Entre ellos, el título del libro, pretende, en parte, sugerir que nacer me situó literalmente en medio de mis padres, un lugar virtual donde me protegían y amarían mientras estuvieran vivos. Pero también pretende, en parte, plasmar su unicidad irrevocable, tanto en el matrimonio como en su vida de progenitores míos. En 1988, Richard Ford publicó Mi madre, in memoriam. Casi treinta años después, amplía el espectro temporal, desde el nacimiento del propio escritor, con otro centrado en la figura de su padre, ya que el texto evocador, y homenajeador, relacionado con su madre se centraba en los años de su convivencia, desde la temprana muerte del padre, por la afección cardíaca que sufría, cuando el escritor tenía 16 años, hasta el fallecimiento de la madre. La conjunción de los textos, en Entre ellos, establece una continuidad, y a la vez singulariza a uno y otra.. Lo más íntimo, lo más importante, lo más satisfactorio y necesario para cada uno de mis padres acontecía casi exclusivamente entre ellos.  En muchos aspectos resulta alentador, ya que saber que eso es así preserva un misterio de la vida cargado de esperanza: el misterio que garantiza que, aun cuando tomemos escrupulosa nota de todo, suceden muchas cosas que no entendemos. La relación con la vida se define por la relación con los otros, desde sus diversos ángulos y en sus diferentes escenarios o particulares parcelas, no en función de nosotros. La vida alrededor también es el fuera de campo de la vida de los otros: lo que viven entre ellos, y sus vivencias pretéritas. Ford, como pocos escritores, logra dotar de densidad a lo inasible y escurridizo, al fleco suelto de la vida, a esa línea de puntos que no perfila del todo el discernimiento sino que se despliega como puntos suspensivos que, de todos formas, por la agudeza de la mirada (que toma escrupulosa nota), hacen palpable lo indefinido o difuso (lo que no entendemos). En su escritura se siente lo que falta, como el miembro amputado. En su texto sobre su madre explicita ese forcejeo, esa sensación de impotencia a su vez teñida de asunción: la mirada que evoca no registra, sino que tantea como las yemas de los dedos en la oscuridad, y son los residuos en su piel los que transpiran en las palabras que se esfuerzan en aproximarse a los acontecimientos del pasado, a esa oscuridad en la que se esbozan figuras difusas: Algo, cierta esencia de la vida, no se está vislumbrando a través de estas palabras. No hay palabras suficientes. No hay acontecimientos suficientes. No hay memoria suficiente para recuperar el pasado y hacer que sea preciso, exacto. Pero, y esa es la singularidad de su mirada, consigue condensar en ocasiones, en una sola frase, toda una vida, o un tipo de vida: Y así es como transcurría la vida. No vanamente. Pero tampoco llena de sentido. O de otro modo, u otro ángulo complementario, en pocas más: Hubo tristeza, sí. Pero cuando estaban juntos, e incluso cuando estaba yo con ellos (y a menudo por ello mismo) , su vida -creo- les parecía mejor que cualquier vida que hubieran podido llevar, dado el cómo y el dónde de su origen.

Ford dispone de una capacidad de condensación, que aúna lo concreto y lo insinuado, que no tiene parangón. Logra perfilar a un ser humano específico con el fulgor de una precisión que integra, a su vez, un modelo de vida: el hombre concreto también es todos, es un hombre de su tiempo, de una sociedad, una actitud extendida, común, ante la realidad y la vida (y por amplificar capas, lo conjuga con la mirada que interroga sobre la mirada común, inercial, a través de la que destila una de las definiciones esenciales de la lectura en sí, su impulso disidente : No sé nada sobre las creencias de mi padre, si es que tenía alguna. Puede que dijera que creía en algo, después del ataque al corazón. Pero no practicaba ninguna religión, al menos no en los años en que yo le conocí. Sé que no disfrutaba con los libros, en los que podía haber encontrado lo que todos encontramos cuando no tenemos fe: el testimonio de que existe un modo alternativo de pensar en la vida, un modo diferente de aquellos que se nos asignan de forma natural en el nacimiento. La búsqueda de alternativas imaginativas de pensamiento no debió de figurar entre sus hábitos. Como cualquier de nosotros, sin duda poseía un discurso interior imparable, si bien no era particularmente introvertido. Tampoco era muy dado a quejarse. Ni dado a pensar que la vida era inadecuada o necesitara grandes mejoras, o que él era alguien muy singular o merecedor de una atención especial. Obviamente carecía de arrogancia o grandes ambiciones, y se acoplaba mejor que la mayoría de sus semejantes a la vida cotidiana, incluso ahora que la suya se había vuelto incierta. En muchísimos sentidos, era un hombre que tomaba la vida como le llegaba, al azar, y era muy bueno eludiendo aquello en lo que no quería pensar. "

