Descubrir que se puede jugar más allá de la infancia, incluso cuando las esperanzas ya se han roto. La niña del salto (Ediciones Carena) es la nueva novela del escritor venezolano Edgar Borges, la historia de una mujer, su hija, su marido y los universos que los tres comparten. El próximo 7 de febrero a las 19h, en la librería Rafael Alberti de Madrid, el autor presentará la obra con Juan Laborda Barceló y la actriz Mamen Camacho.

Es tu tercera novela con Ediciones Carena. ¿Cómo dirías que has ido evolucionando?

La evolución de mi trabajo tiene que ver con el tratamiento de la ficción como espacio movedizo que transforma la realidad. En las tres últimas novelas, “La ciclista de las soluciones imaginarias”, El olvido de Bruno” y “La niña del salto”, he pretendido crear una narrativa de posibilidades para los personajes. Me interesa que el lector perciba que la realidad es un entramado desnudo, que participe en las dudas de los personajes en cuanto a espacio tiempo y todas las nociones de realidad que aprenden por repetición de una cultura heredada. En esta búsqueda “La niña del salto” ha significado un más allá en esta intención, asumo que es una novela atrevida que pretende mirar cara a cara a la imaginación del lector.

Se trata de la historia de una madre, una hija y sus esperanzas. ¿La perspectiva que da el tiempo, la edad, cambia nuestro estado de ánimo, nuestras ambiciones?

La novela cuenta la historia de una mujer que se acostumbró al hastío en detrimento de los sueños que una vez tuvo; sin embargo, será su niña de siete años quien le recuerde que la capacidad de juego no es un espacio exclusivo de la infancia. Pero se lo recuerda desde su condición natural, ya que esta niña, por razones biológicas, en lugar de caminar salta. Y es en estos saltos, en esta forma de vivir jugando, donde Antonia, la protagonista, se verá enredada entre lo que es y lo que quiso ser. También es cierto que, aunque la novela viene teniendo distintas lecturas, pienso que la alegoría que se mueve entre las tramas de la historia es la muerte de la infancia. El horror que significa ir destrozando la mirada infantil en la vida de un adulto.

Sobre la esperanza, fue más un término que uso la editorial a la hora de promocionar el libro, término válido para entendernos en el diálogo social, pero yo no creo en la esperanza como en la misma novela tampoco se plantea la esperanza como punto de salida de ninguna circunstancia. La esperanza es un foco engañoso, es un punto de luz que nunca llega, pues se trata de la espera continua. Asumo la esperanza como uno de los tantos chantajes que nos enseñan a través del verbo. La salida debe ser pragmática y visible. En cuanto a la novela más que esperanza pretende transmitir conmoción.

Respecto a las perspectivas en cuanto al tiempo, quisiera pensar que cambia en nosotros más por enseñanzas que por imposición biológica. Quisiera creer que se equivocó mi admirado Thomas Bernhard cuando dijo que “a partir de los cincuenta años la vida era una repetición y que lo más digno sería la muerte”. Para asumir una vía contraria a esa idea los años deben ser sinónimos de nuevas perspectivas, de nuevas rebeldías.

Planteas la narración con varias tramas, como un juego con el lector, ¿no?

Sí, me interesa la literatura como entramado de juego. Pienso en Cortázar y Perec. Extraño la literatura de las posibilidades, como lector espero que cada libro contradiga mi idea del mundo. Sin embargo, por una razón más cercana a la comercialización que a la literatura, en el presente estamos encerrados en una montaña de libros con argumentos repetidos. La industria editorial, en cuanto a argumentos y formas, se ha vuelto conservadora. Hoy encuentro mayores atrevimientos creativos en el cómic y en la narrativa de algunas series estadounidenses.

En un ejercicio metaliterario, la obra sirve también de homenaje a nombres que han sido fundamentales en tu literatura. Por ejemplo, Virginia Woolf, Boris Vian, Georges Perec, Ana María Matute y sobre todo Diane di Prima, de quien incluyes un poema. ¿De qué manera te ha influido cada uno de ellos?

Virginia Woolf es la gran voz andrógina, nadie como ella ha logrado crear una voz por donde sentimos hombres y mujeres. Boris Vian y Georges Perec son el juego, el desenfreno. Ana María Matute es una de las voces que mejor logró narrar el tema que más me interesa como escritor: la infancia. El poema “Loba” de Diane di Prima, una de las voces claves de la generación beat, se convierte en la novela en una de las metáforas que Antonia le lanza al marido, a modo de ritual, para liberarse de sus pretensiones sexuales. El marido, llamado Padre a partir de un momento en la historia, desconfía profundamente de las metáforas. “Loba” contiene imágenes muy poderosas que conmocionan la realidad de Antonia.

¿Crees en la diferencia entre literatura de mujeres y literatura de hombres?

La literatura es la literatura, sin apellidos ni géneros. En la voz de una persona que hace literatura deben habitar todos los sexos.

¿Por qué te interesaba ubicar la ficción en un pueblo y en Asturias?

Nací en Caracas pero también soy medio asturiano. Viví mucho tiempo en Asturias y de algún modo sigo presente en Gijón, a través de las amistades. Para “La niña del salto” necesitaba un pueblo que tuviera pocos habitantes y sobre todo pocos niños. Pero también es cierto que, aunque tomé el pueblo de Santa Eulalia de Cabranes pensando en su realidad de los años 90, en la historia la realidad geográfica termina por confundir a los personajes. En algún momento las arenas movedizas del espacio tiempo hace que se pregunten si están en Asturias, Madrid, Caracas o Bogotá.