Disponer de la capacidad de crear, implica la capacidad de destruir. En el principio fue 'Alien' (1979). Esa criatura intrusa que brota de las entrañas como un sacrílego y díscolo vástago es admirada por una creación humana, una criatura sintética, Ash (Ian Holm), quien la califica como 'carente  de conciencia, fantasías de la  moral y remordimientos'. No circula sangre por su organismo sino, en coherente consonancia con tal definición, ácido. Su dentadura, que parece una  sonrisa portátil, la utiliza como arma. Quizá el reflejo de la vertiente depredadora, carente de empatía, del ser humano. Y el del capitalismo corporativo que desplegaría, con las privatizaciones, sus garras y cola punzante en la década de los ochenta, y pervive hasta nuestros días como ácida dictadura. La Corporación para la que trabajan los integrantes de la nave Nostromo (en la que no faltan conflictos laborales y disputas salariales) les utiliza como mero recipiente o ganado para traer a la Tierra esa eficiente criatura competitiva que probablemente conduciría al éxito a cualquier empresa. Incluso, sonríe, como quien sabe cultivar adecuadamente las apariencias. En 'Alien: Covenant' (2016), cuya acción transcurre años atrás, hay otra creación humana, otra criatura sintética, David (Michael Fassbender), que pregunta, en la secuencia introductoria, por qué no puede desarrollar la capacidad de crear, como los humanos, si a diferencia de estos no es criatura finita. Quien le ha creado, el empresario Weyland (Guy Pearce), responde elocuentemente de modo indirecto: le indica que le sirva el té. Crear, asociada a determinar y configurar, más que una facultad resulta una potestad, porque está vinculada con la imposición, por lo que cual demanda servidumbre, subordinación a su voluntad.

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En términos bíblicos, el término Covenant alude a la Alianza con los dioses. La nave estelar Coventant transporta dos mil humanos para colonizar un planeta, de nombre Origae-6, con condiciones equiparables a la Tierra. Su aspiración, asentarse, y sobrevivir. Así se refleja en los tripulantes, quienes cumplen su función, como hay creaciones humanas, criaturas sintéticas, que responden a la aplicación con que les han configurado. Cumplen con un deber, con su función, sin interrogantes ni necesidad de reconfigurar destino individual o colectivo, como lo hizo Ash al servir a los intereses de la Corporación, indiferente al destino de sus compañeros de tripulación, por tanto insolidario como buen esbirro del sistema. O como en este caso, Walter (Michael Fassbender, en doble papel sintético), que permanece como agente activo de mantenimiento mientras los tripulantes hibernan. Hay otra creación humana, criatura sintética, en cambio, que si siente esa inquietud demiúrgica, como si pudiera ser un dios que dispone tanto de la facultad como de la potestard de crear otras criaturas y determinar destinos (y ordenar que le sirvan el té). Quizá porque fue creada con parámetros de configuración más cercana a la humana. No es equiparable, por tanto, a un humano sumiso que acepta su función en un entramado social, como esbirro o servidumbre, sino a quien desea transcender la condición ordinaria y ser quien rija y determine el escenario, como el humano que define, o más bien dicta, una estructura de realidad. Una síntesis de criatura o entidad cibernética, humana y divina.

En el principio, quizá, o probablemente, todo fue cuestión de aleatoriedad, como el accidente que sufre la nave al inicio y que provoca el despertar de la tripulación ( y así puedan atender cierta enigmática llamada): Quien insiste en que la atiendan, Oram (Billy Cudrup) es quien ha tomado el mando por muerte accidental del capitán durante ese despertar. Y esa decisión está condicionada por un afán de complacer al resto de tripulantes (casi nadie desea hibernarse de nuevo por siete años), y así ser aceptado por ellos, es decir, toma una decisión por conveniencia de integrar un conjunto social, sin tener en consideración posibles contingencias, un grado de incertidumbre que puede contemplar la opción de la catástrofe. No toma una decisión con criterio sino en función de la promoción de su imagen social. Es una de las cualidades del esbirro que conforma el tejido social de toda dictadura económica, regida, al fin y al cabo, por quien, de modo figurativo, es una combinación de robot, humano y aspirante a dios. De ahí, la ironía implícita en el destino final de este personaje.

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Oram se confrontará también con las consecuencias funestas de sus decisiones, aunque no alcance particular entidad en el desarrollo dramático, como tampoco el hecho de que el principal personaje protagonista, la segunda oficial,  Daniels (Katherine Waterston), precisamente quien difería con respecto a la decisión de Oram, pierda en la accidentada secuencia inicial del despertar al hombre que ama, el citado capitán. Los personajes se diluyen en un conjunto un tanto errático, con fugaces  (demasiado fugaces) destellos relacionados con la interpretación de Michael Fassbender, y con ciertos fascinantes decorados: una Necrópolis, tanto en su exterior como en sus estancias internas, que evoca en su tenebrismo a la excelente 'Alien 3' de David Fincher (me refiero a la versión posterior editada en DVD no al estropicio estrenado en su momento).

En el último tramo, como ocurría también en 'Prometheus' (2012), más sugerente, de todas maneras, en su primer tramo que ésta, la acción se desboca, y pierde el escaso centro que no había logrado perfilar durante su curso dramático, atropellándose en secuencias de acción que parecen comprimir otra película, o la que podría haber sido si se hubiera optado por otra dirección, transmitiendo la sensación de inarmónica combinación de retales. Además, poco importa lo que ocurra a los personajes humanos. La reciente 'Life' sí lograba ser una más sugestiva y vibrante variación de 'Alien', además de destacar por un sentido de la concentración dramática de la que carece 'Alien covenant'. Ambas comparten un mordaz nihilismo (con respecto a la especie humana), pero si en aquella se podía sentir, al mismo tiempo, cierta sintonía o empatía con sus personajes, en este caso se torna en indiferencia por su destino, como si nos convirtiéramos también en practicantes de una eugenesia necesaria que implicara la sustitución de los humanos por unas criaturas más sofisticadas en la aplicada eficiencia de carecer de conciencia, fantasías de la moral y remordimientos. Una dictadura por otra, como reflejo distorsionado de nuestra propia monstruosidad e inconsistencia.