¿Cómo se puede conjugar la coherencia con los sentimientos? Incluso, alguno de los personajes de los relatos que conforman Algunas formas de amor (Periférica), de Charlotte Mew (1869-1928), se lo preguntan, aunque incluso la misma pregunta se plantea de modo difuso, como si el maridaje de los sentimientos prevaleciera como una resaca que ofusca. La protagonista de La esposa de Mark Stafford se lo pregunta mientras oscilan sus sentimientos entre dos hombres, como si fueran un caballo encabritado que no pudiera controlar con brida alguna de razonamiento o coherencia. No sabe por qué sus sentimientos fluctúan, y tropiezan: Kate se volvió hacia mí, y por debajo de las luces irreales, festivas, me mostró un rostro blanco, muy familiar y extraño; un rostro joven que, de repente, había envejecido.

-¿Acaso algo se acaba alguna vez? -estalló con el primer fulgor de pasión que había visto jamás en ella?- ¿Es incluso la misma muerte el final? No podemos ver, es imposible que veamos, pero 'somos' vistos y, desde luego, no en un enigmático espejo. Si estaba segura (aunque nada es seguro) de que al final había...una liberación de esta espantosa luz, esta inspiradora oscuridad, de que estamos entorpecidos por ciegos...¡ciegos que van tropezando!.

 

También la protagonista de Una puerta abierta se pregunta si sigue la senda adecuada con su apuesta por la vida sacrificada como monja. ¿Es la puerta abierta que debe cruzar? ¿Cuál es el fundamento de las decisiones y elecciones, a veces definidas por impulsos, o lo que se cree revelaciones?. El protagonista de El amigo del novio también oscila entre sus vacilaciones e indecisiones, esas que determinan que se desperdicie la posibilidad de materializar lo que se anhelaba porque quizá entre tanta duda e inseguridad no se había discernido la correspondencia de aquella que se veía más como una abstracción, un propósito o influjo, que como una singularidad con voluntad que discernir. En otras ocasiones, como en el bellísimo relato que da titulo al libro, se demora por un tiempo la materialización de una relación, pero quizá esa demora sea fatal, porque las agujas del paso del tiempo pueden herir con el deterioro imprevisible. No somos abstracciones sino cuerpos. Planificamos, convertimos las relaciones en programa de tácticas, pero quizá cuando llegue el momento previsto ya no quede más que un tiempo restringido. El tiempo no es un escenario.

 

Charlotte Mew no publicó ningún relato, y escribió alrededor de veinte, durante los 58 años que duró su vida. Sólo publicó un libro de poesía. Su escritura se despliega como una coreografía exquisita. Disecciona los procesos mentales, los maridajes emocionales, con una agudeza que evoca la obra de Henry James, y condensa con lacerante lírismo en una metáfora una circunstancia, o aspiración sentimental truncada (usted me despertó, pero no me deseó 'buenos días'). Sus frases se enroscan entre la sutileza y la descarnada contundencia: Creo que la vida es muy larga. Si fuese más corta el heroísmo sería posible, pero es larga; sólo podemos ser mártires, y el peor martirio no es el sufrimiento, sino la aniquilación; y la muerte más profunda no es morir, sino sobrevivir a la vida. Oigo la música de la vida (usted me enseñó a oírla) y la sigo escuchando. Pero ¿y la otra?¿Debo forzarme a escuchar esa otra? Es una pregunta sincera. Supongo que Dios responderá si usted no puede. Al menos, permítame verlo, no importa cómo o dónde, pero pronto. Le dije, parece que hace mucho tiempo, que yo había despertado, y era verdad: usted me despertó, pero no me deseó 'buenos días'. El sueño había terminado, me levanté para vivir y la vida me miró, y yo la vi, a pesar de los atardeceres, las sonatas y las emociones; era una mirada severa, no podía apartar la mirada de ella, tan fijamente me miraba. A la luz de nuestro encuentro de esta tarde esa mirada cambia de color. La veo en otras caras aparte de la suya y la mía. Permítame hablar con usted, y pronto. Estoy en lo alto de una escalera infinita y me resbalo y tiendo mi mano hacia usted. No piense que le pido que me salve, sólo quiero que me guíe, al parecer me he equivocado de camino. Si se demuestra que es el correcto debo seguir por ahí, aunque no pueda regresar, y si sigo ese camino no hace falta que nos veamos para decirnos 'adiós'.“.

Pero la severidad de la tragedia, o las funestas consecuencias de las incoherencias e inconsecuencias, de las dudas y ofuscaciones, que dominan cuatro de los relatos, en el último, Mortal fidelidad, se torna festivo desafío a la demandante constricción de los códigos de circulación de la compostura social, o de la corrección de las apariencias que pretende reprimir el despliegue los sentimientos.