A la espera de saber si ha concluido como trilogía o seguirá ampliándose, el ciclo iniciado con El origen del planeta de los simios (2011, Rupert Wyatt) y continuado por El amanecer del planeta de los simios (2014, Matt Reeves) y, ahora, con La guerra del planeta de los simios (2017, Matt Reeves), puede que sea uno de los ciclos o sagas más ambiciosas del cine contemporáneo tanto a nivel formal como discursivo. En la tercera entrega hay cierta consciencia de ello al resumir de manera breve, con dos líneas por cada una de ellas, las anteriores dos películas, marcando de ese modo una continuidad que, a pesar de los saltos temporales entre unas y otras, y que hayan sido dirigidas por dos directores diferentes, queda constancia con ello de una idea global, compacta, que puede ser entendida de manera conjunta (las tres películas) o independiente (atendiendo a cada película).

La guerra del planeta de los simios retoma la acción un poco después en el tiempo de finalizada la anterior, una continuación lógica, con la guerra desatada entre simios y hombres, con un bando liderado por César (Andy Serkis) y, el otro, por el Coronel (Woody Harrelson), cuyo odio contra los simios esconde alguna otra problemática con los humanos.  Tras un par de enfrentamientos en el bosque, los simios se verán obligados a vagar en busca de un lugar en el que resguardarse del hombre mientras César buscará al Coronel para vengarse tras ser el causante de la muerte de miembros de su familia.

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A diferencia de las dos anteriores, La guerra del planeta de los simios asume el punto de vista de los simios de manera exclusiva, mejor dicho, el punto de vista de César. Es su mirada la que modula el desarrollo de la acción y, a su vez, la película se construye a su alrededor. Todo el itinerario de César hasta la llegada al lugar en el que se encuentra el Coronel, después de los dos primeros enfrentamientos, se presenta como un largo recorrido a lo largo del cual, con calma y buen pulso, aunque alargado en exceso, sirve a Reeves para ir trazando un acercamiento a César, convertido ya en la segunda en una figura heroica que en esta tercera entrega supera en complejidad, anulando prácticamente al resto de cuestiones planteadas en la película.

Porque es La guerra del planeta de los simios un claro intento de crear a su alrededor una forma mesiánica que, en sus imágenes finales, y a diferencia del resto de la película, visualmente sorprenden por su grado de inocencia, casi de fealdad, ponen de manifiesto la búsqueda de crear a César no solo como un héroe para los simios –ya lo era al comienzo, además de un líder- sino en algo mucho más complejo que solo se puede entender con el final, el cual deja claro que los simios pueden emprender una vida, en apariencia, tranquila, con César devenido en un guía para ellos que abandona el plano físico y abraza el simbólico, casi profético.

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Pero hasta entonces, la película traza la lucha interna de César por no convertirse en lo que no quiere ser, a la par que no poder evitarlo hacerlo. Reeves sigue al personaje, sin olvidarse del resto, por supuesto, para ir construyendo a su alrededor la puesta en escena de La guerra del planeta de los simios, quedando definido el personaje por las imágenes y éstas por su figura en una perfecta uniendo que, como decíamos, deja prácticamente en segundo plano el resto de elementos. Así, la posición de César en el plano, sus miradas, su relación con el resto de personajes, opera como vehículo para que avance una historia que posee un interés más bien intermitente, salvo en el plano formal, en el que Reeves demuestra un gran dominio no solo de la épica visual, también de lo íntimo, capaz de aportar en ambos registros una mirada visual que, apoyada por unos CGI impresionantes, convierte a los simios en figuras creíbles. Más desde luego que a los humanos, dado que el Coronel, por ejemplo, adolece en todo momento de una construcción manida, a pesar del intento de conferirle algunos trazos discursivos e ideológicos que apenas interesan, que de una manera u otra se dan por sentado desde el principio. Y aun así, Reeves también usa la imagen para definirlo.

Del mismo modo que el director juega claramente con una iconografía reconocible para crear alrededor de César una suerte de camino martirologio que tiene, en ese final, su conclusión lógica. Llamativo es que para situar a los simios en una suerte de tierra prometida, renacida sobre la Tierra, se haya optado por un trazo de reminiscencias de corte religioso, aunque no sean explícitas. Así, queda cerrada –por ahora- una trilogía que marca la caída de la raza humana por su soberbia, por jugar, como el Coronel expresa, a ser Dios, dando a los simios de una nueva forma capaz de sustituir a la humanidad.

Vista en el conjunto de la saga, La guerra del planeta de los simios es la pertinente resolución a las anteriores, aunque, por sí misma, posee momentos magníficos a nivel visual pero queda deslucida más allá de lo señalado alrededor de César. Da la sensación de que los responsables eran conscientes de la fuerza del personaje y sobre él han cargado todo el peso dramático y narrativo, también visual, y solo determinadas secuencias de acción consiguen subir el tono y el ritmo a una película que destaca por su imagen, por su música, por su ingenio en muchos momentos, pero que también adolece de estar construida, en realidad, sobre mucho menos de lo que aparenta.