Estamos en el mismo momento existencial previo al referéndum del Brexit, el de la paz en Colombia o el de las presidenciales de Estados Unidos. La mayoría pensábamos que los británicos dirían SI a la Unión Europea, los colombianos SI a la paz con las FARC y los norteamericanos un gran NO a Donald Trump. Parecía lo lógico, pero ocurrió justo lo contrario. Y algo similar pude ocurrir en Francia.

Marine Le Pen se presenta a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales como una independiente no vinculada al Frente Nacional, identificado con el Fascismo contra el que lucharon millones de franceses. Propone unas políticas con las que se identifican muchos de sus conciudadanos, basadas en el escepticismo hacia la Unión Europea y la inmigración, y se aprovecha de una situación excepcional, el pánico desatado después de dos años de continuos ataques del yihadismo que han generado una estado de alerta permanente tanto en lo policial como en lo psicológico.

El terreno está, por tanto, bastante bien abonado para que se produzca en Francia la sorpresa definitiva, un vuelco de la política tradicional que tendría unas dimensiones imprevisibles.

Establece la lógica imperante que todos aquellos que no votaron a Le Pen en la primera vuelta, casi el 80 por ciento de los que acudieron a las urnas, lo harán en la segunda por el centrista Macron. Pero ¿quién es Macron?. A la vista de muchos franceses un oportunista de la política, un sin partido que se enriqueció como banquero antes de ser ministro de Economía de uno de los gobiernos más impopulares de los últimos tiempos en Francia, el de François Hollande. Si en la primera vuelta han quedado apartados los dos partidos que acaparaban la política gala hasta ahora, ¿por qué iban los franceses a votar a un personaje al que podrían identificar con las formaciones a las que han decidido castigar?

Terreno abonado para la candidata, también, porque a pesar de todo la consideran una política sería, con capacidad para asumir la presidencia sin poner el pais en peligro. Pocos pensaban lo mismo de su padre, un antisemita declarado que ponía en duda la existencia de las cámaras de gas de Hitler. Los franceses no tragaban con eso y Le Pen hija ha sido capaz de purgar a su propio mentor para quitarse de encima ese pesado fardo.

Y más puntos para ella si tiene razón Ross Douthat, columnista conservador de The New York Times, que la compara con el general de Gaulle, un gran referente para los franceses. Aunque se le considera un europeista, a de Gaulle no le interesaba la integración sino la hegemonía de Francia en Europa, y favoreció la independencia de Argelia en los años sesenta del pasado siglo porque dudaba de que su país pudiera absorber a demasiados inmigrantes musulmanes.

Ese recelo es compatible con la islamofobia de Marine Le Pen, compartida por los millones de franceses que la votan. Y su odio a la Europa comunitaria va más allá de las trabas que de Gaulle puso a la entrada del Reino Unido en la entonces Comunidad Económica Europea, pero el Brexit se lo ha puesto fácil y lo que pretende es que la actual Unión Europea desaparezca cuando Francia sea el segundo gran país que la abandone.

Y no le falta razón, porque una Europa sin Francia relegaría al olvido la imagen de Miterrand y Kolh cogidos de la mano en Verdún sellando la paz definitiva con Alemania y dejaría sin el contrapeso francés a una Unión cada vez más germanizada.

Una loba con piel de cordero

Si el domingo gana las elecciones la candidata ultraderechista habrá triunfado una loba con piel de cordero. El chauvinismo egoísta, la xenofobia asesina, el pánico generalizado e infundado y hasta el antisemitismo contenido no tardarían en salir a flote bajo su mandato. En una Europa sobre la que se ciernen demasiados partidos con esas ideas y en un mundo en el que el presidente norteamericano enseña los dientes para disimular su inoperancia, una victoria de Marine le Pen sería una auténtica puntilla para la democracia actual que, por imperfecta que sea, es menos nefasta que lo que vendría.

Terreno abonado para esa amenaza porque, aunque los sondeos conceden una holgada victoria a Macron, Le Pen ha puesto toda la carne en el asador y todavía quedan unos cuantos días para que termine de asarse bien. De momento se ha asegurado el apoyo de Nicolas Dupont-Aignant, un eurófobo que  consiguió el cinco por ciento de los votos en la primera vuelta y al que ha prometido nombrar primer ministro si gana las elecciones.

Es un suma y sigue hacia una victoria que Le Pen considera más factible que nunca. Trump prometió una América más grande y ganó. Ella plantea algo parecido a una ciudadanía desorientada y escéptica. Y cualquier cosa puede suceder.