Después de unas horas en ‘shock’, compartiendo dolor con amigos comunes, siento la necesidad de recordar a Carmen escribiendo. Hacía 48 horas que había estado con ella en Miami. Estaba en todo su esplendor, trabajando sin parar, cumpliendo con compromisos y con amigos al mismo tiempo. Culta, trabajadora, inteligente, vital, honesta y valiente. La vida le sonreía y ella sonreía. Estaba mejor que nunca.

No doy crédito. No damos crédito. Aún no somos capaces de asumirlo.

 

Hay que ser muy valiente para afrontar la vida como lo hizo ella, sin que sus problemas de corazón supusieran jamás una barrera. Ni para hacer deporte, ni para trabajar de dependienta, ni para ser ministra de Defensa y, embarazada de siete meses, subirse a un avión militar para visitar a las tropas españolas en Afganistán.

Y Carmen era leal, en todo el profundo y auténtico sentido de la palabra. El presidente Zapatero y yo lo sabemos mejor que nadie. Renunció a forzar unas primarias en el PSOE en el año 2011 por lealtad y muy pocos, poquísimos, políticos son capaces de esa generosidad. Lo hizo sobre todo por el Partido Socialista Obrero Español, porque sus convicciones jamás se desvanecieron a pesar de las deslealtades que ella sufrió. Por eso también, por coherencia y lealtad al PSOE en el que siempre creyó, dimitió de la Ejecutiva socialista el pasado mes de octubre.

Había dejado la política activa y recuperado su trabajo como abogada en un despacho, tarea que compaginaba con sus clases en la Universidad de Miami, pero siguió ejerciendo de militante de base. Por encima de todo ello estaba su hijo, su pasión, su devoción y su gran amor.

No es justo. Sencillamente no es justo que ya no estés.