Agua salada, Charles Simmons, Errata Naturae.

En el verano de 1993 yo me enamoré y mi padre se ahogó. Esa es la frase con la que sacude desde su inicio Charles Simmons en su novela, Agua salada (Errata naturae), publicada hace veinte años en Estados Unidos. Ese es el hilo de Ariadna con el que comienza a destejerse una complicada maraña enredada con distintos hilos, los que corresponden a personajes de diferentes edades, con sus distintas perspectivas sobre lo que es el amor. Aunque este, de un modo u otro, les supere porque no logran domarlo con la red de sus concepciones, ideales o escepticismos. Es un hilo de Ariadna que desvela un Minotauro en el centro del laberinto que en este caso más bien se convierte en abismo, de la misma manera que ya esos dos verbos en la frase inicial se enredan y confunden. El agua salada a la que alude el título es aquella con la que quisiéramos borrar nuestros errores, y es aquella que se asemeja, por su sabor, a las lágrimas, por lo tanto, al peso de los lamentos. La cita que antecede a la narración corresponde a Primer amor, de Ivan Turgeniev. Este relato se enfoca desde la perspectiva interrogante de un chico de quince años que comienza a formar su mirada, a enfocar en esa resaca de maridajes que puede parecer el amor, sobre todo cuando es el primero y te abordan tantas incógnitas, dudas e inseguridades con las que resulta tan difícil lidiar. Simmons nos sumerge con dinámica precisión, con escuetos limpios tajos, en esas coordenadas enmarañadas en las que también parecen presos adultos que declaran que el amor siempre es una ilusión. El ser humano no responde a nuestras expectativas y cuando el amor perdura más allá del desencanto también se convierte en un cepo. (Alexander Zárate)

Los sesenta, Jenny Diski, Alpha Decay.

Los sesenta fueron una idea -quizá más poderosa aún que la experiencia- en la mente de quienes los vivieron de verdad. Jenny Diski, que vivió su juventud durante esa década, reflexiona sobre esa idea, con afilada falta de complacencia, en un breve ensayo, Los sesenta (Alpha decay), un dechado de lucidez, publicado por primera  vez en el 2009. Indaga por qué esa década, que se convirtió en el emblema de un intento de cambio radical de la estructura de la sociedad, por lo tanto, una revolución, sustentada en una modificación sobre la percepción de lo que es la realidad y la sociedad, que implicaba un desafío a una autoridad, a una realidad instituida y unos modos de conducta establecidos como convención, programa y costumbre, derivó en lo que lograba materializar lo opuesto, los 80 de los yuppies. Pero este individualismo que no deseaba el intervencionismo del estado para que el mercado libre no tuviera límites (impedimentos) ya tenía su germen en el individualismo de los sesenta, aunque luchara contra otro tipo de autoridad, por parte de unos jóvenes que se aprovecharon de una circunstancia material mullida proporcionada por la generación contra la que se rebelaba (se consideraban capaces de poner en práctica las nuevas conexiones y desconexiones, valiosas por definición, que nuestras mentes habían hecho aunque Apenas alterábamos el mundo, porque la búsqueda que habíamos emprendido era la de la experiencia singular, individual. Pero teníamos tanto efecto sobre el mundo como el que tiene alguien que salta desde el avión). Diski pone en interrogantes la revolución sexual (La liberación, al menos en su forma sexual, era una nueva forma de moralidad impuesta (…) tenían muy poco en cuenta la complejidad de las conexiones humanas), el replanteamiento de la educación (Eramos una generación que quería darles a los niños la infancia que desearíamos haber tenido, o que creíamos que deseábamos haber tenido (…) exigiendo que todo tuviera que entenderse) o la sublimación del discurso del loco. Concluye con que cuatro décadas después no ha variado mucho la situación en el mundo. Más allá de alguna puntual mejora, no difieren en demasía los desequilibrios, las discriminaciones, así como campa el capitalismo, lo que la lleva a constatar su desanimo por nuestra incapacidad de sustancial modificación. (Alexander Zárate)

La torre de Ébano, John Fowles, Editorial Impedimenta.

Supongo que hay un sitio al que desterramos todo aquello que nos sentimos demasiado viejos para indagar.  Es esa Torre de ébano a la que se refiere un personaje de esta extraordinaria novela corta. Esa actitud en la vida que prefiere replegarse en la geometría, aunque la seguridad escondía la nada. Esa actitud vital que tiene su correspondencia en el arte: Es oscuro porque al autor le da miedo ser claro. En La torre de ébano un pintor, de estilo abstracto, entrevista a un pintor consagrado en un lugar que parece separado de la realidad, un escenario natural en el que dos chicas, jóvenes, desestabilizarán la geometría de una actitud que se esconde en la abstracción o en la seguridad de la plácida inercia confortable de una relación marital. Pero ¿qué tiene que ver con la pasión de existir?. La Torre de ébano (Impedimenta), del británico John Fowles, publicada originariamente en 1974, incluye, además, la traducción de un relato medieval (Eliduc) que le inspiró La torre de ébano, y otras tres novelas cortas, excelentes, en especial Enigmas, que son, en un sentido conceptual, variaciones, que iba a ser el título original para estas ficciones que introducen la fisura, la incógnita, el fleco suelto, como demolición de todo espejismo de geometría sobre el que pretendemos configurar nuestra realidad(Alexander Zárate)

La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres,  Siri Hustvedt, Seix Barral.

