¿Qué llega de noche? Su indefinición resulta perturbadora. Su nocturnidad transmite la naturaleza de una irrupción intempestiva, furtiva. No llega porque se desee que llegue. En 'Llega de noche' (2016), de Trey Edward Shults, esa indefinición adquiere la resonancia de una posible infección, la irrupción de un cuerpo extraño que altera, perturba y contamina. Su rasgo de estilo es el fuera de campo, lo incierto, lo que no se ve, aquello sobre lo que se especula, lo indefinido, lo que puede ser, lo que se teme que pueda ser. ¿Quiénes son los otros? ¿En qué medida pueden afectar a la propia vida, esa que representa la célula básica de la sociedad, un núcleo familiar? En 'Krisha' (2015), la primera obra de Shults, el cuerpo extraño era un propio integrante de la familia; era la infección de la vergüenza, el agujero negro, la fruta podrida en el cesto. Krisha es una mujer de sesenta años que ha padecido una crónica adicción al alcohol, lo que la ha convertido en un deshecho y una avería (dentro del engranaje de un estructura familiar, dentro de los parámetros de la normalidad). Dio a luz a un hijo, pero es su hermana quien lo ha criado. Krisha siste a una comida de Acción de gracias como si pudiera rectificar sus errores, sus irresponsabilidades, como si pudiera injertarse en el cuerpo familiar como una cicatriz que no evidencia la herida infligida. La principal virtud de esa obra era la lograda atmósfera malsana, perturbadora, que progresivamente se va modulando, empapando, como una infección. Entre el órgano extraño y el cuerpo cohesionado familiar se irá evidenciando el rechazo, como un órgano que no puede implantarse.

En 'Llega de noche', la posible infección proviene de afuera, de los otros, aquellos que no componen el núcleo familiar. Se ha producción una epidemia vírica global, y cada uno intenta protegerse de esa posibilidad. El fuera de campo, lo que está más allá de la casa clausurada con tablones, cuya entrada y salida es una puerta de color rojo, es una posible amenaza, una perturbación potencial. La narración surca los senderos de la abstracción. No importa el origen de esa epidemia, ni su evolución ni sus características específicas, sino la circunstancia de zozobra, en vilo, de la familia que protagoniza la narración, los padres, Paul (Joel Edgerton), Sarah (Carmen Ejogo) y el hijo adolescente, Travis (Kevin Harrison jr). Ya el plano inicial nos confronta con la infección, que es dentro de ese hogar: el padre de Sarah está infectado, y agoniza. Los tres componentes no infectados portan máscaras de gas. Esta introducción nos sumerge en una atmósfera turbia, desasosegante. La perturbación cala desde las imágenes iniciales, como si ya el tejido estuviera dañado. La narración, modulada sutilmente por la espléndida banda sonora, nos desplaza en una circunstancia de intemperie, de vulneración. La indefinición de lo que ha podido ocurrir, cómo y por qué, amplifica esa sensación. Como la misma condición de la posible amenaza. La cámara realiza un elocuente travelling hacia esa puerta roja que indica peligro: la posible entrada de lo que puede perturbar ese reducto familiar, el espacio aislado, protegido de la contaminación de los otros.

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En la también notable 'La invitación' (2015), de Karyn Kusama se realizaba un mordaz cuestionamiento sobre la dificultad, e incluso incapacidad, de afrontar la pérdida y el dolor en nuestra sociedad. Su desquiciamiento: se intenta matar ese dolor (esa impotencia) a través de otros, ya que infligir daño quizá pueda ser la solución para encontrar la mágica respuesta a la invocación de la mitigación del dolor. El sacrificio de otros, sean animales o humanos, ha sido recurrente como ritual que camufla la negación de lo real bajo la sublimación de la contraseña que se cree que conecta con lo trascendente y resuelve como un resorte las faltas y necesidades. En el daño a los otros puede residir la propia inmunidad. Esa es la enajenada ilusión. 'Llega la noche'  transita también narrativamente, en las coordenadas del género fantástico (la alteración de la percepción sobre nuestra relación con la realidad), los senderos de la ambiguedad o ambivalencia, la incertidumbre sobre la difusa naturaleza del otro, reflejo quizá de una falta propia: El otro es una entidad abstracta que puede resultar funcional como una pieza sacrificial (hipérbole de nuestra anestesia respecto al daño que infligimos a los demás) o inconveniente como una amenaza a nuestra realidad apuntalada sobre tablones protectores, ya que el otro puede minar la propia estabilidad (por lo tanto, nos afirma en la cámara de aislamiento virtual en la que se ha constituido nuestra relación con la realidad).

Por tanto, en 'Llega la noche' transitamos un espacio metafórico. En este entorno ambiental social parece que todos sobrevivimos como podemos, y podemos realizar lo que sea para ser los que sobrevivan, en vez de compartir: el otro más bien puede infectar, anularnos, usurpar nuestro lugar, o posición, incluso la posibilidad de un lugar o posición. Otra familia, como es el caso de la que conforman Will (Christopher Abbott), Kim (Riley Keough) y su pequeño hijo Andrew (Griffin Robert Faulkner), puede parecer ser como la propia, un reflejo, otros padres con otro vástago, con las mismas necesidades y circunstancias, pero quizá no sea así, quizá la solidaridad que parece intentar cohesionar se torne, de un modo u otro, vulneración y usurpación.

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Al mismo tiempo se plantea otra dirección de infección, la inexorabilidad de una disgregación en el propio núcleo familiar. Siempre, en primera instancia, la desaparición, por deterioro y muerte, de los integrantes más ancianos, como es el caso del abuelo. La muerte los desgaja del núcleo. Posteriormente, la perturbación del joven, del vástago, que comienza a perfilar su mirada hacia afuera, hacia un mundo que desear, o anhelar (como posible espacio propio). La narración está puntuada por la perspectiva del hijo, aún más en concreto, por sus ensoñaciones, que casi siempre adquieren la resonancia de pesadilla, la posibilidad de lo trágico y perturbador, como una fisura recurrente que intenta abrirse paso. Travis dispone de la particular compañía cómplice de un perro, pero en su horizonte se perfila una mujer, por tanto, la posibilidad de que no sea el perro quien ocupe la cama a su lado, sino el cuerpo de esa mujer deseada que además le observa. Pero ese sueño o anhelo, esa posibilidad ¿es realización o contaminación? Hay una sugerente asociación entre la irrupción de esa mujer en el encuadre de su vida (como posible contraplano que también mira aparte de ser mirado con deseo) y la desaparición en el fuera de campo del perro. Una secuencia clave, espléndida, invoca la ambigüedad a través de la conjugación de una mirada en circunstancia de formación, por tanto inestable, la de Travis, una puerta que indica vulneración, peligro, la cual encuentra abierta, y el descubrimiento de dos cuerpos, uno dormido, el del hijo de la mujer deseada, en una habitación a la que no sabe cómo ha llegado, quizá sonámbulo, y el del del perro que no se sabía qué había sido de él. Es una secuencia que abre interrogantes que no se cierran, como una herida que no se cicatriza. Porque en la duda, en la ambigüedad, mejor pensar, por la propia supervivencia, que los otros sean una potencial infección. Aunque siempre haya resquicios por la que se escurra entre los tablones con los que nos encerramos en nuestra suspicaz mirada apretada. O quizá sea esta la infección.