Cuando una relación llega a esa dimensión en que uno dice, tú no eres, y el otro pregunta ¿eres tú?, ¿la realidad se asemeja más bien a un espejismo? ¿Cuál es la consistencia de esa relación?¿Habitan uno y otro dos densidades distintas? ¿ya no comparten la misma realidad? ¿Se ha modificado el escenario o ecosistema de la relación, mutado, y quizá degenerado? En la excepcional Annihilation (2018), de Alex Garland, cuya adaptación parece que se distancia bastante de la novela homónima de Jeff VanderMeer, y más bien conjuga Stalker (1979) de Andrei Tarkovski con El color que cayó del cielo (1927), de H.P Lovecraft, Lena (Natalie Portman) considera un suicidio intentar de nuevo explorar una zona incógnita, denominada como El resplandor, de la que nadie ha vuelto con vida. O sí, pero en anómalas y graves condiciones, como el marido de Lena, Kane (Oscar Isaac), que permanecía ausente, por tanto dado por muerto, desde hace un año. ¿O no es él quien ha vuelto, dado su extraño comportamiento, entre aturdido y ausente? La doctora Ventress (Jennifer Jason Leigh), la psicóloga que evaluaba quién estaba capacitado para penetrar en esa zona incógnita, y que está decidida a hacerlo de nuevo, considera que Lena confunde suicidio con autodestrucción. ¿Por qué, la naturaleza humana tiende, como un impulso irremisible, hacia la autodestrucción, incluso saboteando la armonía que ha podido generar y consolidar, por ejemplo, en una relación afectiva?. ¿Por qué ese desvío de dirección?.

Nadie sabe qué es esa zona incógnita, ese resplandor. Si se ha generado por una intervención o interferencia extraterrestre, o si es el resultado del colapso del umbral que separa dos dimensiones. Sólo se sabe que no deja de propagarse. Y lo que no se sabe qué es, cuál es su naturaleza y propósito, es una amenaza. El punto cardinal de esa zona es un faro. Es el núcleo desde el que se desplegó ese resplandor. Las interrogantes buscan la luz en los fenómenos que no logran comprenderse, como en la difusa naturaleza de nuestros impulsos. En esa zona incógnita, en la que pueden darse lagunas temporales, e ignorar cómo se ha llegado a cierto punto, parece que la realidad se muta, y que las ondas se conducen por refracción. Y un espejismo es el extremo de un fenómeno de refracción. Los umbrales entre las materias se difuminan. La fusión se conjuga con la disolución. Los fragmentos se pulverizan, la realidad es otra. No devora una realidad o dimensión o densidad de realidad a otra, sino que se genera una modificación. Las plantas parecen constituidas por genes humanos, los animales parecen no sólo combinados con otras especies, como un cocodrilo con un tiburón, sino también con vegetales.

Las cinco mujeres, cinco científicas, realizan la incursión, como dice una de ellas, la geóloga Sheppard (Tuva Novotny), porque están dañadas, porque no es algo que hagas si tu vida está en armonía. Y cada una afronta ese escenario con diferente actitud. Las marcas en los brazos de la física Radek (Tessa Thompson) no tienen por qué indicar que deseaba morir, quizá eran el reflejo unas desesperadas ganas de vivir. Josie (Gina Rodriguez) es alguien que supera una adicción que probablemente evidenciara un desajuste o una defectuosa conexión con la vida. No se sabe nada de ningún vínculo de la doctora Ventress, como si hubiera sido despedida de la realidad, o ser ya alguien que desde la distancia meramente evalúa, como quién ha perdido la conexión con la misma vida. Sheppard perdió a su hija, por la leucemia, y a la vez a sí misma. Lena parece que vivía una relación armónica, de plena conexión, con Kane, pero quizá no era así.¿Y por qué degeneró y se hizo distancia? Como una fractura, que se despliega, en progresión, por dos veces, se incrusta la narración un encuadre de su espalda desnuda, mientras realiza el coito sobre su amante. Internarse en esa zona incógnita, ese resplandor cuyo núcleo es un faro que alteró la naturaleza de su luz, y por tanto la materia de la realidad, también implica internarse en la naturaleza de un daño, las fracturas en una relación, su modificación y deterioro que ¿quizá aún de modo larvado contiene la posibilidad de una renovación como ese resplandor que se propaga, ese resplandor vinculado a la desaparición desde hace un año de su marido, pero vinculado a otra distancia aún mayor entre ambos?

Por las reacciones que suscitó en pases de prueba, David Ellison, un financiero de la Paramount, consideró que, por ser demasiado intelectual y complicada, necesitaba cambios que la hicieran accesible a un público más amplio, como que hiciera más simpática a Lena, y que modificara la conclusión. El productor Scott Rudin apoyó al director, por lo que, dado que no se aceptaba cambio alguno, y por temor de una escasa receptividad entre los espectadores que repercutiera en una pobre taquilla, se decidió que sólo se estrenara en cines en Estados Unidos y China, mientras que en otros países fuera emitida por la plataforma digital Netflix.

Sin duda, cuando menos, Annihilation, destaca por su singularidad en el territorio del género fantástico. El desplazamiento de las cinco mujeres por esa terra incógnita, esa alteración de realidad, como un colapso de densidades, se despliega sobre el extrañamiento. Y este deriva en la disolución, en la inmersión en las profundidades de las sombras, como esa sombra que fugazmente se entreve, paradójicamente, como destello, cuando Lena se confronta con el agujero negro del núcleo, en unos magníficos pasajes que conectan con Under the skin (2013), de Jonathan Glazer (con la que comparte atmosférico uso de banda sonora como turbulencias que transfiguran nuestra habitación de la realidad). En esa terra incógnita la modificación también se manifiesta como duplicación, de la misma manera que de una célula se generan varias,y así sucesivamente. Y la duplicación puede ser extrañeza, y ser a su vez un parto, como las pieles que se mudan, cuando con un tajo, en su interior, dejan entrever la abyección de lo anómalo, como una infección a extraer. La disolución, la difuminación de umbrales y límites confronta con la naturaleza de nuestra inconsistencia, nuestros impulsos de autodestrucción y anhelo de renovación. Ante el daño se puede querer desaparecer, dejar de ser, o ser todo, como si se perdiera la consciencia y simplemente te fundieras con la materia de la vida que no genera conflicto. O puedes esforzarte en luchar, bregar con tus inercias o los desvíos que te superan y generan otros escenarios de vida que quizá sólo buscabas como espejismo de renovación. Quizá esa fractura era el impulso que necesitabas para una modificación que posibilite que no seáís lo que erais antes sino otros que no han dejado de ser. La suma o conjunción de la negación y la interrogante, en algunos casos, cuando impulsa la voluntad de superación, puede generar afirmación. No eres. ¿Eres tú?. Quizá seamos otros. El presente se conjuga con lo posible.