Apuntes en torno a la exposición “Metamorfosis: visiones fantásticas de Starewitch, Svankmajer y los hermanos Quay” en La Casa Encendida de Madrid (2 Octubre, 2014 - 11 enero, 2015).

Escribe Jan Svankmajer en un texto dentro del catálogo de la exposición que los gabinetes de curiosidades «dibujan un “mapa” de un mundo totalmente distinto del de los museos oficiales, ya que, de hecho, hay básicamente dos cosmovisiones: por un lado, la concepción racional (científica, positivista) del universo, y por el otro, el mundo mágico de la imaginación».

Cierto es que los gabinetes de curiosidades, también llamados Wunderkammen o Cabinets de Curiosités tuvieron su época de esplendor durante los siglos XVI y XVII, períodos durante los cuales se llevaron a cabo las grandes exploraciones y en las que se recopilaban objetos raros o cuanto menos curiosos. Pero los gabinetes, a pesar de ser inicialmente colecciones particulares se regían conforme a cuatro categorías. La llamada Naturalia que englobaba objetos de los mundos mineral, vegetal y animal; Exotica con todos aquellos provenientes de lugares lejanos, Scientifica que abarcaba los instrumentos y mecanismos científicos y Artificialia donde estaban agrupados todo lo creado por la mano del hombre. Si bien todos estos gabinetes fueron los precursores del museo, y en los que ya había una cierta organización del saber en un intento por crear un compendio global del conocimiento, imprimiéndoles de alguna manera un componente didáctico, también había en ellos una vocación por acumular piezas singulares, diferentes, curiosas e incluso extrañas, aquellas que se saliesen de lo normal, y que en muchas casos venían acompañadas por lo fantástico o lo enigmático.

Si muchas de ellas, por las razones que fuese, acabaron perdiéndose otras, como las colecciones de Francisco I y Enrique II fueron el origen de la Biblioteca Nacional de París y el Museo del Louvre. Sin embargo, una de las más grandes e importantes fue la de Rodolfo II en el castillo de Hradschin en Praga que contenía infinidad de piezas de todo tipo y en la que, al parecer, precisamente lo raro y lo curioso tenía preeminencia sobre los demás objetos como autómatas, ingenios mecánicos y todo tipo de curiosidades procedentes de otras culturas. Pues son las excepciones, las rarezas, lo que realmente diferencia y potencia al mismo tiempo una colección. Como también la posesión de una colección no solo era un bien exclusivo de reyes o aristócratas, sino también de personas de clase media quienes como el médico danés Ole Worm reunió en Copenhague uno de los inventarios privados más destacados de aquella época.

Sin embargo el concepto de los gabinetes de curiosidades en cierta manera posee relación con las exposiciones universales del siglo XIX, donde junto con los nuevos avances técnicos también se exponen muchas otras curiosidades. Como también la mayoría de artistas de las vanguardias históricas van creando sus propias colecciones caso de los escritores surrealistas André Bretón o Louis Aragon o artistas coetáneos suyos quienes, como Modigliani o el propio Picasso se inspiran en las máscaras africanas como ponen de manifiesto los rostros de Las señoritas de Avignon (1907) del pintor malagueño.

Pero, a partir de esta última premisa podemos iniciar un particular viaje a través de las fotografías existentes de los talleres de muchos de estos artistas para comprobar que además de ser espacios de trabajo, también son lugares, en la mayor parte de los casos, de acumulación y conservación de todo tipo de objetos. Objetos que a veces sirven como modelo y que en otras esperan algún día serlo, o que acaban siendo finalmente un objeto expositivo por el hecho mismo de haber formado parte del inventario de tal o cual artista.

Pero más allá de lo extraordinario en esos objetos, de su utilidad originaria que en muchas ocasiones está relacionada con el mundo exotérico, como sucede con todos aquellos que proceden de culturas tribales, o simplemente por su propio exotismo, hay en las colecciones de los cuatro cineastas representados en la exposición, ese espíritu, esa intención por crear una galería, un museo hecho a medida. Una variedad de objetos, marionetas, personajes, escenarios, artilugios, dibujos e ilustraciones imposibles y quiméricas que desprenden múltiples referencias e influencias de los mundos creados por El Bosco, de los seres pintados por Arcimboldo, de los tratados de anatomía o los grabados y dibujos naturalistas de los siglos XVIII y XIX, de la tradición popular de los cuentos europeos, del universo creado por Julio Verne, por Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas o Bruno Schulz en su inquietante El sanatorio de la clepsidra, de la estética de pioneros del cine como Georges Méliès, de los collages de los Dadaístas y Surrealistas, del imaginario de los animadores del Este como Karel Zeman o Walerian Borowczyk, y tantas otros más.

Al fin y al cabo las influencias son inevitables, como quizá también y siguiendo el ideario de Svankmajer, todos esos objetos son representaciones físicas, o espejismos materializados, de un pensamiento o una idea, pero también los hay que han sido vividos, es decir, usados en función del manejo que les hayan dado sus anteriores dueños. Pero además, la mayor parte de ellos han sido concebidos por los propios Ladislas Starewitch, Svankmajer y los hermanos Quay, muchos para sus películas y que ahora, forman parte de ese tan complejo como fascinante museo imaginario, junto con aquellos otros que han ido reuniendo con el paso de los años.

«Las obsesiones son legado de la infancia», escribe Svankmajer en su decálogo, como también afirma más adelante que «la imaginación es subversiva, porque contrapone lo posible a lo real». Y esa es en parte la materia de la que están hechos los sueños que nos proponen estos cuatro grandes cineastas

Leer más de esta exposición: "Metamorfosis. Visiones fantásticas", una exposición hacia otras realidades.