Puede que haya que tener una cierta cautela hacia aquellos films que desatan el fervor general porque a veces, si bien se cumplen las expectativas generadas, en otros casos estas acaban naufragando. Y si dicho fenómeno se origina en el entorno de un festival, una de las primeras sospechas que pueden surgir es que tal engrandecimiento se deba a que lo restante es de inferior calidad y la crítica, que a veces también se equivoca —La noche del cazador (1955) de Charles Laughton, por ejemplo, recibió en su día una fría acogida por parte de la prensa especializada—, quizá por esa necesidad de hallar una obra cumbre, se fije en aquel film que posee algún rasgo que se salga de lo habitual porque lo habitual, en su mayoría, navega por la discreción. O simplemente es tan solo una cuestión de gustos, así, sin más. Sensación que puede producir un film como Toni Erdmann, el tercer largometraje de Maren Ade como directora, que recibió la aclamación unánime en el pasado Festival de Cannes, llevando incluso a algunos a calificarla de obra maestra.

Probablemente habrá quien cuestione estas afirmaciones, pero quizá, por la tradición literaria y cinematográfica que posee un país como el nuestro —piénsese desde el esperpento de Valle–Inclán al humor negro y mordaz de un Berlanga, por citar dos ejemplos—, a muchos de nosotros, o al menos a mí, la propuesta de Ade acaba quedándose a medio camino, y no porque navegue por las tesituras de cine de autor o porque parta de unas premisas atractivas que fácilmente pueden conectar con el gran público, sino en cuanto a que en su tratamiento se echa en falta precisamente mucha más chispa, sobre todo porque presenta a un personaje excéntrico del que por ello mismo se espera menos contención y más travesura, más “mala uva” a pesar de la solvencia interpretativa de Peter Simonischek. Porque Toni Erdmann habla en tono crítico de algo tan actual como la ferocidad y los tejemanejes del mundo empresarial, la obsesión por el trabajo o el vacío existencial de quienes focalizan su vida por ascender en una multinacional olvidando que la vida son muchas más cosas, como esas que cuenta Jim Jarmusch en Paterson, por ejemplo.

Algo que quizá se hace más patente por la idiosincrasia de los personajes que propone Ade y que le sirven, además, para explorar la relaciones paternofiliales a través de dos seres tan antagónicos como un tan excéntrico como entrañable padre y una hija (Sandra Hüller) entregada en cuerpo y alma a su estresante trabajo como ejecutiva. Si el septuagenario progenitor, con el que se abre el film y de quien se traza algún breve apunte como que es profesor de piano, es un hombre que hace gala de un extravagante sentido del humor sin importarle lo que piensen los demás, la hija, por el contrario, es una joven de sempiterno gesto adusto, a pesar de su buena situación en la compañía, y que vive volcada por completo a su trabajo, contestando llamadas hasta en sus reuniones familiares, porque en realidad, como Ade mostrará, tampoco posee demasiados alicientes en su vida privada.

El detonante del film se produce cuando el padre se presenta en Bucarest, donde trabaja su hija, comprobando que ella no es tan feliz como dice ser por lo que, inventándose un personaje ficticio, que es el que da título al film, trata de prestarle ayuda interviniendo en su vida laboral, asistiendo a alguna presentación de su empresa en un gran hotel, reuniéndose después con los superiores de ella a tomar unas copas o presentándose en su oficina como coach. Expectativas que se desinflan, a pesar de su espíritu crítico, en el sentido de que parece que sus intenciones se han contenido lo justo para no traspasar lo políticamente correcto. Dicho con otras palabras ¿no daría más juego que el padre rompiese las convenciones sociales con sus ocurrencias durante dicha presentación o después, cuando acuden a un local nocturno con el equipo directivo? ¿o al día siguiente, al acompañar a su hija en su misión de llevar de compras a la mujer del director? ¿o que ejerciera verdaderamente de coach con los compañeros de la empresa enredando todavía más la situación? Quizá la respuesta resida en el aspecto cultural, porque es una comedia alemana y como tal, cada país posee su particular sentido del humor. Igual que puede que los germanos tampoco le vean la gracia a los filmes del mencionado Berlanga.

Sea como fuere, y pese a sus buenas intenciones el mensaje de Toni Erdman viene a decir algo que nunca está de más recordarlo, sobre todo en estos tiempos que corren, y que es aquello que apuntó en su día John Lennon sobre que “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”.