La elección de Ryan Coogler, encargado de dos interesantes películas como Fruitvale Station y Creed. La leyenda de Rocky, como director de Black Panther resulta ‘lógica’ tratándose, si se quiere ver así, de un cineasta afroamericano, así como en cierta política de la Marvel/Disney de entregar la dirección de sus películas a directores que, a priori, no encajan por su trabajo previo en una producción de estas dimensiones pero que pareen otorgar una cierta patina de prestigio o de ‘seriedad’ a las propuestas. Aunque en algunos pasajes se puede apreciar la mano de Coogler, a la larga, su presencia tras la cámara queda relegada, como sucede con la mayoría de los cineastas encargados de dirigir películas de la Marvel, a un segundo plano bajo el diseño de producción. El cual, en este caso, además de seguir patrones reconocibles del Universo Cinematográfico Marvel ha dejado espacio para una discurso emancipador que aunque pueda aplaudirse desde cierto punto de vista, en realidad, acaba ahogando a la ficción que plantea la película, además de ser descaradamente usado como reclamo comercial y publicitario, mostrando, una vez más, como ciertas reivindicaciones se capitalizan servilmente.

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La nueva pieza del UCM presenta una doble vertiente en su recreación visual. Por un lado, una parte desarrollada en los contornos de una realidad reconocible, la nuestra; y otra, la ubicada en la aislada nación africana de Wakanda, escondida del resto del mundo, muy avanza tecnológicamente y en la que, tras el asesinato de su padre, T’Challa (Chadwick Boseman) es proclamado rey de Wakanda. Resultaría largo, e incluso tedioso, desarrollar el argumento de Black Panther, más que por su complejidad por su acumulación de situaciones y que por, a la larga, apenas importa dado que su construcción obedece, ante todo, a un uso de la narración como vehículo para exponer ideas y discursos. Siguiendo con esa dicotomía de espacios, se puede señalar que mientras la parte desarrollada en la ‘realidad’ se acerca a un cine de acción –con superhéroes, pero con trazos reconocibles al cine de espionaje, por ejemplo-, la ubicada en Wakanda se inserta en un terreno más cercano a lo fantástico. Y a pesar de una construcción que busca dotar a sus formas de una idiosincrasia propia, es donde Coogler parece perderse bajo el aparataje de un diseño de producción tan bien perfilado en algunos elementos como carente en ciertos pasajes debido a unos efectos especiales que ponen en duda la propia fuerza de la producción debido a su calidad.

Así, Black Panther presenta un concepto híbrido muy contrastado que, incluso, acaba dotando de cierta personalidad a la película, pero a su vez pone de relieve una problemática de indefinición, de ambición desmedida y, sobre todo, de una mayor preocupación por transmitir unos discursos que por construir una película alrededor del personaje. De hecho, puede que no sea casual que según avanza Black Panther, T’Challa vaya perdiendo no solo protagonismo, también relevancia e interés. Importan e interesan más quienes le acompañan, desdibujando así su presencia en muchos sentidos hasta su recuperación al final. La película de Coogler, a pesar de esos elementos emancipadores y reivindicativos afroamericanos, no puede escapar de las directrices de producción del proyecto Marvel, de ahí que Black Panther adolezca de los mismos defectos, también de algunas virtudes, inherentes a las primeras películas que presentan a un personaje Marvel. A este respecto, la película no presenta demasiadas desviaciones aunque sí consigue esconderlas bajo el aparataje discursivo que, a la larga, ahoga gran parte de la propuesta.

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No obstante, cierta personalidad recorre la película de manera transversal, con buenos momentos puntuales, sobre todo en aquello desarrollado fuera de Wakanda, que dota de manera intermitente a Black Panther de una cierta originalidad frente a otras producciones Marvel. Aunque, a su vez, vuelve a mostrar que el proyecto avanza de manera incansable pero, a pesar de las variaciones que se manejen, mostrando no tanto agotamiento como una constante reformulación de unos mismos elementos constitutivos para, al final, entregar productos similares. No se puede negar la ambición de Black Panther al usar una producto de corte popular para entregar posibles lecturas sociales y políticas. Pero tampoco que lo hace de manera incluso burda, fuera de los contornos de la ficción que plantea, apelando a una obviedad discursiva que, seguramente, era el camino más fácil, puede que único, si se tiene en cuenta la naturaleza de la producción.