Han pasado treinta años desde que Claire Denis debutase en la dirección con Chocolat. Tres décadas durante las cuales la cineasta francesa ha ido construyendo una de las filmografías más interesantes del cine europeo contemporáneo, con títulos como Nénette et Boni (1996), Beau Travail (1999), Trouble Every Day (2001) y, sobre todo, L’intrus (2004) obra maestra del cine reciente con la que marcaba gran parte de las derivas narrativas del cine actual. Después vendrían 35 Rhums (2008), Una mujer en África (2009) y Los canallas (2013), películas con las que la directora parecía ampliar su cine y su mirada hacia una mayor repercusión (no en vano, ahora rueda en Reino Unido su primera película fuera de Francia, High Life, con reparto internacional). En Un sol interior, Denis adapta la novela/ensayo de Ronald Barthes Fragmentos de un discurso amoroso, de cuyo guion se ocupa junto a la escritora y dramaturga Christine Angot y en la que cuenta con Juliette Binoche como reclamo (algo que, en cierta manera, también hizo Denis con Isabelle Huppert en Una mujer en África).

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Un sol interior, en efecto, puede parecer a simple vista que responde a una cierta adecuación por parte de Denis a un esquema más normativo, algo presente ya en sus dos anteriores películas de manera clara, sin embargo, lo aplaudible de la propuesta reside en su capacidad para hacer lo anterior sin dejar por ello de lado gran parte de sus características estilísticas. Es decir, Denis experimenta en Un sol interior a nivel formal y narrativo con un modelo –muy presente en el cine francés- de comedia/drama romántico, sin situarse de manera clara entre la comicidad y el drama y optando por un tono híbrido que desde cierta, pero tan solo aparente, ligereza, traza un desarrollo narrativo que bien puede ser considerado tan cómico como dramático. Si bien Denis parece optar por mostrar lo irrisorio del drama de su personaje, Isabelle (Binoche), una pintora que busca el amor o, mejor dicho, a alguien con el que estar. Así, se suceden a lo largo de la película los encuentros y desencuentros con amantes y futuribles parejas a modo de viñetas narrativas que conforman una narración, como suele suceder en el cine de Denis, en la que las elipsis y la fragmentación conforman un relato que roza la abstracción debido a su concreción episódica. La fragmentación del libro de Barthes queda traslada a la perfección a pantalla por Denis, creando una película de largas secuencias a modo de bloques en los que el diálogo parece ser la presencia principal. Y sin embargo, como también es común en Denis, los cuerpos asumen en pantalla una enorme relevancia en su carácter narrativo: Binoche es consciente, de ahí sus movimientos y gestos que imprimen ritmo y tono a las imágenes, moviéndose desde la seguridad a la torpeza, de la alegría a la tristeza, de la seducción a la derrota. La fotografía de Agnès Godard y la banda sonora de Stuart A. Staples ayudan a crear un territorio cinematográfico tan hiperrealista, por lo primero, como abstracto y sensorial, por lo segundo. Como uno de los cuadros de Suzanne Osborne, que aparecen en un momento dado en la película durante una exposición de arte, del proyecto entre la pintora y Staples, ‘Singing Skies’, Un sol interior parece componerse de ventanas abiertas a la vida de Isabelle.

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Un sol interior es tanto una mirada cercana a esas comedias dramáticas comerciales tan del gusto del cine francés como casi un (posible) ensayo sobre sus tropos constitutivos y su posible violentación interna para, al final, dar como resultado una película tan cercana al género como alejado de él. En este sentido, de manera sencilla y sutil, Denis ha realizado una película mucho más compleja que lo que puede dar a entender su aparente aspecto liviano en cuanto a la forma y la puesta en escena. Con gran sensibilidad para ir desarrollando cada momento, combina movimientos de cámara con un sentido coreográfico, con música o sin ellas, con otras en las que apuesta por una mayor quietud y frontalidad que dan habida cuenta de cada preciso momento en Isabelle. Personaje al que sigue Denis en una aventura íntima y personal en la que lo romántico, la persecución de encontrar a alguien y al amor, se convierte en una cuestión identitaria, conformando un grupo humano complejo y poliédrico que resulta tan irrisorio, individual y colectivamente, como dramático en aquello que representan, igualmente, a modo particular como general.

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Porque, en el fondo, y siguiendo el título de la película, Denis parece abogar por la necesidad de encontrar ese ‘sol interior’ personal más allá de buscarlo en los demás. Algo que puede aseverarse como simple pero que, en realidad, resulta muy complejo. Y en ese punto de inflexión de búsqueda Denis compone una película que regala una conversación final entre Gerard Depardieu y Binoche que, más allá de los elementos irónicos que presenta, importa por la gestualidad de ambos en cada momento para ir revirtiendo lo visto durante la película, dotando de nuevos significados a situaciones y personajes. Coda final para una película que juega con las expectativas del espectador ante el género y que pone de relieve el artificio de las reglas y los constructos sociales, precisamente, mediante la manipulación de un género que hace de ellas, en gran medida, su base constitutiva.