Juan José Millás vuelve con una novela para adolecentes, Mi verdadera historia. No vamos a llamarla juvenil, o de iniciación, porque no queremos encasillarla. Ni tampoco quiere el autor, quien aboga por no  caer en el cliché de ese género. "Temo al experto en literatura infantil, juvenil. Si sólo escribes para jóvenes, al final fijas un estereotipo que no tiene nada que ver con la realidad", afirma.

Millás, sabio en su oficio y en la vida, se arriesga una vez más a trabajar desde el margen. Un margen que cada vez es más estrecho, y en el que cada vez hay menos espacio para salirse de la normalidad. En un momento de la novela leemos: “lo peor que le puede ocurrir a una novela, dice ahora con gesto de ironía a los alumnos, es que esté bien escrita y que se lea bien”.  "La primera obligación de una novela es no ser normal", nos remarca el autor. "Buscamos películas, novelas que nos den la razón. Todo está normalizado. Antes había un margen en el que se trabajaba a gusto. Y además el margen acababa cambiando el centro. Ahora el margen se ha estrechado muchísimo. Estamos ante una globalización del gusto". Con esa habitual voluntad rupturista suya, el autor consigue ofrecernos una historia rara, una historia "sencillamente compleja o complejamente sencilla", como le gustan a él, quien está muy satisfecho del resultado de la novela.

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Se trata de una historia con la que nos identificamos en muchos momentos. Una novela narrada en primera persona, que nos habla de culpa, de sufrimiento, de relaciones familiares, de rivalidad entre padre e hijo, de amor. Todos esos sentimientos que se ponen de manifiesto durante la adolescencia, pero que acaban acompañándonos a lo largo de la vida.  Es inevitable, que al leerla, se te vayan encendiendo alertas interiores, avisos de emociones que se van a apoderando de ti a medida que vas conociendo a los personajes.

“Yo escribo porque mi padre leía”. Así se nos presenta el protagonista. Un niño de 12 años que, con la voluntad de suicidarse, se apea en puente desde donde tira una canica para comprobar la ley de la gravedad. A partir de ahí, una serie de sucesos marcarán su futuro. Sin mucha intención previa, Millás reconoce que con esta novela, ha puesto de relevancia el poder del destino, algo que para él siempre ha sido relevante. “Cuando te haces mayor, te das cuenta de la importancia del azar en tu vida, de que los momentos importantes de tu vida han llegado por casualidades. Nos negamos a aceptarlo porque sería insoportable pensar que somos marionetas en manos del azar, o aceptar que el yo es un pelele en manos del inconsciente. Nos esforzamos por controlarlo. Lo cierto es que lo ocurrido no se puede cambiar, pero sí se puede cambiar la relación con lo ocurrido. Y se puede cambiar porque en parte se puede contar. Y ahí es donde aparecen los beneficios de la lectura y la escritura”.

Así,  el joven adolescente acabará siendo escritor, para poder acercarse a un padre que es crítico literario,  y que “no sabemos si lo que ha querido tener es un hijo o un libro”.

La novela, editada por Seix Barral, e ilustrada por Lucas Climent, buscará entrar en institutos y colegios en el próximo curso, para que profesores y alumnos puedan trabajar con ella. “Es importante que sean los jóvenes quienes se apropien del libro. Lo morboso gusta mucho en la edad de lo adolescencia, una edad marcada por la mutación, y en la que se necesitan muchas metáforas que expliquen bien lo que pasa por tu cuerpo y mente. Con la lectura el adolescente puede disfrutar de un montón de experiencias reversibles. Tú, leyendo, puedes ser asesino, policía, pero vuelves. Puedes vivir otras vidas con mucha intensidad, pero no corres peligros, son vidas reversibles”.

Con Mi verdadera historia, Millás  lleva a los protagonistas a cruzar la línea entre la realidad y la fantasía de una forma inconsciente, y nos obliga, como lectores, a borrar las fronteras entre vida y ficción, a replantearnos cuánto de confuso y misterio tuvimos en nuestra adolescencia, cuánto de confuso y misterio seguimos teniendo hoy.

Porque como él mismo remarca, "yo creo que de la adolescencia no se sale nunca".

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