Con Viva la libertad (2013), el cineasta italiano Roberto Andò cambió de intereses argumentales tras dramas como Viaggo segreto (2006) o la notable Sotto, falso nome (2004), llevando a cabo un acercamiento a la política italiana a través de una sátira muy seria. Tres años después, en Las confesiones, se vuelve a introducir en la realidad política, en este caso, de la económica, para crear un relato en el marco de la fábula moral.

Roberto Salus (Toni Servillo) es un monje cartujano que llega a la costa alemana a un hotel de lujo en el que se reúne el G8. Ha sido invitado por Daniel Roché (Daniel Auteuil), director del Fondo Monetario Internacional, para confesarse antes de una reunión en la que el grupo tomará una decisión económica de gran trascendencia. A la mañana siguiente, Roché aparece muerto; en principio, se ha suicidado. Así el monje se convierte en la pieza angular de la investigación, pero lo que sabe no puede desvelarlo debido al secreto de confesión. También, a la larga, en sospechoso.

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Uno de los elementos más interesantes de Las confesiones reside en cómo Andò ha creado unas imágenes que apelan a una reconstrucción cercana al hiperrealismo pero que en cuyo interior se desarrolla un trama que apuesta por momentos de surrealismo, de extrañeza. La frialdad de la fotografía, incluso la distancia con respecto a los sucesos y los personajes, acrecienta una atmósfera inquietante, en tanto a que no hay nada raro, en realidad, en lo que vemos, pero sí presentimos bajo su superficie que algo es anormal. Andò crea un thriller con investigación de por medio que, en verdad, no tiene fuerza suficiente como para erigirse como el centro del relato, el cual está deliberadamente desnortado. El cineasta italiano parece creer más en las sensaciones, visuales y sonoras, como elementos narrativos que en la construcción férrea de un guion bajo un desarrollo normativo. Aunque existe, apenas importa; al final, qué reveló Roché, cuál es la decisión tan importante que el G8 está a punto de tomar y que arruinará miles de vidas, es importante no tanto por la especificidad de las ideas como por aquello que representan.

Andò rehúye la concreción, porque entiende que lo relevante no es la exactitud de la fábula como aquello que transmite: el entregar una imagen de los ministros muy concreta, caracterizados desde la hipérbole, sin duda, pero no por ello de manera menos efectiva. De alguna manera, aparecen casi desdibujados, porque aunque ocupan un espacio en la acción Andó tan solo humaniza a algunos con algunos apuntes, pero no se detiene en ellos. Porque son figuras que en la realidad vemos desde la distancia, sin saber bien quiénes son, sin interesarnos lo más mínimo, en general, por aquellos que deciden, o al menos en parte, el devenir económico de los países. Los personajes de Las confesiones, los que representan el poder del G8, son abstractos, representan una idea, preconcebida o no, pero Andò no ha tenido intención alguna de ahondar en ellos, no por falta de hondura, sino por su intento de realizar esa fabulación moral que tiene tanto contacto con la realidad como un tono alegórico.

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El resultado presenta irregularidad en su conjunto, y, quizá, si se quiere, una conclusión evidente en el mensaje que desea transmitir, pero aun así la película de Andò posee un enorme interés en su planteamiento por cierto riesgo a la hora de realizar un acercamiento político a la actualidad sin caer en los dominios del cine político más estandarizado, arrojando una mirada sugerente hacia unos manejos económicos en los que no hay atisbo de humanidad, en los que quienes los ejecutan aparecen retratados como autómatas. Entre ellos, un monje cartujano viene a mostrar que la contemplación del paisaje y escuchar el sonido de los pájaros nos puede, de alguna manera, volver a situar en un lugar humano. Habitable para todos