Durante los títulos de crédito iniciales de Liga de la Justicia, de Zack Snyder, y en sus primeros momentos, sus responsables (que son varios, aunque el desastre y la desidia generalizada de la película no lo transmitan) parecen continuar con lo expuesto, más o menos, en anteriores entregas de la DC, en esta ocasión, enfatizado con la muerte de Superman. Un mundo, una realidad, en el que la diferencia entre el bien y el mal no encuentra línea divisoria, en el que la pesadumbre y la duda está instaurada en la sociedad. En cierto modo, un mundo sin creencia, sea cual sea y, ahora, además, sin un ‘dios’ en el que creer. Lo anterior surge en esas primeras imágenes que parecen que dotarán de contexto y discurso a Liga de la Justicia, máxime cuando los superhéroes deberán enfrentarse al peligro de la extinción de la humanidad. Un nihilismo –en ocasiones confundido con cinisimo- que recorre todas las entregas y que tenía en Wonder Woman un intento de añadir y de arrojar esperanza en ese mundo a través del único personaje que comienza a poseer cierta identidad e interés en la franquicia. El problema reside en que ese contexto que absorbe, lo quiera o no, algunos aspectos de nuestra realidad, aparecía tan solo expuesto, y muy burdamente, pero ahora en Liga de la Justicia directamente difuminado encaminando la película hacia un claro intento de introducir una luminosidad que, de alguna manera, viene a revertir lo elaborado en anteriores entregar. Y todo, además, en una película caótica y, en líneas generales, totalmente desnortada, como si ese caos de su ficción se adueñase de su propia construcción fílmica.

Si en la Marvel encontramos un mayor interés en ahondar (con sus grandes limitaciones) en el papel del superhéroe dentro de la ficción y, de paso, en una posible realidad, así como en la disyuntiva personal de cada uno de ellos en tanto a lo que son y representan, la DC se encamina, como decíamos, a situar a los superhéroes en un plano discursivo no tanto más complejo como más exploratorio a la hora de vehicular una ficción que sirva, desde el relato fantástico de lo superheroico, para hablar de ciertas inquietudes que recorren transversalmente nuestra realidad. El problema es que ha quedado evidenciado de manera clara la imposibilidad, al menos por el momento, de articular ese discurso de forma convincente dentro de un sistema de producción que claramente ha optado por lo cuantitativo. Es posible que la certeza, también al menos por el momento, de tener asegurada una gran cuota de taquilla, conduzca a que sus responsables se contenten con la concatenación de secuencias de acción y de diálogos que expresen lo anterior y hacer que la acción avance, aunque sea a brochazos, sin detenerse a aportar algo medianamente perdurable y con hondura dentro del audiovisual, en general, y del cine comercial, en particular.

Hay en Liga de la Justicia una total ausencia del ridículo, en diferentes aspectos, que es tan llamativo como irritante y que deriva, una vez más, de esa dejadez creativa y artística y de esa fe total en unos espectadores que acudirán, diga lo que diga la crítica, por ejemplo, a consumir un producto que tiene como objetivo final lo recaudatorio. Podría argumentarse, con toda razón, que no es nada nuevo; y así es. De hecho, alarmarse por tal circunstancia puede resultar algo ingenuo o inocente. O bien que se puso demasiadas esperanzas tanto en la DC como en la Marvel como posibles sagas que dieran forman a un cine popular con seriedad y respeto a los espectadores, algo que comienza a ser más que evidente que no es así. Por supuesto, cuando el producto deje de dar réditos, acabará de manera abrupta. La cuestión es plantearse, qué quedará de todo ello, qué habrá aportado al cine contemporáneo más allá de su puntual paso por las salas. Desde luego, Liga de la Justicia no aportará nada.

Podría culparse a los diferentes montajes, recortes, a las nuevas secuencias rodadas… pero el problema es posiblemente más complejo. Al fin y al cabo, un espectador no tiene la obligación de conocer el proceso de producción y de realización de la película, se debe exponer como tal ante sus imágenes y lo que éstas contienen. El resto es iluminador de algunos de sus males, pero tampoco es algo ni novedoso ni realmente extraño. Quizá ponga de relieve el caos de un proyecto desnortado y que en Liga de la Justicia se expone de manera cruda. Del mismo modo que surge en ella una de las características de gran parte del cine comercial más reciente, esa sensación de que estamos en realidad ante películas de hechuras de serie B pero amparadas en grandes presupuestos. Algo así explicaría el descuido de Liga de la Justicia, totalmente irrisorio, a la hora de crear los efectos especiales. O bien el enlace de secuencias para dar forma a algo parecido a una narración que acaba estando supeditada a unos constantes diálogos que tan solo van explicando qué está pasando y qué pasará, como si el espectador fuera necio e incapaz de seguir la trama por su cuenta. Trama, eso sí, que apenas importa ni tiene interés. Como, en general, los personajes, que cubren cada uno su cuota representacional: Bruce Wayne/Batman (Ben Affleck), el humano/superhéroe afligido por su responsabilidad, edad y ego; Superman (Henry Cavill), a modo de divinidad resurrecta lleno de contradicciones; Wonder Woman (Gal Gadot), aportando más humanidad y luz al resto; Aquaman (Jason Momoa), Cyborg (Ray Fisher) y Flash (Ezra Miller), compañeros de comparsa a modo de presentación para futuras entregas individuales entre los que destaca Flash, quizá el personaje que, si sigue la línea mostrada en Liga de la Justicia tendrá más recorrido por su sentido del humor (limitado) y juventud.

Pero en las imágenes de Liga de la Justicia se acaban debatiendo no pocas cuestiones sobre gran parte del cine comercial actual de grandes presupuestos, como decíamos, de aspecto demasiado cutre para lo que sus presupuestos pueden dar a entender y lo que deberían propiciar a nivel visual. Esto es quizá lo más grave de Liga de la Justicia por encima de su falta de interés en tanto a historia o a personajes, porque apenas surge una espectacularidad diferenciadora, imágenes casi todas ellas remitentes a otras películas, a otros contextos. No hay apenas épica alguna, al menos no en la manera que debería, buscando su intento de trascender (de manera ridícula) sus contornos mediante la gravedad de unos diálogos aburridos y descriptivos que anteceden a una acción apática y acumulativa construida con unos efectos especiales inaceptables para nuestra época. En definitiva, Liga de la Justicia no debería, tampoco irritar demasiado, pero sí representa una aguda y preocupante dejadez a la hora realizar productos populares que va más allá de la rapidez de su consumo. Un cine que no deja impronta ni en su presente ni, menos aún, la dejará para el futuro.