El titular lleva un doble mensaje: uno, a la mayoría de la población francesa ya no se le puede considerar clase obrera con las mismas connotaciones que tenía hace algunas décadas; y dos, llámese como se llame, en sus manos reposa el futuro de Francia y, probablemente, el de Europa.

Con un partido Comunista que hace años envió la hoz y el martillo al baúl de los recuerdos y que solo cuenta con una decena de diputados en el parlamento francés, la clase antes llamada "obrera" ha perdido tantas referencias que hasta Marine Le Pen la corteja seriamente con cierto éxito. La candidata ha sustituido "izquierdismo" por "patriotismo" (ella misma lo formuló así)  y esta parodia, así como el mensaje xenófobo y contrario a la inmigración, ha calado en una parte de la población que antes votaba comunista. Y algo parecido si se habla de Europa. Su propuesta de volver al franco como moneda de uso corriente mientras mantiene el euro para las transacciones internacionales, acompañada de la idea de que la moneda comunitaria tiene la culpa del desempleo, tiene visos de calar entre esa población cuyo apoyo demanda.

 Aun así, y esa es la buena noticia que adelantan los sondeos, no cuenta con el respaldo de esa mayoría que necesita. Las últimas encuestas previas a la jornada de reflexión incluso la alejan un poco más de su adversario Macron.

El problema que todavía plantea alguna duda de cara a la segunda vuelta de las presidenciales es que a esa "clase obrera" también le cuesta votar a Macron. El político centrista unifica para muchos franceses varios de los males que les acechan: pupilo de la Escuela Nacional de Administración, en la que históricamente se ha formado la élite política gala, se hizo rico en pocos años jugando a las "opas hostiles" con la Banca Rothschild  incluso siendo ya afiliado del partido socialista. Gracias a sus "altos" contactos llegó al círculo presidencial desde el que, en 2012, alcanzó el grado de ministro de Economía. Desde su poltrona apostó por facilitarle la vida a las empresas sin ocuparse especialmente de una población que ya sufría el zarpazo de la crisis económica y un creciente desempleo. Aunque abandonó el Gobierno de Valls como ministro más valorado, incluso por los sectores izquierdistas, no tuvo reparos en confesar en 2015 que había dejado de ser socialista.

Votar con la nariz tapada

Que a esa "clase obrera" ni siquiera la representa el partido Socialista lo demuestra el escueto seis por ciento de los votos que su candidato obtuvo en la primera vuelta electoral. Y eso es un grave problema para Macron. Si es cierto que los simpatizantes socialistas se han apuntado al carro del movimiento de Jean-Luc Melenchon, una especie de Izquierda Unida y Podemos que tira del carro de los "indignados", y siguen sus indicaciones de cara a la segunda ronda, es posible que el candidato de "En marcha" no tenga tantos votos como debería si se impusiese la lógica izquierdista de cerrarle el paso al fascismo.

Melenchon ha dejado a sus siete millones de seguidores la difícil decisión de optar entre votar a Macron "con la nariz tapada",  el "no pasarán" a Le Pen que enarbolan todos los demás, o tirar por la calle de enmedio y quedarse en casa. Y una participación menor a la esperable también beneficiaría a la candidata ultraderechista e incluso podría facilitar su victoria, según el politólogo Serge Galam.

En este tira y afloja es en el que se han desarrollado las últimas horas de la campaña más decisiva y complicada desde hace mucho tiempo en Francia. Las dudas sembradas por Le Pen sobre una supuesta cuenta de Macron en paraísos fiscales puede haber dejado una huella importante en la retina de los votantes. El debate televisado en el que dejó caer esa morbosa duda lo vieron más de 16 millones de franceses y dio lugar a otros tantos millones de tuits. Es indudable que el empeño del centrista en desmentir esa afirmación solo habrán podido percibirlo y asimilarlo unos cuantos miles antes de acudir a las urnas.

Y si con Trump les salió bien la campaña de acoso y derribo contra Hilary Clinton, según afirma ella, habría que temer igualmente n en Francia a los supuestos hackers rusos que la desarrollaron en nombre, supuestamente también, del presidente Putin. Igual que  su partenaire norteamericano, Le Pen ha mostrado sus simpatías por el autócrata presidente ruso, al que prefiere antes que a la Unión Europea.

Los dirigentes comunitarios con mucho ahínco, y también otros líderes influyentes entre los que se incluye el ex presidente Obama, apoyan a Macron. Pero la decisión la tienen los franceses de "a pie", otra forma de llamar a lo que antes fue "clase obrera", y el momento de la verdad, su gran momento, llegará cuando se  enfrenten a la urna y tengan que elegir entre Macron y Le Pen. O , peor aun quizá​, si finalmente deciden evitar el trance y abstenerse.