El Teatro Bellas Artes de Madrid nos presenta Hoy: el diario de Adán y Eva, un obra que en esta ocasión protagonizan Fernando Guillén Cuervo y Ana Milán, pero que ya fue un taquillazo, hace años, en la versión interpretada por Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza. La pieza se basa en el relato homónimo de Mark Twain, que en España ha publicado la editorial Libros del Zorro Rojo.


He aquí tres motivos para no perderse ni la obra ni el libro.


1. Porque la obra refleja un dato, desconocido para muchos, del escritor estadounidense Mark Twain, uno de los autores más brillantes, ácidos y polifacéticos que ha dado la literatura. Ese dato es su interés por sonado idilio de Adán y Eva, si bien, en especial, al autor le interesaba la figura de Adán, a quien decía envidiar porque nunca habría sentido la tentación de cometer ningún plagio (aunque sabido es que sufrió otro tipo de tentaciones). Fue muy pronto cuando a Twain le picó el gusanillo por investigar a la célebre pareja, e incluía en sus obras detalles de la vida de aquella. Así, menciona la tumba de Adán en Inocentes en el extranjero, y en Huckleberry Finn evoca la felicidad edénica en la Isla de Jackson. Ya en 1904, Twain se deja llevar por la pasión y publica Extractos del Diario de Adán, y en 1906, Extractos del Diario de Eva, concediendo voz propia a los moradores del paraíso. Años más tarde, le propuso a su editor unificar ambos títulos en el delicioso relato Diarios de Adán y Eva, que en España ha publicado, en una espléndida edición ilustrada por Francisco Meléndez, la editorial Libros del Zorro Rojo, y sobre el que se basa la obra que ahora se representa en el Teatro Bellas Artes. Un montaje que protagonizan –de maravilla- Ana Milán y Fernando Guillén bajo la dirección de Miguel Ángel Solá, también encargado de adaptar el texto original para convertirlo, además de en una historia de amor, en un homenaje a la radio. Solá ya protagonizó la pieza, junto con Blanca Oteyza, hace veinte años (aunque la gira se prolongó más de una década), y el taquillazo fue histórico en las decenas de teatros en los que se representó, incluidos varios españoles.


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2. Para divertirnos, porque a los Diarios de Adán y Eva, Twain les dio la forma de relato cómico. Así, aunque nos cuenta la historia de amor de nuestros remotos padres, de los labios de los propios interesados y sin obviar las luces y sombras propias de toda convivencia (incluida esta, por mucho que el nido de amor fuese la capital del placer, el Edén), el tono es irónico, incluso tronchante por momentos. No sorprende, viniendo de la pluma de quien nunca escatimó sacrcasmo y chistes en sus obras. El texto también no sirve para constatar el talento de Twain más allá de las novelas de aventuras y de la infinidad de aforismos que circulan, de forma tan viral, por la red (el autor tiene su propio fake en Twitter, @MarkTwain).

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3.Para recrearnos con esta ingeniosa visión de la lucha de sexos, claramente feminista, de Twain. El autor ironiza sobre el Génesis, y reorganiza la jerarquía de géneros que éste postula, otorgándole autoridad también a Eva. Hace pivotar su narración en el estupor que los amantes se causan mutuamente, aunque también nos ofrece la versión de la pareja sobre los acontecimientos bíblicos y su relato sobre cómo se las apañan para organizar su cotidianeidad entre hojas de parra. A Eva la muestra más vulnerable. Tiene más conciencia, más sentido estético y mayor curiosidad científica que Adán, a quien, por cierto, ella responsabiliza de la expulsión de ambos del paraíso, si bien su amor por él nunca flaquea, ni siquiera cuando tiene que diversificar el cariño a raíz del nacimiento de los hijos de ambos. Inicialmente, Adán, egocéntrico, no se acostumbra a lo parlachina que su futura mujer (o “la nueva criatura”, como al principio la llama sin el menor afecto). Tampoco le gusta el uso del plural de pareja y la manía de su costillita de ponerle nombre a todo. No obstante, termina queriéndola, y con una enorme ternura, al final del diario expresará que el Edén no tiene gracia si ella no está. Así lo resumiría en el epitafio que le inscribió: “El paraíso era el lugar donde ella estaba”.

Foto: Max Arroyo.

Ilustraciones: Francisco Meléndez.