Tengo la impresión de que desde siempre las guerras las libraron los vecinos. Que los creadores de conflictos se las ingeniaron para resolver sus apetencias de poder mandando a pelear a sujetos de barrios semejantes. Sin embargo, las batallas clásicas parecen estarle dando paso a un enfrentamiento demencial del todos contra todos.

La opinión, como piedra, se ha convertido en un arma de destrucción masiva. La opinión dominante con sus réplicas en las mayorías. La opinión ha adquirido el rango de verdad absoluta. Se opina, se opina y después también se opina sobre los vidrios rotos. No hay tiempo ni espacio para no opinar. La guerra entre vecinos opera a partir de un suceso que informativamente colapsa la realidad colectiva, hasta el punto de que no se habla de otra cosa. Enseguida las redes sociales se convierten en el escenario donde se escenifica la gran batalla. El procedimiento, aunque sofisticado, pareciera ser el mismo. Los políticos protagonistas de una determinada realidad elevan sus amenazas a niveles muy altos de crispación pública. Buena parte de la población teme el peor de los desenlaces. El tono es tan amenazante que a veces hasta soñamos con que estos políticos se caen a trompicones. Pero que nadie se llame a engaño, en cada batalla los únicos que terminan cayéndose a pedradas son los vecinos a través de las redes sociales. Unos y otros se enfilan en el bando más próximo a su ideología y se lanzan misiles de improperios.

En su libro La gran caída Peter Handke describe “una feroz guerra entre vecinos”. Más allá de su novela, Handke considera que estas batallas podrían darse en escenarios presenciales: “Hoy se libran grandes guerras en terceros países que no vemos. Pero pensé que, superada la era de las guerras civiles, las próximas podrían ser más reducidas todavía: guerras entre vecinos, igualmente mortales. Mucha gente alberga un odio inmenso y este tiene necesidad de expresarse contra el individuo inmediato: un hombre sale a su jardín y el vecino lo embiste con el sable de su abuelo; otro lee el periódico en la terraza y recibe un estacazo en la nuca; otro orina sobre los zapallitos enemigos... Se habla mucho de la buena vecindad, pero en realidad nos comportamos como simios”.

Mucho se dice que las redes sociales son los mismos vecindarios de siempre, solo que ahora su voz se ha hecho pública. Es posible, los rumores en el barrio clásico estaban basados en noticias negativas, eso es cierto. Quizá no podamos esperar que en el barrio virtual predominen las buenas noticias. La diferencia radica en los intereses y en las formas. Mientras el barrio físico se caracterizaba por rumores inherentes a su territorio, el barrio virtual asume temas generales para atacar a cualquier vecino (extra local) que piense distinto. Dice Paul Auster en su novela Invisible que “la vida es muy corta para andar perdiendo el tiempo”. Y me pregunto: ¿Y acaso apreciamos el tiempo sumergidos en esta diatriba de batallas cotidianas?

Más se habla del odio que del amor, eso está en el ambiente. Pero, ¿en qué nivel del odio estamos? ¿En qué fase de la rabia pública nos encontramos? ¿En qué ejército nos alistaron sin nuestro consentimiento? ¿Quién controla el ruido demencial que nos convoca?