Ya el propio título del film posee un doble significado que viene a ser una de las claves sobre las que se sustenta la película, porque Loving es el apellido del matrimonio de extracción humilde formado por Mildred, una mujer afroamericana y Richard, un albañil de raza blanca, quienes se casaron por lo civil en junio de 1958 en Washington uno de los escasos lugares donde estaban permitidas las uniones interraciales. Y Loving, traducido al español, significa “amando”, porque el amor es la partícula elemental que unió, contra viento y marea, a dos seres a quienes tan solo les separó la muerte en un accidente fortuito en 1975, cuando Richard falleció tras ser embestido el automóvil en el que viajaba la pareja por un conductor ebrio.

Pero mucho antes, al enterarse las autoridades pocas semanas después de su enlace, fueron arrestados, aceptando ambos la sentencia de salir del estado de Virginia, donde vivían, a cambio de evitar ir a la cárcel. Además, durante su destierro, no solo tuvieron tres hijos, sino que el matrimonio, desobedeciendo la ley, llegó a viajar a su localidad natal, aunque en coches diferentes, para visitar a sus familiares. Sin embargo, Mildred envió una misiva a Robert Kennedy, entonces secretario de Justicia, quien a su vez la remitió a la Unión de Libertades Civiles de Estados Unidos que se hizo cargo del caso, consiguiendo que la Corte Suprema derogase finalmente la ley que discriminaba los enlaces interraciales el 12 de junio de 1967, casi diez años después de su casamiento. Y fecha que en la actualidad se celebra el llamado Loving Day que conmemora el día del amor interracial.

Una historia que de manera intrínseca implica a priori dos inconvenientes como el hecho de que está basada en hechos reales, por lo que habrá espectadores que conozcan sus pormenores, y por las características que ofrece la trama, una historia de amor, que si no se maneja con la suficiente sabiduría, puede acabar transitando por los consabidos clichés tradicionales propios de una película televisiva de sobremesa. Dos circunstancias que Jeff Nichols, tanto a la hora de la escritura del guión como en la concepción de la puesta en escena, articula con gran destreza, concibiendo un magnífico film donde la contención, la sutileza y la sugerencia se combinan a la perfección.

El cineasta elude los grandes discursos, de hecho las secuencias de los juicios son tan breves como concisas, así como todos esos efluvios bigger tan life, para trazar un sugerente relato basado en el juego de miradas, de gestos, de rostros. Richard es un hombre parco en palabras, humilde, sencillo que ama profundamente a Mildred. Él tan solo desea cuidarla y construirle con sus propias manos la casa donde han planeado vivir en la parcela que ha adquirido. Y Mildred ama a Richard, también profundamente. Son dos seres que simplemente se quieren y a quienes lo demás poco les importa.

Nichols concibe un tan sencillo como sobrio fresco enfatizado por la cuidada fotografía de Adam Stone y la sugestiva partitura compuesta por David Wingo y potenciado a su vez por el excelente trabajo interpretativo de Ruth Negga y Joel Edgerton. Un film que vuelve a poner en tela de juicio una cuestión como la racial que aún hoy en día, desafortunadamente, sigue sin resolverse en aquel país.