Se le englobó a Ford en aquel fenómeno literario denominado realismo sucio, como a otros admirables escritores de su generación, Raymond Carver o Tobias Wolf. Pero en su obra el realismo está impregnado de una singular abstracción, como una corriente subterránea, o una extrañeza amortiguada, que se desplaza entre unas frases escuetas que parecen cinceladas. La convulsión se desliza tras la firmeza. Con su escritura parpadeas, percibes esa luz que ilumina la realidad desnuda aunque no distingues de dónde proviene. Pero la sientes, sientes como se despliega, en ocasiones a través de fulminantes elipsis temporales que dejan asomar esa fractura como una conmoción que te sorprende como el geiser que brota de improviso, como es el caso de los excepcionales pasajes finales de Canada (2012). Es una narración de vislumbres agazapados, en los gestos y actos, en los desplazamientos, en las derivas y pausas, en las interrogantes y vacilaciones, y súbitamente se condensan, como una precisa visión de conjunto, que conjuga materia, emoción e idea, en unas concisas frases, como evidenció en muchos de los párrafos finales de los relatos que componen la excelsa Rock Springs (1987). O en ese fragmento de uno sus textos de Flores en las grietas (2012), que puede ser complemento de los dos que conforman Entre ellos, ya que relata el tiempo que vivieron en el hotel que regentaba uno de sus abuelos: ¿En qué medida es permanente la vida real? Esta es la pregunta, ¿no?. La que queremos y no queremos del todo oír. Allí se encierran respuestas inquietantes, melancólicas, obvias. En el hotel no había un centro para las cosas, ni yo lo era. Era una vida flotante, días que borraban otros días casi por completo, como debe ser. El lugar era un lugar vacío, como cualquier hogar, donde sucedían las cosas, un escenario en el que las cosas se desarrollaban y finalizaban. Y durante un tiempo de mi vida juvenil estuve simplemente al lado de todo aquello, ni detrás ni delante de las escenas. Lo que vi allí – y más de lo que puedo decir, más de lo que recuerdo- importa menos que lo que pensaba al respecto. Y lo que pensaba era: esto es ahora la vida real, no una pausa, una diversión o un fragmento aislado en el tiempo, sino la vida permanente, la única que producirá historia, memoria, la única que será responsable a largo plazo. Al fin y al cabo, todo cuenta. ¿Qué más hace falta saber?

Hay quienes con su escritura lo clavan. Sangra, pero es la mejor manera de hacerte sentir presente. Hace falta restregarse la mirada de cuando en cuando. Despertar por un instante, y sentir el viento de la inmensidad, esa intemperie que cruza las entrañas, pero en la que se puede percibir la música del infinito. Es lo que consigue la lectura de cualquiera de las obras de Richard Ford: Mi madre y yo nos parecemos. Frente prominente y ancha. El mismo mentón, la misma nariz. Hay fotografías que lo demuestran. me veo a mí mismo en ella, incluso la oigo reír. En su vida no hubo especial brillantez, ni celebridades. Ni hubo hechos heroicos. Ni un éxito resonante capaz de henchir su corazón que coronase su vida. Hubo desgracias suficientes. Una infancia que era mejor no recordar, un marido al que amó siempre y al que perdió, y a partir de esta pérdida una vida que no suscita comentarios. Pero de alguna forma ella me hizo posible expresar mis afectos más auténticos, como lo haría un pasaje de gran altura literaria con un lector devoto, y conocí a su lado ese tipo de momento que todos quisiéramos conocer, el momento de decir: ‘Sí, esto es lo que es’. Un acto de conocimiento que certifica la existencia del amor. Yo lo he conocido. He conocido. He conocido a su lado muchos momentos así, e incluso los he reconocido en el instante en que sucedieron, y ahora, y supongo que los reconoceré siempre.