En 2006 Louise Osmond, y Jerry Rothwell realizaron el documental Deep Water sobre la figura de Donald Crowhurst (1932-1969). En él, indagaban en su controvertida figura repasando su vida de manera sucinta y, después, centrándose en los preparativos para llevar a cabo la regata “Golden Globe” en 1968, patrocinada por el Sunday Times, y en la que, por primera vez, los participantes debían realizar una circunnavegación en solitario y sin ninguna parada. Crowhurst, sin casi experiencia como navegante, consiguió el dinero suficiente para construir un catamarán y aceptar un reto que, además, implicaba endeudarse de tal modo que, de no conseguir terminar la regata, perdería su casa.

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James Marsh ha recreado lo anterior en Un océano entre nosotros (título que no hace justicia el original, The Mercy, mucho más certero con lo planteado en la película), logrando en gran medida alejarse de los contornos del biopic más al uso, algo que sí hizo en La teoría del todo, a partir de la vida de Stephen Hawking, para realizar una película que usa los contornos del cine de prestigio británico como base para entregar una historia fragmentada y bastante más experimental de lo que parece a primera vista, así como compleja a la hora de acercarse a un personaje lleno de claroscuros. Durante una primera parte, Marsh presenta a Crowhurst (Colin Firth) y los preparativos alrededor de la regata a modo de cuadros rápidos que dan habida cuenta de algunas características de su personalidad, así como lo retratan dentro de la comunidad en la que vive y junto a su familia, ante todo con su mujer, Clare (Rachel Weisz). Una vez que arranca su travesía, la acción se divide entre su vida en el catamarán, sus recuerdos y lo que acontecen en tierra a la espera de ir sabiendo de él.

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Durante su travesía, Crowhurst rodó, además de anotar en su diario de bitácora, momentos de su día a día en el océano. Esas imágenes, que aparecían en Deep Water, surgen en Un océano entre nosotros fotografiadas por Marsh y Benoît Delhomme de tal manera que, sin caer en el pastiche, confieren a las imágenes de la película de un tono no tanto documental como irreal, recreando las texturas visuales de su tiempo en época digital. Esto y su adecuación, pero a la vez transgresión, de los modos del cine de prestigio británico, otorgan tanto de elegancia a las imágenes como de cierta irrealidad a una historia carente de épica alguna y sí de una mirada crítica hacia un hombre víctima de su propia ambición. Según avanza la película y se conoce, además, algunas cuestiones turbias durante la travesía por parte de Crowhurst, Marsh muestra la complejidad del personaje, pero sin condescendencia alguna hacia sus decisiones, pero sí apelando a un intento de comprensión. En este sentido, Un océano entre nosotros se erige como una película tan extraña como estimulante que tan solo carece, aunque lo muestra, de más profundidad sobre el contexto social que rodeó a Crwohurst en relación a la prensa y a la presión que sufrió a partir de su una decisión propia y que, como muestran sus últimas imágenes, diluyó a un hombre hasta su desaparición.