Wonder, dirigida por Stephen Chbosky a partir de la famosa novela de R. J. Palacio, es una película tan convencional como extraña y estimulante en su conjunto. El núcleo central de la película es la historia de Auggie (Jacob Tremblay), un joven con deformación facial que debe enfrentarse a su primer año de colegio después de haber pasado su vida entre quirófanos y viviendo casi exclusivamente recluido en su casa junto a sus padres, Isabel (Julia Roberts) y Nate (Owen Wilson) y su hermana, Via (Izabela Vidovic); alrededor de Auggie, la narración se abre a varios personajes a partir de una estructura capitular que Wonder ha tomado de la obra de Palacio. Wonder, a partir de un niño ‘diferente’ evidencia que aquellos presumiblemente ‘normales’, no lo son tanto. Que, bajo cualquier vida, hay problemas, inseguridades, miedos, tristezas y alegrías, necesidades humanas.

Chbosky consigue mediante esa amplitud de miradas y puntos de vista desplegar una historia en la que todos son protagonistas y todos tienen algo que decir y no se le puede negar una enorme sensibilidad en muchos aspectos para acercarse a los personajes y mostrar su vulnerabilidad, sus problemas cotidianos. El carácter íntimo y los detalles dan habida cuenta de cada uno de ellos, algo que sirve para desarrollar un muestrario muy preciso sobre unas figuras humanas reconocibles y cercanas para el espectador. La modulación entre comedia y drama sirve a Chbosky para no caer en un exceso sentimental, al menos no en todo el conjunto. Pero, sobre todo, juega con las expectativas de cada espectador con respecto a cada personaje: cuando uno se ha hecho una idea acerca de ellos, cuenta en primera persona sus sentimientos y pensamientos y todo cambia. A este respecto, Wonder tiene la virtud desde la sencillez de entregar una compleja mirada hacia unos personajes muy diversos y enfrentados a circunstancias muy distintas. Una visión humanista desde la diferencia y la complejidad.

Todo lo anterior hace de Wonder una película que puede romper, y lo hace, algunas ideas preconcebidas sobre su naturaleza de drama familiar. Sin embargo, a nivel visual, aunque la película muestre muy buenas ideas para definir a los personajes mediante detalles con la puesta en escena, no se puede obviar que estamos ante una película visualmente tan neutra como gran parte del cine comercial actual, una imagen que no molesta y que es perfecta para conducir las ideas del guion. Algo así es comprensible dado que estamos ante una película destinada a todo tipo de público, y que puede gustar, en líneas generales, a cualquiera, pero eso no evita pensar que Wonder posee en sus imágenes algo fuera de época, como si estuviésemos ante una producción que bien podría haberse realizado, en niveles visuales, hace ya bastantes años. Esto no quita, insistimos, a que presente buenas ideas y, en general, una gran elegancia formal, pero a nivel visual encontramos la película de Chbosky por debajo de algunos de sus hallazgos de guion y a esa sensibilidad de acercamiento a los personajes y a la historia, con unas imágenes cómodas que apenas proponen, salvo algún pasaje puntual, algo que resulte llamativo.

Ahora bien, una película como Wonder resulta anómala en muchos sentidos en estos momentos por motivos por los que no debería. Su claro intento de transmitir buenos sentimientos y emociones dentro de unos pequeños dramas personales que, de una manera u otra, acaban resolviéndose en el terreno íntimo en un final feliz, puede ser rechazado en un momento de cinismo imperante, de sospecha hacia un tipo de ficción en el que las emociones, sin intento manipulador, buscan proyectar algo más que bilis. Por supuesto, es una cuestión general y llena de matices, pero produce cierto sentido agradable ver una película que hace de su inocencia discursiva, no exenta de hondura en muchos aspectos, su elemento más fuerte. Se trata de ir contracorriente, de proponer una narración y relato que contravenga la pesadumbre y la duda instaurada en diversos aspectos en nuestra sociedad. No pretende cambiar nada, por supuesto, tan solo arrojar un puñado de historias personales que denotan que cada uno, en su realidad, en su mundo, en su interior, posee problemas tan profundos como los de los demás. Ni más ni menos importantes. Pero que esa disyuntiva existencial, quizá, se puede resolverse mirando y entendiendo a los demás. Algo simple, desde luego, desde su carácter enunciativo, pero más complicado de lo que parece en un momento tan egoísta y tan ombliguista. A este respecto, no se puede negar que Wonder propone algo que no es nuevo, pero que debido a la deriva actual se recibe con agrado.