Tras dos películas apegadas a la realidad actual como Versalles (2008) y El ejercicio del poder (2011), el cineasta francés Pierre Schoeller realiza Un pueblo y su rey (2018), ambientada en la Revolución Francesa, arrancando con la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, y terminando con la ejecución en la guillotina de Louis XVI el 21 de enero de 1793. Un trabajo que se mueve entre los modos del gran espectáculo y el relato íntimo, esto es, entre la Historia y la historia.

'Un pueblo y su rey", de Pierre Schoeller

Schoeller desarrolla Un pueblo y su rey en dos parcelas: en las calles de París atendiendo a las clases populares; y en los enclaves del poder político que debaten el devenir revolucionario a lo largo de tres años y medio, llevando a cabo un enorme trabajo de concreción narrativa, pasando de una época a otra sin transiciones, dando por hecho que los sucesos, en cierta manera, se conocen. Más que nada porque Schoeller no está interesando en narrar la Revolución Francesa, no al menos de una forma historiada normativa, sino en desarrollar un relato basado en esas dos vías narrativas que tienen, además, su correspondencia en la forma en que las visualiza.

La lucha de las clases populares por convertirse en ciudadanos y revertir la situación social en la que han vivido mientras siguen con sus vidas frente a los enfrentamientos políticos vertebran un relato que posee los mimbres de una gran producción -lo es en muchos sentidos- pero queda ahogada bajo una rigurosidad tanto formal como discursiva por parte de Schoeller que resulta, como poco, llamativa en su densidad: el cineasta es capaz de alargar una votación al final de la película para evidenciar la complejidad del momento y la tensión inherente a él, para mostrar a todos los representantes de cada sector votar. Una elección formal llamativa que, por ejemplo, contrasta con la calidez con la que se acerca a los personajes del pueblo, como la idea inicial de mostrar los rayos solares introduciéndose en las calles mientras cae la Bastilla o la relación entre los amantes, una línea romántica que quizá lastra algunos momentos y que, sin embargo, ayuda a conferir a la película de un sentido más humano frente a la dureza de lo político.

'Un pueblo y su rey", de Pierre Schoeller

Un pueblo y su rey no pretende ser una lección de Historia, sino un acercamiento a ella, a unos sucesos en particular, para articular una doble mirada que tiene que ver tanto con lo político, en cuanto a la diferencia entre quien lo ejerce y quien lo sufre, como la manera de ponerlo en imágenes. Schoeller opta, como decíamos, por los mimbres de la superproducción de prestigio, aunque ésta acaba diluyéndose poco a poco en pantalla a pesar de tener un magnífico diseño de producción y un trabajo, brillante en muchos momentos, a la hora de contextualizar visualmente el contexto físico en el que se enmarca la película. Abierta a varias perspectivas, algunas más trabajadas que otras, pero, en conjunto, creando un acercamiento muy interesante al cine histórico, Un pueblo y su rey muestra la manera de adecuarse, desde una mirada personal y unas formas muy particulares, a una herencia cinematográfica la cual no anula sino adecua a unos intereses que van más allá de lo espectacular, usando su armazón para adentrarse en un terreno introspectivo en el que la Historia confronta con la historia.

Schoeller ha realizado una película singular conjugando, como decíamos, dos espacios y dos formas visuales para acercarse a cada uno de ellos, que busca un cariz reflexivo no solo para entender algunos elementos en los que derivó el ejercicio revolucionario tras la ejecución del rey, también para poner de relieve la distancia existente en ocasiones entre los deseos de las clases populares o ciudadanos y las decisiones de aquellos que han sido elegidos para representarlos. Una lejanía entre necesidades reales e intereses ideológicos que, vista desde el prisma del hoy, Un pueblo y su rey no puede por más que resultar, por momentos, atemporal.