Jack Carter está de vuelta a la ciudad en la que se crió, y no va a tener compasión por nadie. Regresa desde Londres a Doncaster, en una pausa en su oficio de sicario para la mafia, para enterrar a su hermano Frank, un tipo agradable que jamás se metía en problemas. Carter sospecha que lo han asesinado porque nada cuadra en su deceso. Uno de los personajes retrata al sicario cuando éste va a visitarle en busca de información: Joy, Joy, sírvele otra copa a Jack. No, dale la maldita botella. A un hombre como Jack no le puedes ofrecer una copa en vasitos de mear. Porque un hombre como Jack bebe a morro de las botellas de whisky, consume pintas en las tabernas, fuma cigarrillos, es elegante y educado y parece comedido, pero cuando los sospechosos no cantan o mienten, entonces Jack Carter les aprieta las tuercas y los tornillos y los gaznates y lo que haga falta para sacar la verdad a la luz.

 

El narrador de esta novela, brutal y maravillosa, es el propio Jack Carter. Al principio nada hace sospechar que sea tan despiadado y que sus métodos sean tan rudos… Jack no suele hacer partícipe de sus pensamientos al lector, sólo va contando lo que sucede y lo que ve (con esa maestría de los anglosajones para alternar breves descripciones de lugares y paisajes con situaciones tensas y diálogos cortantes), y a veces se permite introducir algunos recuerdos de cuando él y su hermano eran niños o eran jóvenes. Carter entra en los bares y en los sitios donde va a alojarse y habla con naturalidad, y nos parece el perfecto caballero inglés. Pero entonces se topa con personas que mienten o que tratan de pararle los pies (algo huele mal porque sus jefes prefieren que no se inmiscuya ni haga preguntas) y es cuando surge la bestia: Jack apaliza, quema la piel con cigarrillos, tira de cuchillo o de pistola o de lo que sea necesario.

 

Carter (Sajalín Editores; traducción de Damià Alou), de Ted Lewis, escritor de vida breve (1940 – 1982), es una de las cumbres del género, publicada en 1970, y cuya influencia, cuya sequedad, es notable en numerosas novelas y películas. Carter es ese tipo de personaje cuyo motor es la venganza o la deuda o el honor o la recuperación de aquello que le pertenece. Es decir, no se trata de negocios: es algo personal, y lo personal siempre suele facturar más cadáveres. Como el Parker de Richard Stark (pseudónimo de Donald Westlake), empeñado en recuperar sólo la cantidad que se le debe por el último golpe, o como el Lebowski de los Coen, que quiere que le devuelvan su alfombra. Carter quiere vengarse, quiere respuestas y nada ni nadie lo va a detener: Igual que has sabido desde el primer momento que no me iré hasta que haya aclarado las cosas.

 

De una novela de estas características tampoco debemos contar mucho. La trama se va enredando con la clásica estructura: hombre cuyas pesquisas le van proporcionando las piezas que solucionen el rompecabezas. En los 70 fue llevada al cine por Mike Hodges con Michael Caine: en España la titularon Asesino implacable (luego llegaría el remake protagonizado por Sylvester Stallone y con aparición estelar del propio Caine). Tal vez sea la palabra que mejor define a Jack Carter: implacable.

 

Ningún lector de novela negra debería perderse este libro, que desde ya es uno de nuestros favoritos del año.