Para alcanzar la paz interior es necesario un trabajo arduo, ya que es conveniente conocerse de manera integral y saber perdonarse por no escuchar muchas veces la voz interior, quien es en definitiva quien posee la sabiduría de saber qué es exactamente lo que se desea.

Al estar inmerso en una cultura que no hace más que moldear la manera de satisfacer los deseos inherentes a cualquier ser humano, muchas veces se pierde la capacidad de disfrute; por lo tanto, lo ideal es buscar la manera de volver a gozar la vida en cada momento. Por ejemplo, un hombre es feliz cuando está de vacaciones en un crucero porque podrá satisfacer en tiempo y forma cada una de las necesidades y deseos que posea.

Sin embargo, cuando está inmerso en una rutina diaria que lo obliga a postergar cada uno de los deseos que posee, el malestar comienza a notarse y a acumularse de manera tal que se dará cuenta del mismo cuando se sienta sobrepasado y abrumado por las situaciones que vivencia. Al vivir en la posmodernidad, no se tiene demasiado presente lo que una persona necesita realmente para ser feliz.

Muchas veces en el fragor de la lucha laboral y las oportunidades que se tiene en la actualidad de entretención, la persona no puede escucharse a sí misma y divisar qué es lo que realmente quiere y necesita.

¿Por qué hay un malestar cultural generalizado?

El malestar en el ser humano es inherente desde tiempos inmemorables. Ciertamente, desde que nace la cultura, el hombre se ve limitado en la satisfacción de sus impulsos, por lo tanto, debió adecuarse a la situación y postergar dicha complacencia para un momento más adecuado.

Precisamente, Sigmund Freud postuló en 1930 en “El Malestar en la Cultura la idea de que la insatisfacción de los deseos y necesidades se convierte en la causa de un intenso sufrimiento, sin embargo, la sublimación y postergación de dichos deseos es un proceso que se lleva a cabo gracias a la cultura. Ciertamente, el hombre, inmerso en una sociedad, posterga sus deseos y necesidades de modo paciente, siempre que tenga la noción de que podrá satisfacerlos en algún momento.

De esta manera, el principio de realidad es el encargado de moderar los deseos inherentes a cualquier persona. De este modo, no se renuncia de manera absoluta a la satisfacción de los deseos, sino que se relega de modo más integral y se protege a la psiquis del sufrimiento que la insatisfacción produce. Sin embargo, a pesar de su satisfacción a posteriori se distingue una limitación en las posibilidades de placer. 

Por último, es innegable destacar que a pesar de todo lo expuesto anteriormente, el hombre siempre podrá alcanzar la felicidad si existe un equilibrio entre su deseo y la realidad en la que vive. Nadie más que la misma persona sabe qué es lo que necesita para ser feliz, ya que nadie más que ella sabe cuál es su verdadero deseo y hace que la mantenga viva en cada minuto de la vida.