Puede ser una cuestión de simple paz doméstica, es decir, que comentarios inoportunos o desagradables no te atraganten la comida de Navidad, o ir más allá. Si eres militante de un determinado partido político, por ejemplo, o sientes una fidelidad a prueba de bombas y votas siempre al mismo, es posible que te ocurra lo que a millones de norteamericanos. Según un sondeo realizado una semana antes de las últimas elecciones presidenciales, las que ganó Trump, en 2016 el porcentaje de ciudadanos de ese país que prefieren tener un yerno o una nuera de ideología similar se ha incrementado notablemente con respecto a los años 50 del siglo pasado.

Los datos los ofrece Lynn Vavreck, profesor de Ciencia Política de la UCLA, la Universidad de California en Los Ángeles: en los años 50 del pasado siglo el porcentaje de personas que se identificaban con el partido Demócrata que querían que sus hijas se casaran con alguien de esa formación era de un 33 por ciento, mientras que a finales del 2016 llegaba nada menos que al 60. En el campo republicano la diferencia es aún mayor. Si hace sesenta años los afines a ese partido que deseaban tener en la familia a alguien de la misma ideología era del 25 por ciento, en 2016 el porcentaje llegaba al 63 por ciento.     

Un dato incluso más científico citado por el mismo autor muestra el resultado de un sondeo realizado en 1958 por la prestigiosa organización Gallup a los norteamericanos de a pie, es decir, sin saber de antemano cual era su nivel de adscripción política. Un 72 por ciento de los encuestados o no respondieron o dijeron que no les importaba que alguno de sus hijos se casara con un demócrata o un republicano. En 2016 ese porcentaje se había reducido al 45 por ciento.

Se puede concluir, por tanto, que en el momento actual una mayoría de estadounidenses prefiere que sus hijos o hijas se casen con alguien de una ideología similar a la suya. O lo que es lo mismo, el matrimonio (por ahí va la pregunta en Estados Unidos, un país mucho más tradicional en ese aspecto) se ha convertido en ese país en una poderosa manera de asentar la afinidad política de los ciudadanos a través de la familia.

¿Sentarías a un intolerante en tu mesa?

En la España de los años 50, la del partido único, la única adscripción política posible de las familias era la que provenía del final de la guerra civil. Eras del bando ganador o del perdedor. En el primero esa condición solía mostrarse con altivez mientras que en el segundo se ocultaba por miedo. Fallecido el dictador, los primeros se convirtieron en las derechas y los otros en las izquierdas. Y así votaron los españoles en las primeras elecciones libres, en las que más o menos se reprodujeron los resultados de las que se celebraron durante la Segunda República. A finales de los 90, el sociólogo José María Maravall, concluyó que las lealtades partidistas en España se habían transmitido en el seno de las familias durante la dictadura.

No he encontrado datos fiables que permitan conocer el comportamiento de las familias españolas en cuanto a su adscripción a una ideología o su afinidad a los partidos políticos mayoritarios después de la transición y hasta la irrupción de las nuevas formaciones en el panorama electoral. No podemos hacer, por tanto, una comparación con lo sucedido en Estados Unidos, pero los estudiosos aseguran que también en España se da un alto grado de coincidencia ideológica entre padres e hijos.

Sentar a la mesa a alguien de un partido contrario al que se identifica la familia podía suponer, también en España, el inicio de un serio conflicto, pero la situación puede haber cambiado mucho en los últimos años, especialmente con la entrada en el Parlamento de Podemos y Ciudadanos. Tanto, que la mesa de Navidad debería convertirse, más que en un campo de batalla, en un escenario de debate.

Ya lo decía el ilustre pensador Norberto Bobbio. Aunque defendía la existencia de unos rasgos claramente diferenciados entre la derecha y la izquierda, proclamaba que una de las virtudes del laico debería ser la tolerancia y el respeto a las ideas del otro.

En Estados Unidos, donde las razas se mezclan desde hace varias décadas, la ideología política se ha convertido en una seña de identidad que prefieren mantener en familia. Y son los republicanos, los que votaron a Trump, los que más la defienden.