Ocurrió por primera vez en 1983, cuando el Metropolitan programó una exposición conmemorativa de los, hasta entonces, 25 años de carrera de Yves Saint Laurent. Causó revuelo entre críticos y aficionados, que se negaban a otorgarle al diseño de vestuario el estatus de Arte.

Desde entonces, muchos museos han abierto sus puertas a la exhibición de diseños de moda, junto a sus picassos y sus dalíes, pero el debate de si la Moda debe encumbrarse como el Octavo Arte, sigue abierto. El Museo Thyssen-Bornemisza echa ahora leña a este fuego con la primera gran retrospectiva de Hubert de Givenchy, que podemos visitar hasta el próximo 18 de enero.
Más de medio siglo después de que Audrey Hepburn se enfundara en aquel famoso vestido negro en Desayuno con diamantes que le granjeó al modisto francés, retirado en 1995, un sitio entre los grandes de la aguja, el museo madrileño apuesta por repasar la carrera de esta figura exhibiendo 95 piezas y accesorio expresamente elegidos por él, de entre los que marcaron sus cuatro décadas de carrera.

Con sus sofisticados diseños, y siguiendo el ímpetu nobiliario que corría por sus venas y los consejos de su maestro Balenciaga, Givenchy creó, con sus diseños, un universo de fantasía glamurosa que constituía un contraste en la sombría década de los años 50, y contribuyó a crear iconos como Jackie Kennedy, Liz Taylor o Grace Kelly. Un estilo que, si bien no era apto para todos los bolsillos, influyó en la ropa de las mujeres de a pie, que se animaron a abrazar la sobriedad como una forma de elegancia y a copiar las vanguardistas ideas de bordar perlas en los vestidos.
A raíz del aumento de la potencia de la industria de la moda y la gastronomía en muchos países –incluido el nuestro-, ha crecido el interés teórico en torno a ellas, y cada vez con más frecuencia nos preguntamos si a la moda y la gastronomía se las puede considerar Arte. Entre los reticentes a meter ambas disciplinas en el mismo saco, se encuentran diseñadores, como Marc Jacobs o Comme des Garçons’s Rei Kawakubo. Argumentan que la diferencia entre una cosa y otra está, esencialmente, en la función que tienen cada una de las dos cosas: la moda cubre directamente una necesidad básica, la de vestirse, mientras que el Arte no es intrínsecamente funcional, o al menos no más allá de ser un alimento espritual. Además, hay quien mantiene que el diseño de ropa no tiene una vocación trascendental como la del Arte, y está supeditada a un interés comercial que limita su libertad; si bien, tal como ha apuntado la economista Claire McAndrew, los artistas están cada vez más condicionados por el mercado, y en algunos casos se han convertido en marcas en sí mismos.
En el bando de los identifican a la Moda como un Arte también figuran diseñadores, como John Varvatos, Paul Poiret o Elsa Schiaparelli (dejó constancia de ello en su autobiografía). En general, aquí se percibe la Moda como un arte aplicado o decorativo, pero que, en todo caso, es expresión de creatividad y, a veces, genio, y que, al igual que lo hace un cuadro o una pieza de cerámica, cumple la función social de servir de huella del modo de vida, usos y costumbres de un periodo histórico.

Hubert de Givenchy. Museo Thyssen - Bornemisza. Hasta el 18 de enero. www.museothyssen.org

HEMOS COMENTADO ESTA EXPOSICIÓN CON EL DISEÑADOR ESPAÑOL YONO TAOLA. ESCÚCHALO AQUÍ.

Foto: Robert Doisneau.