Paul y Myriam es un matrimonio francés; él blanco, ella de origen magrebí. Tienen dos hijos, Adam y Mila. Debido al deseo de ella de regresar a trabajar, a pesar de las reticencias de su marido, se impone la necesidad de contratar a alguien para que cuide de los niños. Tras una selección en la que Myriam deja claro que quiere que la mujer contratada no sea ni africana ni magrebí, elegirán a Louise, una mujer blanca de cuarenta años que, sin embargo, posee un inquietante aspecto juvenil y angelical. Pero antes, en un breve prólogo, Leila Slimani, en su segunda y magnífica novela, Canción dulce, nos ha presentado la tragedia que acontece en la familia, arranco la misma con la frase, ‘El bebé ha muerto’. Después vendrá el desarrollo de los acontecimientos hasta dichos sucesos.

Canción dulce es una de esas novelas que sorprende por la concisión y elegancia de estilo, por su capacidad de ir creando una atmósfera enrarecida que crece paulatinamente a través del desarrollo del personaje de Louise, por ir transformando la cotidianidad anodina del día en día en un terreno para la turbación y el desasosiego. Y lo hace sin estridencias, con una mirada directa y distanciada, que va anticipando la tragedia final mediante la composición de un personaje, el de Louise, de gran complejidad, intercalando capítulos sobre su pasado y dando forma a una figura humana que a lo largo de su vida ha ido acumulando odio y rencor, cuya aparente buena educación y servilismo son la máscara de una mujer inestable, que vive en el desorden, tanto físico como mental, pero que logra, en ese hogar en el que trabaja, una cierta estabilidad que, sin embargo, no será suficiente.

Slimani consigue que juegos en apariencia inofensivos acaben deviniendo en pasajes crueles, siniestros, que van creando esa atmósfera enrarecida que hará que Myriam, al principio, entusiasmada por la presencia de Louise, recele de ella. El odio que emana de Louise irá poco a poco floreciendo, y Slimani se toma su tiempo dejar que la historia vaya respirando. Con un ritmo perfecto, cada momento, incluso el más aparentemente banal, tendrá su relevancia a lo largo del relato. El momento, por ejemplo, en el que pinta la cara a la pequeña Mila se transforma en una simple distracción de tarde en un elemento de gran perturbación. Y así. Porque Canción dulce atrapa por su estilismo, por un trabajo literario cuidado en cada frase, en cada página, pero a su vez obliga a enfrentarse a la posibilidad de que bajo la cotidianidad anide el peligro.

Una novela sobre cómo la frustración, la soledad y el resentimiento puede conducir hacia la locura, como sucede con Louise. Slimani retrata ese proceso desde una calma expositiva, sin subrayados innecesario, que hace ese itinerario todavía más chocante, más perturbador, porque la violencia y la sinrazón surgen en el interior de lo cotidiano, de lo conocido. Y, a su vez, retrata a la sociedad francesa de clase media sin necesidad de crear un discurso enfático al respecto. Porque Louise, de alguna manera, es el monstruo de esa sociedad de bienestar que actualmente se resquebraja, mostrando sus grietas. Louise violenta el aparente orden de la familia, rompe su apacibilidad, y lo hace no solo con un acto violento, sino antes con el día a día, reconduciendo esa vida hacia la duda sobre la propia constitución de la misma.