Beautiful boy (2018), de Felix Van Groeningen, es una obra cuya narración se desplaza, como una capa tectónica desajustada, sobre los efectos, sin que se logren perfilar las causas. ¿O es que no se pueden perfilar, y en esa fisura reside su abisal elocuencia?. Es una narración a la deriva, como dos piezas, padre e hijo, David (Steve Carell) y Nic (Timothée Chamalet), no logran encontrar el nexo. Se adaptan las memorias del padre, o su perspectiva, o desorientación, Beautiful boy: a father's journey through his son's addiction, pero también las del hijo, su perspectiva, o desorientación, Tweak: Growing Up on Methamphetamines. La narración está constituida por esquirlas, o añicos, de distintos tiempos y perspectivas, que parecen representar el denodado pero infructuoso viaje de un padre a través de la adicción de su hijo a las drogas. A través, como si se consignara un trayecto, pero no un puerto que se alcance. Se alternan las vicisitudes o extravíos de ambos. David se desplaza por su hogar idílico, esa exquisita casa que parece extensión del entorno natural, un espacio luminoso, aseado, armónico, como si no existiera mácula alguna. Las paredes son de madera, como si no existieran barreras o límites, pero David sí las siente, o quizá las implante él mismo. No logra penetrar en la mente de su hijo,como no logra solucionar su extravío, porque desconoce de qué materia esta hecho. ¿Brota de la desesperación, de la desconexión o desajuste con el entorno, como quien se siente fuera, sin lograr integrarse por mucho que lo intente?¿Es el cortocircuito por la presión de conseguir los más brillantes resultados en sus estudios?¿Es una búsqueda epicúrea, una amplificación de los sentidos, que se torna enajenación?. La narración se delinea sobre esa fractura, con saltos en el tiempo, que reflejan diversas edades de Nic, diferentes pasajes de la relación paterno filial. Pero, aun así, no logra vislumbrarse con nitidez la raíz de ese extravío que captura a Nic con la adicción a las drogas.

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El trayecto parece concluir en la afirmación de los letreros finales: la adicción a las drogas es la más mortífera epidemia, el principal causa de muertes. ¿Esa era su dirección, como advertencia, como si resucitara la recurrente apocalíptica demonización de las drogas décadas atrás?. Sea o no sea ese su propósito, lo fundamental es que, finalizada la narración, no se ha logrado definir, más allá de ciertos detalles difusos, por qué Nic se embarca en esa red que le atrapa y convierte en un ser definido por las mentiras, el comportamiento errático, la ofuscación, el parasitismo y los arrebatos de intemperancia. La superficie del comportamiento del adicto, su cartografía, se delinea con precisión: Roba y miente por conveniencia y necesidad. Su finalidad es la consecución de los medios que le faciliten lo que desea, la droga. Descoloca a los que le rodean, a la vez que se coloca, aunque más bien se descoloca, como quien desajusta una sistema, y se implosiona a un mismo tiempo. Por ello, tras esa mirada vidriosa, desorientada, aturdida, ¿sólo hay el vacío?¿O es la mirada del padre que no logra descifrar por qué alguien con excepcionales cualidades intelectuales, reflejadas en sus notas y becas conseguidas, opta por esa negación de sí mismo, ese borrado en una deriva en la que quisiera desaparecer, sin saber si realmente quiere retornar al hogar, volver a encontrar un puerto, o simplemente alejarse del mismo, perderse?¿Se rebela contra algo, es mera desidia, un cortocircuito vital, una mera inercia que le hace prisionero?. Quizá el trayecto de la narración sea el de las interrogantes, o más bien el del extravío, o parpadeo perplejo o desesperado, hacia las respuestas que se enroscan y confunden en las interrogantes.

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Por eso, el fundamental atractivo de Beautiful boy reside en su modulación narrativa, impresionista, y sus medidas composiciones, como retazos de penumbras que no consiguen del todo hacerse luz, aunque se esfuercen. Sus medidas composiciones parecen esbozadas en un proceso de definirse, como la deriva narrativa musicaliza la cohesión que no logra consolidarse entre la mirada impotente del padre y la emborronada del hijo. Es una narración que se define por las paradojas, pero también por las colisiones. Por sostenerse en superficies, la narración forcejea con la irregularidad y el desequilibrio, como si avanzara a brochazos, algunos más intensos o efectivos, en los que resulta fundamental el diseño sonoro. No sólo el empleo de las canciones que jalonan la narración, como si fueran pedazos que buscaran unirse en una sola composición, sino por el puntual uso de distorsión o sustracción parcial de sonidos, acordes a esos trances en los que Nic se queda colgado en ese estado que no es armonización, aunque parezca buscar ese estado, esa sensación de ajuste, que no logra encontrar en estado sobrio. Pero su padre, en su capsula, como su hogar parece aislado del resto de la realidad, no logra discernir cuándo su hijo desea lo que expresa o cuándo más bien expresa lo que le conviene para conseguir de su padre lo que necesita. Por eso, no sabe cómo lidiar con sus lágrimas, no sabe qué expresan, si son sinceras, si evidencian una intemperie vital, o si son estrategias escénicas. No sabe si quiere volver para aprovecharse de él o porque añora un vínculo que no logró consolidar por alguna causa que ignora. El plano final, un plano distante, general, con enredaderas a su espalda, condensa ese desencuentro, esa distancia no superada entre ambos.