Dijo Jean-Jacques Rousseau que los británicos se creen libres, pero es un error: "Son libres el día que eligen a sus diputados. Después de elegirlos vuelven a ser esclavos". La frase ha pasado a la historia como un aviso para navegantes, pero inválido en la actualidad. Entre otras razones porque de aquello hace más de dos siglos y los británicos han luchado mucho desde entonces para conseguir un régimen de libertades que ahora, una primera ministra candidata a la reelección, amenaza con revertir en parte.

Rotundamente convencida, Theresa May soltó anoche en un mitin que estaba dispuesta a cambiar la legislación de Derechos Humanos para restringir la libertad de movimientos de los sospechosos de terrorismo.

Un error táctico convertido en órdago a menos de 24 horas de que comience el que todavía es, siguiendo parcialmente a Rousseau, el día de las libertades en el Reino Unido. Y supone un envite importante, sobre todo, porque lo que pretende May es ocultar el tsunami que se ha impuesto sobre todos los demás asuntos en el debate electoral: si su actuación como ministra del Interior, y el recorte de 20.000 policías en pocos años, pueden haber favorecido los últimos ataques terroristas perpetrados en Manchester y Londres en plena campaña electoral.

La pregunta que se hacen los británicos en este momento no es si están dispuestos a renunciar a parte de sus libertades, sino porqué las fuerzas de seguridad no detuvieron a dos de los tres atacantes del Puente de Londres después de que ellos mismos fueran gritando a los cuatro vientos, desde hace años, que estaban dispuestos a cometer actos terroristas. Uno de ellos, supuesto jefe del grupo, ha saltado a los tabloides con el apodo de "el terrorista de la televisión" porque apareció en un documental sobre yihadismo desplegando una bandera islamista. En otra ocasión llegó a decir que estaba dispuesto a "matar a su propia madre en nombre de Alá".

Otro de los atacantes del sábado ya le había dicho a un agente italiano en un control de seguridad, que iba a convertirse en un terrorista. Las autoridades italianas advirtieron convenientemente a las británicas del asunto al saber que el tipo se había instalado en el Reino Unido, pero no parece que hubiera seguimiento.

Además, los tres estaban fichados por los servicios de inteligencia británicos, lo que ha provocado la indignación incluso del ministro de Exteriores. El ingobernable Boris Johnson, anterior alcalde de Londres, ha compartido la pregunta de sus conciudadanos en una entrevista televisiva: "¿Cómo demonios es posible que hayamos dejado que ocurra?".

Todos los dedos señalan a May, ministra del Interior antes de instalarse en Downing Street tras la dimisión de Cameron y la persona que más años ha ocupado ese cargo después de la segunda Guerra Mundial. Algo debe saber del tema, entre otras cosas que si el número de extremistas ha crecido exponencialmente en los últimos años, el de policías que debían identificarlos y controlarlos tendría que haberse incrementado en la misma proporción. Por el contrario, no ha hecho más que disminuir.

Otro posible fallo que le han achacado a la candidata conservadora es haber anulado en 2012, siendo titular de Interior, las llamadas "Control orders" (órdenes de control) que establecían un seguimiento más próximo de los sospechosos de yihadismo y que incluso les impedía viajar a Siria, junto a Irak la mayor escuela de terrorismo del mundo.

Cuando le preguntaron sobre ello en la Cámara de los Comunes en 2015, la respuesta de May fue pedir a los medios de comunicación mayor restricción a la hora de informar sobre los sospechosos de terrorismo.

Y al respecto cabe otra pregunta: si en 2012 anuló una medida, polémica en su día, aprobada en 2005 como consecuencia de un proceso legislativo iniciado tras los atentados del Nueva York, ¿habla en serio ahora al decir que está dispuesta incluso a restringir libertades?

Todo vale en una campaña electoral, pero serán los británicos, mañana, los que tendrán que valorar si es necesario mercadear con las libertades fundamentales o, por el contrario, mejorar la infraestructura antiterrorista, ampliando el presupuesto y creando más puestos de policía para prevenir mejor unos actos que, por desgracia, estamos condenados a sufrir en la mayoría de los países occidentales.