Se puede decir que la cuestión de las fronteras entre un yo y un tú, el problema de un Yo, una identidad en relación con los otros, y la naturaleza de la intersubjetividad han sido temas obsesivos en mis obras de ficción y no ficción. Estas cuestiones también vertebran, enfocadas desde diferentes, pero complementarios, ángulos (la memoria, el suicidio, la sinestesia o la histeria), el segundo bloque, titulado ¿Qué somos?, de los dos que componen la serie de ensayos de La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral), de Siri Hustvedt,  reunidos para su publicación conjunta en el 2016, y que también es el título del primer bloque, el cual conforman artículos sobre artistas en particular (Mapplethorpe y Almodovar, De Kooning, Pina Bausch y Wim Wenders...), o los sesgos perceptivos que afectan nuestra forma de juzgar el arte, la literatura y el mundo en general. En algunos casos, en concreto sobre su admirada Louise de Bourgeois, evidencian una cuestión que atraviesa, como un fustazo de indignada disconformidad, la serie de ensayos: la minusvaloración o discriminación de lo femenino, o de su perspectiva, los prejuicios obtusos, ranciamente tribales, o meramente soberbios, que aún lastran a ciertos integrantes del rebaño intelectual y artístico masculino, aunque su pervivencia pueda suscitarnos perplejidad. Durante una entrevista al escritor noruego Karl Ove Knausgard le preguntó por qué en su obra sólo se mencionaba a una escritora entre las numerosas influencias, a lo que respondió: No son competencia, que es el título del ensayo en el que Hustvedt reflexiona sobre las ideas inconscientes sobre la masculinidad y la feminidad que contaminan nuestras percepciones y tienden a sobrevalorar los logros de los hombres e infravalorar los de las mujeres. Una de esas restricciones que aún nos limitan, mientras mentes agudas como Hustvedt cultivan la interrogante, porque, como indica, la mente aún sigue siendo, en buena medida, un territorio desconocido en el que queda mucho por explorar. Por eso, su obra nos recuerda qué somos: La conciencia del yo como un ser en el tiempo, como una persona con un pasado y un futuro que pueden expresarse en forma de relato simbólico a otras personas, es exclusivamente humana y se basa en la capacidad para verse uno mismo como otro. O cómo la obra de arte es un sujeto (un otro o tú) al que intentar comprender (descifrar, sentir). La obra de arte no es un <<tú>> sino un <<casi tú>> y yo establezco contacto con ella como la creación de otro, un objeto imbuido de su ser. No importa si la obra es figurativa o abstracta, mi relación con ella es una conexión sensual, emocional e intelectual entre un yo y algo semejante a un tú antes que una relación utilitaria entre yo y eso. (Alexander Zárate)

Sobre algunos enamorados de los libros, Philippe Claudel, Editorial Minúscula.

El escritor y cineasta francés Philippe Claudel, autor de novelas como Almas grises o El informe de Brodeck, ofrece en Sobre algunos enamorados de los libros un libro bien diferente a los anteriores. Tanto en su título como en su tipografía, así como en su tono y estilo, Claudel evoca los tratados antiguos para hablar de un conjunto de personajes que, por diferentes motivos, intentaron ser escritores y no lo consiguieron. De manera breve, dedicando cada página a un caso, con un estilo que aúna la prosa y la poesía en textos, en apariencia, sencillos gracias a su concisión expositiva, pero complejos por ello mismo. Claudel entremezcla ficción y realidad, ironía y emoción, mira a lo trágico como comedia y a lo cómico como dramático. Hay en las páginas de Sobre algunos enamorados de los libros una suerte de celebración de la derrota en tanto a aplauso del intento y del deseo de escribir, de la locura que emana en algunos casos, de la desesperación en otros. Con gran sentido del humor y enorme sensibilidad, el escritor francés entrega un libro que es homenaje sincero no solo al acto (o arte) de escribir; también al mero intento de conseguirlo. También a la absurdidad, insoslayable, de situarse frente al papel en blanco. (Israel Paredes)

El hijo de las cosas, Luis Mateo Díez, Galaxia Gutenberg.

