para proteger los intereses de Cursach. De hecho, siendo consejero de Interior y a punto de finalizar la legislatura de Jaume Matas, aprobó en 2007 una normativa que regulaba el ocio nocturno y que podría haber sido una vía de escape para los intereses del magnate.

Orgías y sobre excesos

Aunque Rodríguez niegue rotundamente todo, algunas fuentes señalan que, en una de las orgías en la que estaba presente el ex político, a una chica “acabaron rompiéndole el bazo” y acabó “echando sangre por la boca y la vagina”. Según apuntó una testigo en su declaración, la joven dijo que Cursach le había entregado mucho dinero para que se marchara a Brasil.

La mujer detalla también tardes en un piso de la calle Martí de Palma en donde el trasiego era habitual. Rodríguez pasaba allí “tardes enteras” consumiendo “botellas caras y se encerraba con una o varias chicas que iba seleccionando para tener sexo”.

Otra de las testigos asegura haber visto en “numerosas ocasiones cómo salía Rodríguez de la casa de Lluís Martí en un estado lamentable y totalmente pasado de cocaína y alcohol”.Incluso se vinculan a sus fiestas grupos de policías locales que formaban parte de la trama y que disfrutaban de copas y sexo gratis; incluso de drogas. En este sentido, se narra que las chicas que se mostraban reacias a acceder a las pretensiones de los agentes eran “automáticamente despedidas”.