Por razones bien conocidas, la victoria de Donald Trump en la elección presidencial norteamericana, ha sido recibida con un sentimiento de fuerte preocupación en el mundo entero tal vez con la excepción de Rusia y de Israel.

Vladimir Putin, muy en su estilo rompedor y desenvuelto, había parecido halagado con los elogios de Donald Trump, quien le ve como un líder resuelto, nacionalista... y potencialmente muy agradecido con el explícito proyecto del candidato republicano de abandonar la OTAN, descrita por él como una especie de club de vagos cuyos recursos militares son, en realidad, proporcionados (y financiados) por Washington.

En lo tocante a Israel o, más crudamente dicho, al conflicto israelo-palestino, no vaciló en decir en público que una vez en la presidencia trasladaría la embajada de los Estados Unidos de Tel-Aviv (donde la tiene todo el mundo) a Jerusalén, la "capital eterna" del pueblo judío, cuya parte oriental fue ilegalmente anexionada por Israel en 1980. La promesa era parte del paquete de agradecimientos al multimillonario judeo-norteamericano Sheldon Adelson (el rey de los casinos, sí, el que pensó abrir uno en Alcorcón) que financió a fondo su campaña.

Más conocido es el plan de Trump para obligar al gobierno mexicano a construir un gran muro a lo largo de la frontera compartida, pagarlo y, además, prepararse a recibir a dos o tres millones de mexicanos ilegales que pensaba deportar por la rápida vía de las órdenes administrativas.

No está muy claro qué actitud asumirá ante Irán porque el histórico acuerdo alcanzado por Washington con el país de los ayatollahs, un logro capital de la administración Obama, goza del aval de Moscú pero de la animadversión de los países árabes del Golfo, encabezados por Arabia Saudí y...  de Israel y ha reordenado a fondo el escenario regional.

Europa, intranquila

En lo tocante a Europa, a la Europa continental, una agrupación de países donde no hay un solo gobierno grato a sus ojos, Trump entiende demoler la negociación secreta que Washington y la UE han llevado a cabo durante años: el TTIP  ("Acuerdo Trasatlántico de Comercio e Inversiones"), percibido como un camino hacia la mundialización liberal de la economía internacional.  El debate es aquí menor por la buena razón de que las críticas de Trump  y las de los adversarios del acuerdo en Europa, son parcialmente convergentes.

Muy significativa respecto a cómo recibe Europa la victoria del excéntrico e imprevisto nuevo presidente norteamericano es que el primer líder europeo que le envió un mensaje de felicitación fue Marine LePen, lideresa del muy xenófobo, populista y ultra "Frente Nacional" francés. Las cosas van aclarándose...

Las capitales europeas, como es de rigor, no habían tomado partido oficialmente por ninguno de los aspirantes, pero su predilección por Clinton era evidente: garantizaba el mantenimiento del statu quo hoy tan delicado en el renglón de la seguridad, con el auge del yihadismo terrorista y la crisis multilateral en Oriente Medio, donde hay intereses convergentes entre Europa y USA desde el fin de la II Guerra Mundial.   

Es cierto, por lo demás, que la garantía final de seguridad de Europa occidental reside en la alianza con Washington que alcanza proporciones de intimidad atómica con el Reino Unido y mantiene armas nucleares en suelo de Alemania y de Turquía, un país musulmán, por cierto, y  miembro de pleno derecho de la OTAN. Todo esto podría ser revisado por un gobierno Trump

España: sin novedad 

¿Y España?  Nada relevante que reseñar. La cooperación era sólida y eficaz desde los acuerdos Franco-Eisenhower de 1953 y desde la muerte del dictador en 1975 Washington se atuvo a respaldar el proceso democratizador y solo se puede anotar en su descrédito el inolvidable "asunto interno" que le pareció en sus primeras horas el golpe del 23 de febrero de 1981 al entonces Secretario de Estado del presidente Reagan, el torpe Alexander Haig.

Remediado el desliz, todo fue bien desde entonces y la relación bilateral ha sido una balsa de aceite a partir de la confianza política y el auge de la antigua cooperación militar: dos bases de gran importancia, Morón y Rota (ésta última aeronaval), el oleoducto Rota-Zaragoza, y más de tres mil militares norteamericanos entre nosotros. Con toda probabilidad, nada de esto cambiará.

George Bush visitó España para premiar la sumisa fidelidad de José María Aznar a su política exterior. Eso fue en junio de 2001 y en realidad fue un encuentro personal con Aznar en la finca estatal "Quintos de Mora" el 15 de marzo de 2003, con toda pompa, el mismo Aznar se reunió de nuevo con él (y con el desdichado Tony Blair) en las islas Azores para expresar la firme determinación de la coalición que invadiría Iraq... solo cinco días después.

Rajoy, a la espera

¿Habría ido el cauteloso gallego Rajoy a las Azores, contra la explícita oposición de la sociedad española? Ahora lo tiene más fácil con Trump: lo recomendable -- y la UE lo hará saber en su momento con claridad, aunque deberán pasar meses, empezando por los que faltan para la toma de posesión el 20 de enero -- es tener al nuevo e impresentable Trump lo más lejos posible. Madrid, juiciosamente, adoptará lo que la UE decida.

Trump presidente, en fin, tampoco será un calco absoluto del Trump candidato y sus excesos serán refrenados por la fuerza de las cosas, es decir por el rechazo que suscita el nuevo mandatario norteamericano salvo en las áreas xenófobas, ultranacionalistas y populistas de derecha, en auge, con los matices que se quiera, en Francia, Austria, Hungría, Polonia, Holanda e incluso, más educadamente, en el Reino Unido.    

Algo hemos ganado, en todo caso: no vendrá un tal Trump porque, sencillamente, todavía no sería bien recibido en el viejo Continente y no podría darse el lujo de un baño de multitudes. Menos mal...