François Ozon acostumbra a variar película tras película, algo que le convierte en un cineasta con una mirada propia pero cambiante, más basada en lo exploratorio que en un estilo firme. Esto conlleva irregularidad en su filmografía, con películas más redondas frente a otras desnortadas, cuyo interés reside en muchos casos más en lo que plantea que en lo que concluye. El amante doble se puede encontrar a medio camino, dado que presenta una primera mitad, en general, muy buena, pero de manera paulatina se encamina hacia territorios más convencionales, más rutinarios, sin apenas misterio o tensión, dado que, si se sabe leer las imágenes de Ozon, la supuesta sorpresa final no debería ser tanto ya que ha quedado planteado, en varios momentos, qué está sucediendo.

Después de una película como Franz, en apariencia tan contenida  en su estilo visual, en claro diálogo con un lenguaje clásico llevado hacia cierto manierismo a pesar de su aparente sencillez, el El amante doble puede resultar sorprendente por el cambio en cuanto a una puesta en escena que si bien sigue con unas imágenes elegantes, muy cuidadas, Ozon introduce algunas salidas de tono que, por el contrario, llaman la atención por unas formas, pensamos creadas así de forma deliberadas, extrañas, en la línea del Ozon más kitsch, con una fealdad que rompen la unidad de la película. Esa intermitencia visual ocasiona que tras una primera mitad de gran elaboración visual, El amante doble decaiga considerablemente sin con ello anular del todo las virtudes de una película que, dejando de lado la referencialidad que se quiera buscar, tan sencilla de realizar que en el fondo no aporta demasiado a la hora de hablar de ella, posee un trabajo de gran sugerencia alrededor de la imagen y su doblez.

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Porque si El amante doble en su interior, en su argumento, habla de la dualidad a través de dos hermanos gemelos (interpretados por Jérémie Renier), en realidad, lo relevante es cómo la mirada de Chloé (Marine Vacth) va creando su realidad y, con ella, el relato (algo, por otro lado, ya presente en la novela de Rosamond Smith, seudónimo de Joyce Carol Oates, que adapta Ozon). Atendiendo a su mirada y a cómo Ozon la plasma durante gran parte de la película, es sencillo saber qué está sucediendo, dado que el giro final, la sorpresa, en verdad, acaba siendo redundante, casi innecesario. Una explicación de qué ha pasado que sigue apuntando hacia una cierta desconfianza –quizá fundamentada- en el poder de la imagen como agente narrador sin necesidad de tener que introducir explicaciones verbales, como si el espectador no fuese capaz de leer esas imágenes. Ozon se ocupa, mediante diferentes procedimientos, de desdoblar la imagen, de introducir la sospecha de que nada es lo que parece, aunque, en el fondo, todo es exactamente lo que parece. Aquí se encuentra, en verdad, gran parte de las virtudes de El amante doble y del trabajo visual de Ozon: no hay juego alguno salvo aquel que quiera plantear el espectador.

Así, El amante doble, más allá de su planteamiento narrativo, en muchos aspectos de inocencia y simplicidad, resulta notable en lo que representa dentro de la deriva de gran parte de la producción actual, independientemente de que sean producciones comerciales, de autor o la etiqueta que se quiera poner, en tanto a que se produce una dicotomía entre una imagen que busca sus caminos como vehículo narrador y el uso abusivo de la palabra para explicarla, no para complementarla. El grado de abstracción que logra Ozon en muchos momentos es magnífico para narrar, para mostrar emociones, para hacer que la película avance mediante sus imágenes. Pero llegado un momento, El amante doble se estanca en este sentido, como si Ozon dejase de confiar en las imágenes y necesitase conducir la película por unos derroteros mucho más convencionales, de una normatividad narrativa que, lejos de las referencias que suelen usarse para hablar de la película, parece encaminarse hacia un tipo de thriller psicológico que dos décadas atrás demostró su agotamiento. Ahí la película queda suspendida, parece otra, y carece de interés. Ozon lleva El amante doble hacia su resolución casi por obligación, por necesidad de cerrar la historia, aunque importa en verdad muy poco. Como también lo hace las motivaciones de Chloé. Todo simple en realidad, debido a lo apresurado del cierre, transmite la sensación de una mala construcción narrativa, casi con una sensación de cierto carácter aleatorio.

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Algo que no es nuevo en el cine de Ozon, quien cuanto más contenido se muestra, aunque pierda algo de personalidad, mejores resultados da, como demuestra El amante doble, una película desdoblada en todos los sentidos, para bien y para mal, pero indudablemente una muestra de un cine, el actual, que avanza preguntándose hasta dónde se puede seguir viviendo de referencialidad –algo que, por otro lado, resulta un agotador juego cinéfilo cuando no hay en la película un verdadero interés en crear un diálogo con el pasado, dando sentido, entonces sí, a esas referencialidad-, hasta dónde ciertos modelos de los géneros siguen siendo bases certeras, hasta dónde se seguirá introduciendo elementos reflexivos hablados que anulen los visuales, máxime cuando estos estaban funcionando, como en el caso de El amante doble.