Paco Mir, de Tricicle, vuelve a la cartelera en solitario con una hilarante pieza de Broadway y una divertida seudo ópera. Mir no se encasilla, pero, sin duda, tiene el secreto del mecanismo del gag visual.


El nombre de Paco Mir vuelve a multiplicarse en la cartelera. El actor, dramaturgo y dibujante (sí, también lo es, ha publicado en emblemáticas cabeceras como TBO o El Jueves), y el más mediático de los miembros de la compañía Tricicle, hace doblete con dos obras en las que vuelve a relucir su melomanía. Si hace años nos presentó en Candide su versión de una opereta de Verdi, y en Los hijos del Capitán Grant se arrancó con una zarzuela, ahora se decanta, en calidad de adaptador, por el sonido de Broadway, versionando Dos peor que uno de Richard Bean, uno de los éxitos más recientes del National Theatre de Londres que aquí dirige Alexander Herold; y en calidad de director, por una hilarante parodia del mundo de la ópera, La ópera de cuatro notas. Y una vez más, es uno de nuestros templos del humor escénico y del teatro musical el que apuesta por Mir acogiendo estos montajes, el Teatro del Canal de Madrid, que rige Albert Boadella, otro de los dramaturgos que, como Mir en Tricicle, cambió el rumbo del teatro cómico en nuestro país, en la Transición.


Eso sí, los de Boadella y Mir son humores divergentes, aunque perfectamente compatibles. Es más, posiblemente se complementen y hasta resulten necesarios en esta época, si es verdad que en tiempos de crisis se reclama más humor. Son divergentes porque, como es sabido, Boadella, al frente de El Joglars, ha cultivado un humor político, militante. Satírico, corrosivo. Asentado en una narración compleja, que hace una lectura irónica de la realidad. Las bazas de Paco Mir, en cambio, está en un humor más amable, fundamentado en la comicidad de las situaciones que crean sus piezas, y no tanto en las historias que éstas cuentan, y con vocación de pasatiempo. Su seña de identidad es un humor de resortes gestuales, que, si está bajo el paraguas de Tricicle, incluso se halla exento de palabras, a caballo entre el mimo y la pantomima. Es, en todo caso, un humor espontáneo, que se la juega dejando mucho a la improvisación del actor, y a su comunicación e interactuación con el público.


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No es extraño, a la vista de lo expuesto, que Mir se sintiera atraído por la pieza de Richard Bean que él adapta con el título de Dos peor que uno. Y es que se trata de una revisión del género italiano y renacentista de la Comedia del Arte, inspirada directamente en Arlequino servidor de dos patrones, un texto de Carlo Godoni (Venecia, 1707 – París, 1793). El texto se ambienta en los años sesenta, en un pueblo italiano que domina la mafia. Pero su estructura se perfila siguiendo la línea de aquellas piezas que se impulsaron en el siglo XVI en los carnavales de Venecia. A saber: una trama sencilla, normalmente de enredo, sobre la que los actores improvisaban (de ahí que también se la llamase commedia all improviso, y se contrapusiese a la comedia erudita, cuyo texto se escribía íntegramente); una serie de bromas asignadas a cada actor, a partir de las que él construía, con la función ya en marcha, su interpretación, apoyándose en la pantomima e interactuando con el público, lo cual favorecía que las funciones se realizasen al aire libre, en plazas o ferias; y unas categorías de personajes muy determinadas, como el pater de familia o pantalone, el zanni o anciano y el arlequín o sirviente, cuya labor era engrasar de ritmo la obra. El arlequín, que era, en cierto modo, una evolución escénica del bufón de la corte del medievo, constituía un icono de libertad, pero también era un liante y un guasón (no en vano, en el juego de cartas inglesas representa al joker), algo retardado mentalmente aunque con fogonazos de ingenio, pasota, muy básico en sus instintos (solo piensa en comer y en las mujeres), y correveidile, lo que solía complicarle su vida y la de los demás.


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El actor Fernando Gil, que saltó a la fama cuando interpretó al rey Juan Carlos en Telecinco, encarna al seudo arlequín de Dos peor que uno. Él es el cimiento del espectáculo. Una especie de maestro de ceremonias que supone el punto de apoyo de casi todas las escenas. Gil despliega una fantástica vis cómica, una gran capacidad de improvisación y una asombrosa soltura al interactuar, de manera constante, con el público (sí, es de los que sube a algún espectador al escenario). El resto del elenco también es digno de aplauso, en particular Toni González y Miner Montell. La obra se compone a golpe de gags, divertidos y surrealistas, amenizados con momentos de música en directo, sobre una historia de enredo sin demasiadas complicaciones, donde la comicidad se sirve a partir de la picaresca, el abrir y cerrar de puertas con torpeza, los juegos de palabras y malos entendidos, y los y chanchullos de los personajes.


la opera de cuatro notas


Y si en Dos peor que uno, Paco Mir es el adaptador del texto, en La ópera de las cuatro notas, su papel es el de director. La fórmula cambia, pero el resultado sigue siendo la carcajada. Esta original producción musical, basada en un texto de los años setenta, que recuerda a Einstein on the Beach de Philippe Glass y está espléndidamente interpretada por artistas tan solventes al cante como actuando, le aplica el humor absurdo a algunas convenciones de la ópera, repitiendo las mismas cuatro notas una y otra vez, acompañando parrafadas huecas de significado.


Dos oportunidades de admirar el arte de Paco Mir, un artista que no se encasilla ni cae en el agotamiento creativo. Sin duda, el mecanismo del gag visual, ese arte difícil y esquivo, es la especialidad de la casa en sus montajes. Lo domina, probablemente gracias a la “mili” que ha hecho con Tricicle, donde la expresividad ni siquiera tiene el apoyo de la palabra. Y en estas piezas de estupenda factura, ágiles y divertidas, se constata.


Dos peor que uno y La ópera de cuatro notas. Teatros del Canal de Madrid. www.teatroscanal.com