Este excelente monólogo, que lleva dos años en cartel y por el que su intérprete, María Hervás, estuvo nominada a los Premios Valle Inclán, analiza sin demagogias el papel de la religión en nuestra sociedad y el éxito de los grupos islamistas.


La época de la Ilustración disolvió, cual aspirina efervescente, el elemento religioso de nuestras sociedades, levantando una (relativa) frontera entre el pensamiento religioso y la razón, y, en gran medida por influencia del sociólogo Weber y de la modernización industrial, confinando la práctica religiosa a la esfera individual, privada, de la vida. Eso de rezar, mejor hacerlo en casa. El escenario descrito se afianzó muy lentamente, pero se mantuvo más o menos intacto, aunque con grandes diferencias entre países, hasta hace algo más de una década, cuando la religión volvió a ganar importancia, por motivos diversos.


O tal vez sea la religiosidad lo que está en alza. Esto es, el aprovechamiento de la religión con unos fines que pueden no tener nada que ver con la fe, en tanto que lo que se pretende es instrumentalizar las confesiones y los miedos existenciales para acumular poder o mantener un estatus económico. Así, los dogmas religiosos no solo se han vuelto más visibles y se han sacudido complejos, también proliferan las fuerzas políticas basadas (o eso dicen) en principios religiosos. Dos cosas, estas, que aparentemente ocurren con mayor intensidad en áreas musulmanas, pero, por un lado, en el Islam hay movimientos secularizados muy fuertes, y, por otro, no son ajenos al fenómeno India e Israel, y en el ámbito occidental, la religión ocupa un papel nada desdeñable en la política en países de Europa del Este y, por supuesto, en el país donde los presidentes del gobierno rubrican sus discursos con un “God bless you”, Estados Unidos.


El arte, y dentro de él, el teatro, no es ajeno al fenómeno descrito. Recientemente veíamos en el Teatro Español una estupenda versión de La sesión final de Freud, donde el creador del psicoanálisis enfrentaba su ateísmo al férreo catolicismo de C.S. Lewis. Entre tanto, dos años lleva en cartel (y llenando en casi todas sus funciones) el espléndido monólogo Confesiones a Alá, basado en la novela homónima de Saphia Azzeddine, en versión del director Arturo Turón y con una soberbia interpretación de María Hervás, que le valió una nominación a los Premios Valle Inclán 2013. La espina dorsal de la pieza es la práctica de la religión, y esa dicotomía entre su exposición pública y su reserva a lo privado. Qué lugar ha de ocupar en la esfera pública, si hay supuestos apóstoles que distorsionan la palabra sagrada en su beneficio personal, cómo hemos de relacionarnos con nuestros dioses, si podemos increparlos o solo hemos de venerarlos… Son dudas que se va formulando, de la manera más auténtica e inocente, la joven Jbara, una pastora de un pueblo marroquí encaramado entre montañas, Tafafilt, a la vista de los acontecimientos de su vida.


Acontecimientos que, de paso, nos llevan a reflexionar sobre otros dos temas: por un lado, el determinismo del siglo XXI, cómo nacer en un lugar social y políticamente descuidado puede condicionar destinos individuales incluso de manera trágica, abortando toda esperanza de calidad de vida. Por otro lado, el tan preocupante fenómeno de los grupos islamistas (que no islámicos); la obra expone, abonando una teoría a la que también se apuntan estudiosos como Sami Nair, que el caldo de cultivo y una de las claves del éxito de estas organizaciones residen en los estratos de pobreza de Oriente Medio, pues los grupos islamistas ofrecen a la gente asistencia allí donde el Estado no actúa, en las huecos que debería cubrir un Estado del Bienestar. Occidente, años después de provocar varios polvorines en la región, se relaciona, sobre todo económicamente, con regímenes que, en nombre de la religión, establecen esos sistemas políticos, sociales y económicos que atentan contra los derechos humanos, sobre todo contra los de las mujeres, a quienes cosifican y de quienes abusan a todos los niveles.


Aunque, para rizar el rizo, y en un alarde de talento de la escritora Saphia Azzeddine, el texto ofrece una tercera lectura, intimista, pues muestra la metamorfosis de la personalidad de la protagonista, la joven Jbara, a causa de las calamidades que vive: huye de su pequeño pueblo de base patriarcal cuando su familia la repudia al quedarse embarazada, se ve obligada a dar a luz en condiciones inhumanas, a abandonar a su bebé, a padecer abusos sexuales para conseguir trabajo, a entrar en ese mundo de engañosa apariencia que es la prostitución de lujo, o a padecer la cárcel y sus cloacas. Todo la conduce a ser más belicosa y más introspectiva. Jbara se construye un universo paralelo, algo así como la caverna de Platón, una idea propia de dios, donde se sincera con Alá. Se confiesa y le expone, de la manera más inocente, su escepticismo y sus críticas sobre esa viciosa sociedad de la que no puede escapar, y que la sanciona, con poco sentido, en nombre del profeta. ¿Se obvia la cuestión del velo? Pues sí, pero la trama tiene suficiente textura como para que no se eche en falta.


Confesiones a Alá es un monólogo duro por los temas que plantea, pero inteligentemente aliviado por el tono irónico, sarcástico y, por momentos, cómico que lo preside. Tiene mucho de autoficción, ya que su autora, Saphia Azzeddine, lo construyó fabulando sobre su propia vida, y como el inicio de una trilogía. En la versión que podemos ver ahora en el Teatro Lara de Madrid, la actriz que encarna a la protagonista, María Hervás, sostiene con buen ritmo las casi dos horas de función. Su talento y el tiempo que ya lleva la pieza en cartel le permiten brindarnos una sólida interpretación impregnada del acento y carácter marroquíes, y afrontar la montaña rusa de emociones que recorre la obra.


Un texto revelador, que se atreve de frente y sin tibiezas ni moralismos con la cuestión musulmana, tanto en su vertiente religiosa como en la social y en la política, yendo de lo general a lo concreto, personalizando, sobrepasando logomaquias y efectismos políticos o periodísticos. Nos traslada al corazón del problema, a las mayores víctimas que tiene la situación, la población más pobre. Un texto neutral, que carga sobre todo contra quien, en Oriente y Occidente, consiente a los que, instalados en el poder, abusan e instrumentalizan la religión. Un texto para no perdérselo.


Confesiones a Alá. Teatro Lara de Madrid. www.teatrolara.com