No es lo mismo la verdad que resultar convincente. No ser quien tiene razón en una confrontación se siente como una derrota, por lo que buscamos el modo de enmarañar lo que en principio se suponía dialéctica para convertirla en una mera lid que deje al otro sin palabra, apabullado y sin capacidad de réplica. No detentas la verdad, te impones. En Una razón brillante (2017), de Yvan Attal, el profesor de Derecho Pierre Mazard (Daniel Auteuil) se encuentra en la tesitura de enseñar el arte de la oratoria y la argumentación a una alumna de primero, Neila (Camelia Jordana). El motivo es una confrontación el primer día de clase cuando ella llega tarde por sólo cinco minutos. Pierre incurre en términos descalificativos, que resultan humillantes, en relación a su origen árabe. Se impone, avasallándola con su retórica, aunque no detente la verdad en la discusión. Por ese motivo, para lavar la imagen de la Universidad, y evitar cualquier impresión de actitud xenófoba, el rector le exige a Mazard que se convierta en mentor de Neila para una competición interuniversitaria de oratoria y argumentación. Y una de sus primeras indicaciones en su instrucción, precisamente, es que en una argumentación hay que saber ante todo ser convincente, persuasivo, para lograr apabullar al otro y dejarle sin argumentos, o deshabilitar cualquiera de los suyos, aunque detenten la verdad. Es al fin y al cabo el arte de la elocuencia, el dominio de la palabra, como arma de combate. Esa brillantez a la que alude el título original, Le brio. Aunque como espesura aturdidora, que posibilita victoria e imposición, no como herramienta de conexión ni revelación de lo que se siente.

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Mazard y Neila son opuestos, en diversos escenarios, como profesor y alumna, figura de autoridad y aprendiz, así como en relación a la etnia y clase social. Pero ambos comparten esa espesura que les supera, y dificulta en su relación con los demás, para lograr expresar lo esencial, las emociones más elementales, esas que posibilitan las conexiones, las relaciones afectivas. Mazard se enmascara en su espesura de cinismo y arrogante provocación que no teme incurrir en lo políticamente incorrecto. Parece que no asumiera las carencias de su propia vida, la amargura de su soledad, como al salir de cenar en un restaurante, y tomarse varios vinos, cuestiona a una mujer por rebajarse a coger las heces de su perro. Mazard está en colisión con el mundo, como quien interpone una coraza de ácido y bilis. Neila tiene dificultades para expresar sus sentimientos, por eso puede tender, en ocasiones, a ser un tanto abrupta u hosca, en suma, susceptible, como quien porta espinas defensivas. Aunque no deja de ocurrirle algo parecido al chico que le gusta, Mounir (Yasin Houchir), por lo que, aunque se conozcan desde que tienen dos años, les cuesta expresar lo que sienten, o cuando lo hacen se desenvuelven con torpeza, o replegándose en el agravio. En cierto momento, Mazard le dice a Neila que aunque domines el verbo puedes no ser capaz de expresar las cosas más simples, las emociones básicas. Te acorazas en vez de expresar el afecto que sientes por alguien. Es algo en lo que uno y otra coinciden.

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'Una razón brillante' responde, como una eficiente aplicación, a un molde dramático y narrativo recurrente en cierto cine francés, en el territorio intermedio entre la comedia y la drama, y centrado en el contraste entre dos figuras opuestas que acabarán consolidando una armónica relación de entendimiento. Una narrativa funcional, diría que almohadillada, que no está ni bien ni mal, sino que resulta confortable. Es un cine de convenciones, que se aplican, como un resorte, de modo previsible. En algún caso, de hecho, demasiado, ya que resulta un tanto forzado, como cuando se sabe que consolidada la relación entre ambos alguien revelará a Neila el motivo inicial por el que Mazard quiso ser su mentor. Aunque, ciertamente, Attal resolverá ese momento con alguna de las soluciones formales más heterodoxas, o imaginativas: un plano dominado por el vacío con la mitad del rostro de Neila en un extremo del encuadre, y después, un plano desenfocado de su rostro mirándole a Mazard. Un modo elocuente de expresar cómo ella desenfoca su discernimiento, de nuevo dejándose ofuscar por las emociones, sin considerar cómo la conexión que se ha ido consolidando entre ellos no es simulada, relacionada con un interés (su posición en la universidad), sino real. Tampoco faltará el discurso catártico, con dosis doble (para ella y de ella), que resuelva los repliegues emocionales y posibilite la conciliación, y por encima de todo, la verdad, cuando de modo simple se expresa al otro lo que se siente.