No todo el mundo sabe que Maquiavelo escribió El Príncipe hundido en la pobreza, durante un exilio interno en Italia. Dedicaba los días a tareas agrestes y a echar partidas de naipes con los paisanos de su pueblo, y las noches a representar, ya en casa y solo para sí mismo, disertaciones y monólogos, repasando a autores de la tradición grecorromana con una gran puesta en escena, donde buscaba explicación y encontraba consuelo para las terroríficas experiencias que había sufrido en un periodo previo, en el que conoció la cárcel y la tortura.


Era diciembre de 1513 cuando un desahuciado Maquiavelo, autor renacentista, el primer clásico del pensamiento político moderno y realista político, anunciaba que acababa de concluir El Príncipe, pero el texto solo vería la luz tras su muerte. Con el tiempo, ese opúsculo se ha convertido en su título más célebre, pero también en el peor interpretado por los lectores. Es un tratado sobre el poder que no menciona a ningún mandatario en concreto, aunque se cree que está inspirado en las maniobras de los Borgia y los Medici, para los que Maquiavelo realizó funciones diplomáticas y de asesoramiento, y en el caso de los segundos, lo despidieron, acusaron de traición y encarcelaron, convirtiéndose en los responsables de la miseria en la que murió el autor. También se cree que Maquiavelo pudo basar sus observaciones en Fernando el Católico.


En cualquier caso, al publicarse, El Príncipe se tachó como el culmen del cinismo político y la Iglesia lo censuró, y su mala fama ha perdurado hasta hoy. “Hemos creado la palabra ‘maquiavélico’ asociándola a lo oscuro, y sin embargo, en El Príncipe, el autor describe cómo históricamente los príncipes, los sistemas, han intentado conservar el poder, sin entrar en juicios morales. Es un libro de cabecera para políticos de todas las ideologías, y en el fondo, un análisis descarnado del ser humano, y en particular de las presiones personales de los hombres que manejan el poder”. Habla Juan Carlos Rubio, uno de esos directores infalibles y prolíficos de nuestro teatro actual (Tres, Páncreas), que, aunque no suele hacer gravitar sus montajes en torno a textos clásicos, ahora llega a los Teatros del Canal con la excelente pieza El Príncipe, tras su aplaudidísimo paso por los festivales de Alcalá, Olmedo y Almagro.


Se trata de un monólogo magistralmente interpretado por Fernando Cayo (De ratones y hombres, Rinoceronte), basado en un texto del propio Rubio que fusiona extractos de El Príncipe y otros escritos políticos y cartas personales de su autor. La obra resultante, por su calidad y rigor histórico, ya ha sido no solo ese ‘éxito de público y crítica’ del que suele hablarse en relación con los espectáculos teatrales, sino también una pieza muy alabada por la doctrina. “En teatro, no hacemos matemáticas. Nadie tiene la clave del éxito. Llevar a escena un clásico como este, que nunca había estado, es toda una aventura, existe un riesgo en su acogida, aunque no creo que el público español sea poco receptivo a los clásicos. Este es un texto difícil, filosófico, aunque tenga un salto a la vida personal de Maquiavelo, basado en una carta en la que, al final de su vida, le cuenta a un amigo que cada noche se viste de lo que fue, un asesor político influyente, para soñar que vuelve a serlo. Hace años que quería hacer una traslación de un texto político como El Príncipe al escenario, sobre todo reflejando ese lado humano. Pero no di el paso hasta que un actor tan estratosférico como Fernando Cayo me dijo que sí. Y la aventura, la creación, es compartida entre él y yo”. Fernando Cayo está solo en un escenario atemporal, que recrea un despacho con “una estética Mad men, que es maravillosa. Es antigua, pero apropiada para el presente y para el futuro. Tiene algo poderoso y elegante. Es una escenografía sencilla, en la que se ha cuidado la sonoridad, pero costosa”. El actor recorre un auténtico carrusel emocional. “El texto desarrolla una tensión que va de lo general a lo concreto, de unos pensamientos teóricos sobre la política a la añoranza y el sufrimiento personales que sufrió Maquiavelo. Yo no sé si fue buena o mala persona, pero sé que lucho por Florencia y amaba estar cerca del poder, y me interesa pensar en cómo se sintió al final de su vida, cuando se vio apartado de sus funciones y denostado. Me interesaba reflejar esa desazón que, en el fondo, todos hemos sufrido. Pensemos, como ejemplo, en la gente prejubilada que se ve apartada de sus puestos de trabajo siendo perfectamente competentes”.


No es casual que el montaje llegue a la cartelera a tan poco tiempo de las próximas elecciones generales. “Estoy muy contento con estas fechas. Un texto tan lúcido es de obligada lectura, de aprendizaje del funcionamiento de la política. Además, haremos unos encuentros con el público que servirán para profundizar en el texto y en la figura de Maquiavelo”. Sobre todo, ahora que la política es indie. “La política vuelve a estar a la cabeza de nuestras preocupaciones. Tenemos mucho por conseguir, por ejemplo relación con las dimisiones de las autoridades que incumplen sus misiones. Pero no podemos olvidar que, además de exigir, también tenemos responsabilidades como ciudadanos y votantes, debemos reflexionar en el modelo de sociedad que queremos, y en cómo conseguirla”. También en el teatro tiene implicaciones la política, por ejemplo sufre el efecto de la famosa subida del 21% de IVA. “No es una desgracia como otra cualquiera”, asegura Rubio. “Es una desgracia muy mal solucionada, y una cabezonería que ha obligado a compañías a cerrar, que ha provocado que nunca vean la luz muchos espectáculos, y ha empujado a muchos productores a la locura de arriesgar grandes cantidades de dinero para sacar adelante la cultura. Sea quien sea quien gane las elecciones, debe solucionar esto”. Sobre todo porque, a juicio de Rubio, vivimos un “muy buen momento para el teatro español. Hay mucha gente en salas pequeñas, es un momento muy creativo con muchas tendencias distintas de autores variados. El público está deseando ver historias. Cuando yo estudiaba, había una gran cerrazón para dar una oportunidad a los dramaturgos. Eso ha cambiado. Ernesto Caballero, por ejemplo, como director del Centro Dramático Nacional, está haciendo una labor extraordinaria apostando por gente de nuestro país, y también productores privados como Jordi Galcerán. Es, posiblemente, el mejor momento creativo en el teatro español desde hace años”.


El Príncipe. Teatros del Canal. Hasta el 8 de noviembre. Más información, aquí.


 Foto: Sergio Parra.