En su nueva novela, El hijo de las cosas, Luis Mateo Díez nos presenta a un trío familiar compuesto por dos hermanas y un hermano, éste un hombre disoluto que puede llevar a la ruina moral y económica a la familia. Claro que sus dos hermanas harán lo posible, siempre lo hacen, para evitarlo. A su alrededor un sinfín de personajes que dan forma a un variopinto conjunto humano. Todo ello en una trama absurda y sorprendente, llena de humor y de un expresionismo estilístico que da como resultado un paisaje literario tan realista en sus formas aparentes como distorsionado en su configuración para, precisamente, revelar lo absurdo de la existencia. Mateo Díez aboga por la comedia en EL hijo de las cosas para recuperar el humor en su obra, eso sí, sin dejar de lado elementos característicos de sus novelas precedentes, en especial su forma de construir un tiempo narrativo en suspenso, que avanza con gran ritmo pero que a su vez parece detener la acción en un espacio temporal tan reconocible como inexistente. (Israel Paredes)

Katerina, Aharon Appelfeld, Galaxia Gutenberg.

A comienzos de este año, fallecía Aharon Appelfeld (1932-2018), autor de Katerina (1989), tercera novela aparecida en Galaxia Gutenberg tras Flores de sombra y Tzili, la historia de una vida, en un gran trabajo de recuperación editorial de la obra de un escritor, quizá, menos conocido que otros grandes de las letras hebreas contemporáneas, pero sin duda alguna uno de sus mejores exponentes. Destacar su amistad con Philip Roth: además de convertirlo en personaje en Operación Shylock, merece la pena leer su conversación recogida en El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras. En Katerina, Appelfeld nos sitúa en el período de entreguerras, para seguir incidiendo en un período que el propio escritor vivió –escapó con poco más de diez años de un campo de concentración en Transnitria-, con una novela que comparte nombre de su protagonista con Resurección, de León Tolstói, también, ambas mujeres, son condenadas por un crimen. En el caso de la novela de Appelfeld, sin embargo, sucede avanzada la acción: Katerina regresa, tras salir de la cárcel y tras comenzar a conocer los primeros datos del Holocausto, a su región natal para recordar sus orígenes: de familia rutena pobre deberá trabajar en casa de una familia de judíos; después, en otras. Y entre medias, un itinerario que Appelfeld desarrolla con un impresionismo literario que recoge, de manera muy cercana a los autores rusos finiseculares, la vida del campo en todo su color, también en toda su crudeza. Mediante un aparente costumbrismo, el escritor nos muestra las raíces de un antisemitismo arraigado como preámbulo de la gran desgracia; también para, de manera abstracta, hablar del racismo, de la intolerancia, de la violencia irracional y, finalmente, de una conversión, la de Katerina, surgida no por creencias, sino por haber encontrado en una religión y en una forma de vida su lugar en el mundo. Para ello, eso sí, deberá pasar diversos calvarios que Appelfeld desarrolla de forma magistral. Un hermosa novela sobre la superación del odio. (Israel Paredes)

Las supervivientes, Riley Sager, Alfaguara Editorial.

Riley Sager, en su primera novela, se ha acercado a la figura de la final girl y al slasher, desde una perspectiva, como poco, llamativa. Si la final girl, como su nombre indica, era aquella que quedaba con vida tras la masacre en un slasher, devenida en figura mítica del cine de terror, en Las supervivientes –título que quizá no tiene el sentido tan particular del inglés-, Sager nos presenta a Quincy Carpenter, una final girl que sobrevivió a una masacre en Pine Cottage. Pasado diez años, intenta llevar una vida ‘normal’ junto a su pareja, apoyándose en el policía que la salvó, Coop, y desarrollando un blog de cocina. Pero un día aparece muerte Lisa, otra final girl, con la que compartía un extraño club bautizado por la prensa como ‘Las últimas chicas’, en el que también estaba Sam, quien se introduce de repente en la vida de Sam. Sager narra lo anterior intercalando de manera paralela, a modo de flashbacks, lo sucedido en Pine Cottage, uniendo de esa manera lo que sería el slasher con la mirada, muy original en su base, de averiguar qué sucede a una de esas final girls con el paso del tiempo, a la vez que van adentrando a Quincy en un thriller que bebe de múltiples referencias cinematográficas. La novela no evita su carácter de artefacto literario, tampoco su naturaleza de divertimento, con un estilo sencillo y directo, que busca ahondar psicológicamente en los personajes para ir conformando un espacio de duda constante, de giros y de sorpresas. Es posible que quede a medias en su idea de adentrarse en esa figura mítica más allá de lo que representa, pensar qué sucede a alguien cuando es la única superviviente de una masacre de esas características. Pero entre tanto, entretiene con una historia con un ritmo muy medido y que transmite en cada página la admiración de Sager por el slasher, aunando, de alguna manera, el espacio mítico del género con unas formas más realistas. (Israel Paredes)