Theodor Adorno escribió que las sinfonías de Gustav Mahler “están destinadas a ser concretamente idea, no a ser ilustración de ideas. En la medida en que, sin tolerar la escapatoria de la imprecisión, cada instante de esa música cumple su función compositiva, en esa misma medida se convierte en algo más que su mero y simple estar ahí; se convierte en un escrito que prescribe su propia interpretación” [1]. Palabras que pueden ayudar a trazar un primer esbozo sobre el nuevo film de Christopher Nolan cuya concepción formal, además, no solo posee muchos elementos de carácter sinfónico, y no solo por su cuidado diseño sonoro y la contundente partitura de Hans Zimmer, sino por su planteamiento visual reforzado por las soberbias imágenes de Hoyte Van Hoteyma, quien ya trabajó con Nolan en Interstellar (2014) y director de fotografía de otros títulos de la talla de Spectre (Sam Mendes, 2015) o El topo (2011) y Déjame entrar (2008), ambas de Tomas Alfredson.

Una sinfonía que además, aunque transcurra en un momento histórico concreto, durante la llamada Operación Dinamo, que tuvo lugar entre el 26 de mayo y 4 de junio de 1940 y que consistió en la evacuación de más de 300.000 soldados, en su mayoría del BEF (Fuerza Expedicionaria Británica), acorralados en las playas de la ciudad francesa de Dunkerque por el inminente avance alemán, soportando además el fuego de la artillería y los ataques aéreos de la Luftwaffe, el cineasta británico convierte en un film atemporal a la hora de manejar sus tres puntos de vista y que unos rótulos iniciales se encargan de señalar al comienzo del mismo: en tierra, desde los ojos de un soldado anónimo (Fionn Whitehead) cuya desesperada huida transcurre durante una semana; en el mar, a través de un civil (Mark Rylance), dueño de un barco de recreo que, junto con su hijo y un amigo de este, cruzan el Canal de la Mancha, como muchos otros más, a prestar auxilio a las tropas sitiadas en las playas francesas y cuya acción se desarrolla a lo largo de un día; y en el aire, con una escuadrilla de cazas Spitfire que presta apoyo a la operación comandada por Farrier (Tom Hardy) y cuya misión dura una hora. Tres puntos de vista en distintas unidades temporales y espaciales que Nolan entrecruza, hasta que acaban coincidiendo en el mismo escenario y en el mismo lapso de tiempo.

Un carácter sinfónico reforzado por los escasos diálogos que contiene el guión escrito también por el propio Nolan y que, dicho sea de paso, es una de sus películas más cortas con apenas 107 minutos de duración. Diálogos que apenas ofrecen detalles sobre los personajes, tanto en lo referente a sus vidas personales como a su forma de pensar, de sentir, porque, recuperando la idea de Adorno expuesta más arriba, Nolan no hace una mera ilustración de lo que fue aquel acontecimiento reconstruyendo los hechos como acostumbran muchas de las grandes producciones del género bélico, sino que trasciende más allá del relato para mostrar la angustia y la incertidumbre de unos seres al límite de sus posibilidades en su desesperada lucha por sobrevivir, llevando incluso a algunos a no dudar en empujar a los demás con tal de salvar su vida.

Haciendo gala de un gran pulso narrativo, Nolan crea un film impactante en el que elude la sangre y los cuerpos desmembrados para concebir una sobrecogedora representación psicológica y emocional del caos, del horror, de la desesperación de unos soldados acosados por un enemigo invisible, sin rostro, pero cuya presencia es constante por los continuos bombardeos, las ráfagas de ametralladoras o los ataques aéreos. No hay héroes, ni discursos, tampoco insignias o actos supremos, tan solo un esfuerzo sobrehumano por huir del horror.

El cineasta británico articula con precisión un fresco que va in crescendo y que salpica con calculadas dosis de suspense, haciendo de este modo partícipe al propio espectador de la tensión emocional que soportan cada uno de los personajes al verse abocados a continuas situaciones extremas, en especial el joven soldado que interpreta el citado Fionn Whitehead, cuya huida acaba convirtiéndose en más bien una odisea en la que parece destinado a sucumbir en cada paso que da.  

Tampoco es cuestión de desvelar mas detalles del argumento, por otro lado muy sencillo, porque Nolan, más que un film, ha concebido una experiencia sensorial intensa, profunda, rotunda, con momentos tan sublimes como ese vuelo final del piloto que encarna Tom Hardy y que, en un sentido metafórico, podría muy bien definir la esencia y el espíritu del film.

Nota
[1] ADORNO, Theodor W., Mahler, Ediciones Península, 1987, pág. 20.