El editor de Underwood, Fernando Peña Merino, se estrenó con la nueva traducción de una novela magnífica, que ya recomendamos en este espacio: Fat City, de Leonard Gardner. Su segunda apuesta es más arriesgada porque Nog no ha sido adaptada al cine, como lo fuera el libro de Gardner, y su autor no es tan célebre como lo era en los 70, y, lo que es más grave aún, porque ninguno de sus libros ni de sus guiones ha sido publicado en España. Puede que el nombre de Rudy Wurlitzer (con ese diminutivo se le conoce en la industria del cine) resulte más familiar si decimos que es el autor de los guiones de Carretera asfaltada en dos direcciones, Pat Garrett & Billy the Kid, Walker, Homo Faber (El viajero), Pequeño Buda y La sombra del lobo, entre otras. En 1987 incluso dirigió, junto a Robert Frank, una película de culto minoritario: Candy Mountain. Wurlitzer aún vive y es un escritor cuyas obras despertaron pasiones en gente con tanta autoridad como Thomas Pynchon, Donald Barthelme, Sam Shepard, Michael Herr, Alex Cox, Jim Jarmusch, Joy Williams, Dennis Cooper, Patti Smith o William S. Burroughs. Pero centrémonos en la novela.

 

¿Quién es Nog? ¿Qué es Nog? En principio, se dice que esta especie de novela en curso carece de argumento, pero nosotros creemos que sí lo tiene. En el fondo es una variante de esas crepusculares películas de carretera en las que el protagonista, héroe o antihéroe, va cruzándose con personajes de muy distinto pelaje que conforman una pequeña muestra de lo que es y simboliza el paisaje americano (pienso en un filme reciente que contiene las mismas premisas: American Honey, de la cineasta Andrea Arnold, que parece que no tiene argumento pero sí lo tiene).

 

Este trayecto on the road se cruza en algún punto con el western. La diferencia es que Rudolph Wurlitzer le aplica sus propios filtros: unas gotas de Samuel Beckett, una pincelada de James Joyce, algo de Thomas Pynchon y numerosas referencias que evocan al western, pasando por la psicodelia propia de los años 60 y 70. Si David Lynch rodara una película de indios y pistoleros, sería similar a Nog: alucinada, enigmática, irreverente, difusa como un sueño, plena de dobles sentidos y de más preguntas que respuestas. O sería algo de Jim Jarmusch: de hecho, su metafísico western Dead Man está muy inspirado en las obras de Wurlitzer. Nog y Dead Man se parecen mucho: en ambas hay un viaje hacia ninguna parte, personajes estrafalarios, situaciones tan borrosas como una larga jornada de insomnio.  

 

En la novela hay un narrador que nos habla de un tal Nog: por lo visto de origen finlandés, era uno de esos lunáticos semirreligiosos que uno ve deambular por las Sierras subsistiendo a base de pan y té, o engullendo peyote con los indios en Nevada. Pero luego nos dice que Nog es una invención suya. Y también afirma que él es Nog. Ésta es la voz fantasiosa que el lector se va a encontrar en cada línea: alguien que cuenta y que inventa, que afirma y luego desmiente, que narra y luego lo borra, que nos ofrece capas de lectura, delirios imposibles, versiones contradictorias, recuerdos que se esfuman porque no son consistentes, porque Nog (o quien inventó a Nog) no está seguro de si ha vivido el pasado o si se lo ha inventado.

 

En la novela, a la que el propio autor calificaba de "ficción de no ficción", hay un hombre que "se pierde para encontrarse" (de una entrevista con Wurlitzer), que parece raro y poco hablador para aquellos con quienes se topa: hay parejas, hay mujeres que caminan por la playa, hay individuos peculiares con los que se tropieza en la montaña (Fui sheriff, alcalde, camarero y forajido. Los mejores años de mi vida, le comenta un tal Bench). Wurlitzer afirmaba que la prosa del libro no era fruto del consumo de drogas, sino de sus intentos para desmontar y deconstruir la narrativa lineal mediante un yo filosófico que desguaza las formas tradicionales en un espacio mítico como es el desierto norteamericano.

 

Pero el auténtico protagonista de Nog es el lenguaje: cómo el autor lo transforma, lo retuerce, nos confunde, nos engaña, partiendo de un yo que va contando e inventando, tal vez desde la nada o tal vez desde sus vistazos al paisaje. De nuevo la traducción se salda con un sobresaliente, y estamos otra vez ante uno de nuestros traductores predilectos, capaz de encontrar habitualmente el sinónimo más preciso y literario: Rubén Martín Giráldez.

 

Que nadie piense que se va a aburrir, sino todo lo contrario: en Nog siempre están sucediendo cosas, el personaje avanza por el paisaje y recorre varios puntos del mapa americano. Nos queda una pregunta: ¿por qué hemos tardado tanto en leer aquí a Wurlitzer?